Día 2: Desayuno

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Tras el fallido intento de huida de la mañana, di una pequeña cabezada. Digo pequeña porque al rato el Traidor la interrumpió para abrirme la puerta. Entendí que quería que le acompañase durante el desayuno. Lo habría hecho de buena gana, pero el café, el pan, el tomate, el aceite y esa cosa verde de hípster que desayuna no es santo de mi devoción, por lo que decidí aprovechar para continuar con el reconocimiento del terreno.

Como mi huida se vio frustrada al acercarme al dormitorio, en esta ocasión opté por volver al salón, justo donde estaban desayunando mis carceleros. Fue agradable verlos saludarme, incluso me dio pie a tratar de conversar con ellos, aunque para variar no se enteraban de nada, por lo que pasé a tumbarme y dedicarme a la contemplación.

Desde el suelo me di cuenta que en mi primera incursión fui bastante descuidado. Me centré más en los olores y la distribución de los muebles que en los muebles en sí. Cual fue mi sorpresa al reencontrarme con las sillas de nuestro primer piso, en las que me afilaba las uñas; la estantería en la que practicaba el sigilo entre una colección botellas de cerveza (parece que alguien convenció al Traidor de que se deshiciese de ellas, una lástima); el sillón en el que dormía la siesta, que había cambiado el rojo por el azul; la mesita de noche reconvertida en mesita a secas...

Y entonces, alguien clavó sus uñas en mi burbuja de nostalgia y me hizo volver a la realidad. Desde lo alto del árbol estaba la Jefa. No hacía ruido, ni tan siquiera se notaba que respirase, pero su mirada era tan afilada que podía notarla desde debajo de la silla del Traidor.

Noté como el brillo de sus ojos me decía "¡FUERA DE MI TERRITORIO, BASURILLA!".

Tal era la presión que ejercían en mí que no me había dado cuenta de que a mi izquierda se encontraba el patio. Una puerta que me libraría de aquella pesada mirada que estaba cayendo sobre mí.

Al atravesarla, sentí el frescor (relativo, porque con el calor que hace este verano a cualquier cosa llamamos frescor) de la mañana y la libertad. No dudé en revolcarme y estirarme, como si estuviera en una cama recién hecha. Tal era mi felicidad que nuevamente bajé la guardia y me olvidé de mi olfato.

Apenas a un metro se encontraba la Otra. Pequeña, gris, con ojos verdosos y caminar raro. Bastó una milésima de segundo para que comenzara a convertirse en un pompón gris con efectos de sonido.

Estaba claro que no iba a ser mi mañana, y no estaba preparado para recibir una nueva ración de hospitalidad local, así que me lancé tras ella erizado como un árbol de Navidad. Lo cierto es que no sé qué quería hacer, si asustarla, atacarla, debatir sobre Góngora o explicarle la teoría de la relatividad... El caso fue, que antes de que pudiese echarme encima de ella, el pompón cruzó el patio, saltó por otra puerta al dormitorio y se convirtió en lagartija para meterse bajo la cama. Antes de que se me pasara por la cabeza agacharme, la compinche del Traidor me alcanzó y con una palmada que sonó como un trueno me hizo salir corriendo hacia mi escondite...

Tendría que haberme dado cuenta de que se trataba de una emboscada, porque nada más atravesar el umbral de la puerta, el Traidor la cerraba, dejándome a solas con mis pensamientos y el arenero.

Diario de MiloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora