Capítulo 4

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Me levanto de la cama. Parece más mullida, más cómoda. El color oscuro de las paredes ha sido sustituido por un rosa pálido, adornadas con collages y recuerdos de una vida pasada. Giro alrededor de la habitación y observo. Telarañas se han formado en cada esquina, en cada hoja, en cada foto. Aún no ha amanecido, desde la gran ventana se filtra la luz plateada de la luna. Una gran luna llena. Sin saber por qué, comienzo a avanzar, mis piernas siguen un código secreto del que no soy consciente y se paran justo antes de que choque contra la cómoda. Un peluche de un conejo sin ojos y una sonrisa maquiavélica descansa en ella. El hueco de sus ojos están ocupados por las telarañas. Resulta macabro. Entre las patas delanteras y las traseras reposa una foto, cuando la toco, toda ella comienza desintegrarse en un líquido rojo espeso y pegajoso. La foto mostraba en un primer plano a una chica sonriente y feliz que no reconozco. Alguien que era yo.

Me despierto envuelta en sudor. La habitación vuelve a ser la misma de siempre y todo está en su lugar. No es la primera pesadilla que tengo, pero es diferente. No me había dado cuenta hasta ahora que sangre descendía como un reguero desde mi muñeca hasta la palma de mi mano. No podía estar pasando, no podía ser real, esto no. Corrí hacia el baño, la luz del sol que inundaba el pasillo me cegó durante unos instantes, pero no importó, ya estaba en el lavabo intentando limpiar la sangre. Una sangre que no era mía. No tenía ningún corte o arañazo, nada que pudiera haberme hecho sangrar. Esto debía ser una maldita alucinación, no podía ser otra cosa. ¿Verdad?

Decidí ducharme y desprenderme del sudor, cuando hube terminado bajé al comedor. No sé exactamente qué esperaba, ya que todos estaban de excursión, pero se encontraba tan... vacío, sin vida. Tan deprimente. Vi a Camelia en el fondo, como siempre, y yo necesitaba una buena dosis visto el episodio de esta mañana.

- Hola, Camelia.- la saludé cuando llegué hasta ella. Estaba leyendo una de esas revistas como las de Ivi y Tahíla. ¿Qué tienen para que las lea tanta gente?

- Buenos días, Leila. ¿Un mal día? -me preguntó dulcemente dándome mi cajetilla personalizada y un vasito de agua. Me encogí de hombros, no tenía sentido explicarle que cuando estás aquí los días dejan de ser buenos. Me tragué las pastillas y abrí la boca para que comprobara que me las había tragado.

- ¿Ha bajado ya Savanna?- le pregunté antes de irme. Recordando lo que me dijo.

- Ah, ¿ella no iba de excursión? No tenía constancia de ello. Gracias por decírmelo me iba a ir ya.- me respondió Camelia pensativa. Quizá no le hayan dejado quedarse o haya cambiado de opinión o...- Quién sí ha pasado por aquí hace apenas unos minutos ha sido Marcos.- ¿Marcos? ¿Él no iba? Pero justo entonces, entra Savanna por la puerta del comedor. Mentiría si dijera que no me alegré.

- Buenos días.- dice Savanna con una gran sonrisa.

- ¡Buenas!- le digo contagiada de su humor. También influyó que me dijera que estaba él.

- Vamos Savanna, la medicación. Ni Ángel ni Raquel me han comentado nada de que te ibas a quedar.- dice Camelia con voz de reproche haciendo el mismo proceso con ella que conmigo.

- Ya, bueno, se han enterado esta mañana, así que supongo que no les habrá dado tiempo a decírtelo y eso.- la enfermera le mira con desconfianza pero no pregunta más y sonríe.

- Ajá, vale chicas, desayunad y comportaos. Luego hablaré con Ángel. Adiós.- nos despide mientras comienza a recoger.

Savanna y yo sonreímos, exclamamos un adiós y nos dirigimos hacia los expositores. Todo esto para nosotras, he hecho algo bien. Elijo un par de tostadas y un vaso de leche y espero a Savanna, ella escoge lo mismo. No sé si va a aceptar sentarse conmigo ya que siempre come sola pero...

ARIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora