Día 1: La Celda

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Si soy sincero, no salí de mi sueño tanto por el inesperado frenazo como porque se apagara la música. Prácticamente ya había asimilado las canciones que recordaban a pelo cardado y mallas ajustadas.

El Traidor había comenzado a moverse de forma insegura y nerviosa, como si tuviese una culebra en el pantalón. Comencé a estirarme mientras le observaba recoger bolsas y maletas, y quizá por ello no me percaté de que alguien acababa de agarrar el transportín.

Estaba claro que aquello formaba parte de la "mudanza", y no ocultaré que disfruté de la corta pero agradable caricia del sol mientras atravesábamos la calle.

Cuando entramos en el edificio, la caricia se convirtió en un fresco manto de silencio y penumbra. Noté que subíamos escaleras a buen ritmo y que olía a mujer. No soy un estudioso de los perfumes femeninos, pero este era agradable. A nuestra espalda alguien se movía torpemente mientras cargaba fardos como un mulo. Por cómo parloteaba, juraría que era el Traidor. Atravesamos una puerta, luego otra y noté cómo tras ésta última, tomaba tierra. El Traidor y su compinche se tomaron su tiempo para abrir el transportín. Parece ser que las risas, las sonrisas y la alegría por algún evento que se me escapaba tenían prioridad sobre. Me estaba deshaciéndome de los nervios y del hambre y de la sed y de las ganas de pisar un arenero... y ellos tonteando como párvulos. Ellos dirán que fueron unos pocos segundos, pero yo sé que existen películas de sobremesa más cortas que aquel saludo.

Entonces, cuando pensaba que ya no podría más, oí como cortaban las risas, se cerraba una puerta cerca de mí y al momento, cómo alguien manipulaba el mecanismo de cierre de mi prisión.

Traté de controlar mis nervios y demás funciones fisiológicas y no salir corriendo. Decidí echar un vistazo rápido desde la puerta del transportín, evaluar qué había a la vista y esconderme hasta que la situación se encontrara bajo mi control. Frente a mí había una mesa, una silla, cajones; nada útil. Me asomé un poco más: a mi derecha pared, a mi izquierda oscuridad. Sin riesgo no hay gloria, así que me peiné mis bigotes y me lancé a la oscuridad. Mis captores o bien están ciegos o no pusieron mucho empeño en evitar mi huida.

Traté de relajarme mientras esperaba. El Traidor y su cómplice habían dejado de hablar y no mucho más tarde escuché como se abría y cerraba una puerta a mi lado. No veía pies, no olía a humanos y no oía ruido. Era hora de salir.

Me senté en el medio de lo que podríamos denominar mi celda. Parecía una mezcla de habitación de niño pequeño y despacho de trabajo. A un lado de la mesa habían dejado agua y comida. El agua estaba fresca, y la comida era de buena calidad, por encima de la media a la que me tenía acostumbrado el Traidor. Luego, olí el aire y noté el aroma de la arena: me habían preparado un baño junto al transportín. Había sido un viaje largo y nadie sabe lo que he tuve que aguantarme para no tener un "accidente", así que me acerqué y me dispuse a conceder a mi cuerpo sus deseos más sucios.

Quizá a los humanos esto les resulte baladí, pero mientras uno está en la arena, a punto de librarse de una pesada carga,  prefiere que nadie sea testigo. Levantar la vista y encontrarme al Traidor y su compinche asomados como si fuesen dos siameses fue como ver a un perro comerse mi comida y luego escupirla. ¿Es que esta gente no entiende de privacidad?

Mi mirada debió ser terrible, porque se fueron, cerraron la puerta y no volvieron a abrirla. Cuando terminé de tapar las pruebas del delito, volví al centro de la habitación y decidí comprobar en dónde me había escondido.

Era grande, estaba mullidita y tenía un horrible mandala naranja. Estaba claro, esta sería mi cama.

Diario de MiloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora