Querido diario o escritorio o lo que quiera que seas, ayer se me terminó el espacio de la mesita de noche así que te ha tocado a ti.
La noche comenzó como terminó el día: encerrado nuevamente en el despacho del Traidor. Traté de conciliar el sueño: primero en la cama, luego en el transportín (vivo al límite), después me metí debajo de la cama, pero el fresquito duraba lo que una tarta en la puerta de un colegio (ni sé que es una tarta, ni un colegio, pero lo he oído en la tele). Finalmente renuncié a dormir y decidí planear mi huida.
Empecé rascando la puerta. Esto está muy bien cuando tienes uñas y a la puerta ofrece algún tipo de sonoridad, pero resulta que esta es plana como el encefalograma de un perro y yo estoy sin uñas (me hice la manicura antes de que alguien me secuestrase). En fin, que no hacía el ruido suficiente para molestar a mis secuestradores (podía oír los ronquidos del Traidor desde mi celda).
La noche estaba siendo exageradamente cálida, y suave corriente de aire hizo que me percatase de que mis captores tuvieron la brillante idea de dejar la ventana entreabierta para que pasara algo de aire a la habitación, todo un detalle.
La cerraron lo suficiente para que no pudiese sacar la cabeza... pero se olvidaron de que un gato como yo no se detiene ante esa clase de obstáculos.
Comencé sacando la patita izquierda, y como decía Bruce Lee: "Sé agua, amigo mío". Y el agua pasa por cualquier sitio. Si cabe mi pata izquierda, cabe todo. Comencé a meter hombro y luego la nariz y haciendo un pequeño esfuerzo que me costó algún que otro bigote, la ventana cedió lo suficiente como para estirarme en libertad.
Me encontraba en lo que parecía ser un patio de luces a oscuras. Mi visión nocturna me permitía ver dos ventanas más, una cerrada y otra abierta. Fue duro superar la tentación de investigar la ventana cerrada, pero me sobrepuse.
A través de lo que parecía mi único camino hacia la libertad llegué a la cocina. El panorama era idílico: dos tazones con comida, dos cubetas con agua, puerta abierta... Cualquiera diría que me estaban esperando o que sería una trampa. Decidí correr el riesgo y bajé suavemente, cual cirujano carterista, y me adentré en la oscuridad.
Bebí agua, comí un poco y olfateé el ambiente: no había rastro de las indígenas.
Caminé por el pasillo, guiado por los rugidos del Traidor hasta que llegué al dormitorio. Más que roncar parecía que sufriera por el calor, como si primero se ahogara y luego suspirase de alivio. Maullé (juro, desde el fondo de mi corazón, que quería chistarle, pero no me salió) con todas mis ganas para que se callara. El resultado no fue el esperado...
Le había visto despertarse de mil formas y por mil motivos, (de los que novecientos podrían ser responsabilidad mía), pero había olvidado lo que era verlo levantarse como un muelle, con los ojos vidriosos y a la vez cargados de sensaciones como confusión, duda y miedo. Supongo que por esa razón me dejaron petrificado. No se me pasó por la cabeza la posibilidad de que se despertara; mucho menos que se levantase tan rápido, me tomara por los sobaquillos y me llevara volando a mi celda donde no dejó ni la ventana ni la puerta abiertas.
Impotente fui testigo como mi plan se había desmoronado en lo que dura un suspiro (técnicamente un maullido)... Finalmente, incapaz de soportar la derrota, me subí a la cama y dejé que el sueño borrara el sabor amargo del fracaso (y de la comida para indígenas, de la cocina).
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Diario de Milo
HumorMilo es un gato. Esto sería suficiente descripción, pero como eso no vende, diremos que es un gato que escribe un diario mientras pasa por una crisis vital originada por un cambio de domicilio...