Capítulo 6

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Segunda Parte.

Recupero la consciencia abrazando al nuevo día. Extrañamente el cuarto está sumido en la oscuridad y me siento tan libre y liviana como solo lo puede estar un alma sin cuerpo. Abro los ojos.

Todo se ve tan nítido y real como si ciertamente existiera, como si no fuera una bana prueba de mi mente.

No, no estoy en mi habitación. He vuelto a viajar a través de los sueños al pozo de mis pesadillas. Al menos espero que solo sea eso, una más.

La claridad del cielo sigue siendo nula y puedo ver la gran luna llena reflejada en el espejo. Parece triste y enfadada.

Vuelvo a mi antigua habitación, todo en ella es diferente: fotografías, cuadros y adornos resquebrajados en el frío, húmedo y pegajoso suelo; las paredes deterioradas, desconchadas, haciéndole semejanza a las lágrimas; el techo es un cielo de finos hilos tejidos por las arañas, un cielo de nubes inhibidoras que lo sostienen; y más polvo, cenizas de lo que un día fue.

Mi cuerpo sigue de nuevo aquel código enigmático, esta vez diferente, pues no me me lleva a la cómoda, ya no existe. Me dirijo hacia la puerta, una puerta cerrada y astillada, como yo. Agarro el pomo áspero con fuerza e inevitablemente me corto. Una gota carmín cae lenta y agónica ajena a la gravedad, junto con todo el manto que cubre el suelo.

Camino y me encuentro en el pasillo de la segunda planta, observo las dos habitaciones que rodean la mía: a la derecha, la de mis padres y a la izquierda la de mi hermana.

Fijo primero mi mirada en ésta última, una amplia espiral de color marrón rojizo tapa toda la puerta y parte de la pared. La puerta se encuentra cerrada con un gran candado para una llave que sé no encontraré.

Al otro lado, el cuarto de mis padres. Ésta en cambio, está entreabierta y sobre unos destellos de luz se anteponen como relámpagos las sombras de unas figuras. El silencio lo invade todo, ahogándome, axfixiándome.

En alguna otra dimensión gritos me aclaman, llantos me llaman. En el silencio se oculta el ruido y éste, esconde los sollozos.

En la puerta rasgada y dolida por el tiempo, de betas cansadas (extrañamente en peor estado que la de la habitación de mi hermana) se encuentra un gran lazo del mismo color óxido que la de la espiral de la otra puerta.

Comienzo a andar, vuelvo a estar dirigida. Un rastro de huellas no trazadas comienzan a dibujarse en el gran charco rojo y pegajoso, mostrándome el camino. Éstas se cuelan en aquel cuarto de lazo absurdo. Las sigo.

¿Entrar y quedar marcada por lo que pueda estar escondido o desterrado allí o despertar y no descubrir lo que mi mente me quiera desvelar? ¿Qué debo hacer?

No dependo de mi voluntad, así que me veo obligada a seguir.

Cruzo lo que queda del camino hasta la habitación, la luz haciéndose más brillante e intensa. Empujo la puerta hacia el interior y... despierto.

Siento un hormigueo que va creciendo paulatinamente desde mis pies, pasando por mis piernas y brazos hasta la cabeza. Junto a él le sigue el tacto de las sábanas calientes sobre mi piel, siento mi peso sobre el colchón, la pasadez de mis párpados y algo distinto y anormal... un líquido gelatinoso que desciende por la palma de mi mano, dejándola pegajosa. Mil pinchazos me recorren cuando intento en vano girarme para examinarlo. Vuelvo a intentarlo. Una. Dos. Tres. Con cada intento los agudos aguijonazos van cesando y cuando por fin me dejan éstos mirarla lo que encuentro es un balse de líquido escarlata desbordándose de mi mano. Automáticamente la levanto y gotas caen a mis sábanas. La asciendo hasta mi boca y lo pruebo.

Sangre.

El sabor metálico y fuerte me devuelve a la realidad. Doy una rápida mirada a las sábanas blancas y puntos rojos la tieñen. Salgo lo más rápido que puedo de mi cuarto hasta el baño.

Miro al pequeño espejo redondo y veo horrorizada mi reflejo. Una imagen grotesca: mis labios, mis mejillas, mi barbilla, mi nariz... manchadas de sangre.

Abro el grifo y me froto las manos ensangrentadas y la cara lo más rápido y ágil que puedo.

Pasos impacientes procedentes del pasillo se escuchan acercarse. Observo, busco, algún corte en mi mano. Nada. Había estado llena de sangre, una sangre que no era mía. Y entonces recuerdo la pesadilla nítidamente, el corte ficticio hecho realidad.

- Leila, ¿estás bien? ¿qué haces aquí?- Cali, la enfermera, habló y su voz cortó el silencio. Un tótem estaba detrás de ella. ¿Me creían peligrosa?

- Me ha sangrado la nariz y estaba limpiándome.- mentira a medias, pero supongo que no importa mucho. Aparto la mirada porque por algún motivo que no llego a comprender, mirarla me rompe y me desangra aún más.

- Vamos, acompañame a la enfermería que te eche un ojo.

- Estoy bien, no hace falta.- Lo único que necesitaba era dormir y olvidar todo lo ocurrido, ya tendría tiempo de pensar después.

- Vamos.- dice ella con un tono exigente que no había escuchado hasta ahora. No me queda otra que seguirla.

Se gira y se aparta de la puerta y antes de seguirla, me miro al espejo. No hay nada fuera de lugar o extraño en mí. Parpadeo y  antes de volverme te veo a ti, Ariel.

El pasillo parece eterno hasta la enfermería, miro a la pared.

~ Si lo llamas fracaso, es porque el esfuerzo no es suficiente. Consejo: quizás debas apoyarte en otros, pedir ayuda.~

No me había dado cuenta de que estaba amaneciendo hasta que unas extrañas formas se proyectaron hacia el interior de aquella habitación con camillas.

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⏰ Última actualización: Mar 16, 2015 ⏰

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