20. E

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Maca fue rechazada.

Rubí jamás la vio tan devastada. Se culpaba a sí misma por haberle dado esperanza, pero realmente confiaba en que la aceptarían. Para ella, Maca era la mejor artista del mundo, del universo. No podían desperdiciar así su talento.

Sin embargo, así como le lastimaba verla tan derrotada, se sentía aliviada de que ya no tuviera que irse. Miraba sus fotos y pensaba en lo mucho que la quería y que deseaba estar con ella, en los proyectos que tendrían, los momentos, los aprendizajes. Luego se asomaba por el balcón y veía el mural de efímeras, y algo no se sentía correcto.

Por eso, tal vez, no insistió cuando Maca dijo que quería estar sola. Se encerró en su habitación y no dejó que nadie rompiera el muro que levantó, ni siquiera Rubí. Sí le enviaba mensajes para saber cómo estaba y le preguntaba a Jacinta si había algún progreso, porque entendía lo difícil que le era todo, pero tampoco quería verla cuando no sabía qué decirle.

Hoy no quiso venir al colegio tampoco —habló Jacinta al otro lado del teléfono—. Está mal, Rubí, yo creo que tenemos que intervenir.

Temían que le ocurriera algo, esa era la verdad. La culpa y los sentimientos mixtos de Rubí eran fuertes, pero no permitiría que Maca se siguiera derrumbando. Era su artista. Entonces ese mismo día acordaron ir después de clase, tirar la puerta abajo si era necesario, quedarse, aunque se resistiera. Por supuesto que lo que imaginaron fue muy distinto a lo que realmente pasó.

Rubí y Jacinta estuvieron la primera hora sentadas en el suelo, intentando que Maca les abriera la puerta, que hablara con ellas, que todo era mejor si lo compartía. A la segunda hora, el ruido de la manilla girando y un leve chillido hizo que respiraran como si lo hubiesen olvidado. Fue solo eso. La puerta quedó entreabierta, así que, con miedo de no saber con lo que se encontrarían, entraron lentamente, casi de puntillas.

—Hola —sonrió Rubí. Maca estaba sentada en una cama con las mantas desordenadas y ropa que nadie sabía si estaba limpia o no. Había un par de platos en el escritorio y otro en el velador. Las ventanas abiertas eran lo único que daba la sensación de encontrar vida allí dentro. La artista vestía un pijama celeste con estrellas en el pantalón y una luna en la camiseta, su cabello estaba atado en una cola sin ganas y sus párpados caían de agotamiento, hinchados por el llanto.

—Te veís pésimo —dijo Jacinta sin tapujos. Maca rio por lo bajo y asintió.

—Gracias —respondió.

Rubí se acercó a abrazarla. Pensó que no sabría qué hacer, qué decir; pero cuando la vio, lo entendió de inmediato. A veces solo tenía que estar y con eso era suficiente. Entonces la chica la abrazó de vuelta, rodeando los brazos en su cintura, apretando solo un poco para mantenerla junto a ella.

—Yo creo que lo primero que tenís que hacer, es bañarte —volvió a decir Jacinta, con total seriedad—. Y después vemos cómo convertirte en la mejor pintora que el mundo haya visto.

Las comisuras de los labios de Maca cayeron, igual que su vista. Se separó de Rubí y negó con la cabeza, sorbiendo la nariz.

—Eso da lo mismo, Jaci.

Rubí y Jacinta se miraron. Una enredaba sus dedos en los rulitos de la artista y la otra permanecía sentada junto a ella en la cama.

—¿Cómo? —preguntó Rubí.

—Me da lo mismo ser la mejor o no. Si el punto era... —calló.

—¿Era qué? —habló Jacinta.

—Nada.

Quisieron insistir, pero la respuesta siempre fue igual. Nada. No importaba. No era nada. Tampoco querían que Maca les cerrara la puerta en la cara otra vez, así que lo dejaron ahí y la convencieron de alistarse para salir. No tenían camino ni objetivo claro, solo caminar. Dieron un par de vueltas, compraron para hacer completos en casa y volvieron. De rato en rato, la artista cambiaba su expresión y se perdía en la conversación, entonces alguien la llamaba de vuelta y con algo de tiempo se conectaba otra vez. Rubí no la perdía de vista.

Esmeralda llegó de invitada para la once.

Maca se quedó en la sala, sentada en el sillón, con los codos apoyados en las rodillas. Sabían que estaba abrumada, así que no la presionaron. Las demás se quedaron en la cocina. Rubí le preparó un italiano sin tomate, como le gustaba, y le escribió un te quiero con mayonesa. El pequeño gesto hizo a la artista sonreír y eso era todo lo que le importaba en ese momento.

—Me da pena comerlo ahora —dijo mirando el pan que sostenía entre las manos.

—No tenís que comer si no quieres, pero yo preferiría que lo hicierai —respondió Rubí.

Maca le dio un beso. Fueron solo tres días, pero con eso bastó para saber dos cosas: 1) sin importar la distancia o el tiempo, jamás se olvidaría de lo que sentía cuando besaba a la artista; y 2) que lo que le daba miedo era la que la artista se olvidara de ella.

—Me voy a quedar —dijo Maca entonces—. Voy a estudiar acá y después de eso, no sé. Pero supongo que hay tiempo todavía. Lo importante es que me voy a quedar.

Sus palabras salieron a través de una sonrisa ladeada, pequeña, casi forzada. Los ojos de Maca no brillaban, sino que caían en la nada, se perdían en una oscuridad a la que Rubí no lograba entrar. No estaba feliz.

—¿De verdad querís quedarte? —preguntó, arrepintiéndose de inmediato. Maca asintió. A Rubí le pareció mentira.

La artista dejó el completo sobre la mesa de centro y le tomó la mano, apoyándola en su rodilla. Acarició el dorso con la yema del pulgar, de un lado a otro, buscando las palabras o solo acomodándose en esos metros cuadrados de silencio, de vulnerabilidad. La mentira debía ser una verdad anhelada, una oruga queriendo ser mariposa, porque Maca jamás le mentía a Rubí, así que algo de veracidad tenía que alojar su respuesta.

Permanecieron en silencio.

—La Josefa no quiere verme —dijo entonces por lo bajo, temblorosa—. No sé qué pasó. No sé si es ella o mi papá, pero ya no quiere verme.

—¿Desde hace cuánto?

—Tres semanas —la vista de Maca se dirigía a la alfombra, pero no miraba nada en realidad—. No te conté porque pensé que se le iba a pasar, pero con lo de ahora... —se mordió el labio inferior, reprimiendo el sollozo. Rubí limpió una lágrima y terminó de cerrar la distancia para abrazarla—. Era lo único que me quedaba. El único pedacito de mi familia.

Le dolió en la garganta escucharla, en el pecho, en el estómago, en todas partes. Se imaginó lo que sería de ella sin Esmeralda y ni siquiera terminó de concebir la idea porque sabía que se le vendría el mundo abajo, así que asumió que el de la artista ya se había derrumbado.

—Dale tiempo, Maca. Más pronto que tarde se va a dar cuenta de cómo es su papá.

—¿Y si no?

Rubí apoyó su cabeza en la de la artista.

—La Jacinta también es tu familia. Yo puedo ser tu familia.

Entonces logró comprender una de las pequeñas razones por las que la artista quería irse tan lejos. Más allá de gustarle el país, de querer estudiar arte, de aprender el idioma, era porque creía que no tenía nada más que hacer ahí. No tenía a su mamá, ni a su papá ni ahora a su hermana, y le gritó al destino, a algún Dios, al universo o a lo que fuera, por qué le había entregado esa familia a la artista si al final iba a tener que elegir otra.

También se tomó un segundo para sentir enojo contra ella por pensar abandonarla, pero no podía echarle la culpa; a veces escuchaba los lamentos de las efímeras en la pared y sabía que cualquiera en su sano juicio tomaría la oportunidad de escapar.

—Gracias por estar aquí —murmuró Maca, acurrucándose más en la chica—. Te quiero, un poquito.

Sonrieron.

—Te quiero más que un poquito. 

***

<3

Efímero | Rubirena |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora