19. O

1K 96 28
                                    

Rubí soñó que Maca se iba. Cruzó la línea de partida y no le dio una última mirada. No se despidió. Se fue tan de pronto, que sintió que era un sueño.

Despertó con la angustia de haber perdido en el punto cúlmine de sentir que lo había ganado todo. Despertó pensando que perdería a Maca y, de pronto, su corazón cayó en la cuenta de que nada era un sueño.

Se preparó una taza de café y salió al balcón. Era un miércoles tan miércoles, que no se sentía como tal. Era el limbo entre semana. La nada y el todo. Un silencio en medio del ruido, como el que se produjo cuando su mamá llegó a la casa.

Aguantó la respiración. Un paso, dos pasos, un tambaleo, una casi caída, un llanto silencioso, más pasos, la puerta cerrándose, silencio otra vez. Hablaban menos de lo que hablaban antes, pero incluso así, algunas cosas se podían adivinar, como que los sollozos surgían por los tragos en exceso en su cuerpo. De pronto eran lágrimas de mañana, de pronto de noche. Sentía lástima por su mamá, por lo infeliz que era y, aunque le costaba aceptarlo, temía hasta los huesos terminar siendo como ella.

—¿Cómo te sentís con lo de tu mamá? —le preguntó Maca la primera vez que pasaron la noche juntas. Rubí se quedó en silencio sobre la cama, mirando sus manos—. Bueno, no tenemos que hablar de eso ahora. ¿Querís ver ese reality que me mencionaste la otra vez?

—¿Me dai un abrazo?

La joven artista no lo dudó. Rubí guardó su rostro en el cuello de Maca y lloró. Todas sus capas se caían estando con ella, su armadura, los ladrillos que había puesto uno por uno, los derrumbaba para ser vulnerable con Maca. Y se sentía segura.

—Estoy cansada de estar ahí —dijo Rubí con voz temblorosa.

En dos meses terminaba el colegio. No tenía mucho dinero, pero lo suficiente para arrendar algo pequeño en el momento. Lo venía planeando desde hacía un tiempo. Esmeralda tendría que quedarse un año más, pero se irían juntas en cuanto pudieran. Con el paso de los días, pensar en su futuro le quitaba el sueño, pensar en Maca, en qué pasaría con todo. Tenía las ojeras marcadas y una amiga que la salvaba de ser atrapada durmiendo en clases.

A veces, solo a veces, se permitía soñar con viajar junto a Maca a Inglaterra. Pero era solo eso, un sueño.

—Ven conmigo entonces —le dijo la artista.

Rubí negó con la cabeza. No tuvo que explicar nada más.

—¿Qué pasó? ¿Estái bien? —preguntó Jacinta entrando en la habitación.

—Sí, tengo un poco de pena solamente.

—¿Te traigo algo? ¿Un tecito, un cafecito? Tenemos torta también, aparte de la Maca y yo.

Rubí sonrió y aunque no lo dijo, agradeció estar ahí.

Sus ojos volvieron a cerrarse al mismo tiempo que la luz en la habitación se apagaba. Entonces se envolvieron en el silencio. Un silencio ahogado solo por el susurro de un te quiero. Maca se lo dijo al oído, como se contaban los secretos, porque, aunque no era realmente un secreto, les gustaba pensar que solo ellas lo sabían.

—¿Creís que vamos muy rápido? —le preguntó Rubí.

—¿Alguien nos puso un límite de velocidad?

—No.

—Entonces voy como mi corazón quiere que vaya. ¿Qué creís tú?

—Lo mismo.

Esa noche, como ninguna otra, su corazón quiso ser pintado.

Maca le dibujó mariposas en la espalda. No efímeras, mariposas. No necesitaba plasmar miedo en su cuerpo, quería recordarle que su alma se posaría en ella siempre, que la buscaría, aunque no supiera dónde. Y besó cada uno de los dibujos, como si con ello sellara una promesa.

Besaron las cicatrices invisibles de sus miedos porque se querían sabiendo lo mucho que costaba ser valiente. Y con ellas jamás se trató de ser valiente.

Solo fue hacer del miedo algo efímero.

***

A la mañana siguiente le tomó un minuto volver a la realidad.

Despertó con los rizos de Maca en su rostro. La joven artista seguía durmiendo y la hora en su celular aún no indicaba que el sol fuese a salir pronto. Se quedó ahí.

Media hora después, sonó una alarma. La alarma del celular de Maca.

—¿Por qué la pusiste tan temprano?

—Para ver el amanecer contigo —respondió la artista.

Tenía los ojitos a medio cerrar, pero se levantó como si unas pocas horas de sueño le hubiesen bastado para recuperar toda la energía. Rubí la miró y se dio cuenta de que podría perderse la entrada del sol con tal de verla a ella.

Salieron de puntillas por el pasillo hasta llegar a la cocina. Rubí preparó su café y Maca sacó una cajita de leche chocolatada. Minutos después estaban en el jardín, acostadas en el pasto sobre una manta, mirando el cielo.

En realidad, solo Maca miraba el cielo.

—¿Todo bien? —le preguntó la artista, notando que Rubí la miraba con las pupilas brillantes.

Intentaba descifrar por qué había encontrado algo que sentía tan correcto y que luego la vida le daba la posibilidad de perderlo. Intentaba averiguar lo que su corazón quería hacer. Y la vio ahí, tendida en el pasto, enfocada en el cielo solo porque sabía lo mucho que Rubí lo amaba.

—¿Estamos pololeando?

Maca sonrió.

—No me lo has preguntado.

Rubí apoyó un codo en la manta y una mano en la cintura de la artista.

—¿Necesitamos ponerle nombre? Digo, es que no sabemos si vamos a seguir o si va a funcionar o no sé. ¿Tú quieres?

—¿Ser tu polola? Sí po, desde que te conocí.

De pronto la claridad del cielo hizo que los ojos de Maca se entrecerraran. A Rubí le pareció tan tierno, que no dijo nada para poder apreciarla un segundo más. Entonces la artista volvió a hablar.

—¿Has pensado en una relación a distancia?

Rubí se sentó cruzando las piernas. Maca hizo lo mismo.

Lo había considerado desde el primer momento y debían hablarlo, pero aún no sabía cómo decirle que no lo lograría.

—Yo confío en ti —dijo la artista.

—¿Y cuántas veces volverías a Chile?

—Creo que dos o tres.

Rubí miró sus manos, las mismas que Maca no soltaba, que sostenía con la misma delicadeza con la que trataba un pincel.

—Yo te quiero, Maca. De verdad. Pero no sé si pueda po. Te voy a extrañar, te voy a necesitar conmigo, como ahora. Voy a querer abrazarte, darte besos, mirarte a la cara, no por una pantalla.

La artista asintió lentamente y se mantuvo cabizbaja mientras buscaba las palabras.

No las encontró.

—Igual es pronto para saber lo que vamos a hacer —dijo Rubí—. Podemos aprovechar el ahora, ¿o no?

Maca sonrió con dificultad.

—Sí, tenís razón.

Por primera vez le dolió, hasta la punta de los pies, que ambas no quisieran lo mismo.

***

El sábado siguiente, Maca volvió al muro.

Se amarró el cabello, se subió las mangas.

No pintó efímeras ni mariposas, solo hojas, reflejos, sombra. Terminó de decorar el hogar de sus insectos, como si supiera que no regresaría.

Y Rubí ya había empezado a extrañarla. 

Efímero | Rubirena |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora