Capítulo 3

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¿Qué? ¿De verdad ha dicho eso? No sé qué hacer ahora. Estoy perdida. ¿Tú qué harías Ariel? Pero no me da tiempo a racionar. En seguida se levanta, coge la bandeja con tanta dureza y nerviosismo que se le cae algo y sin preocuparse va hacia la puerta, la abre y se queda ahí, parado en la puerta unos segundos, lo justo para excusarse:

- Yo... lo siento, no pretendía esto, de verdad. Buenas noches Leila.- las palabras sólo salían de su boca, sin un por qué. Debería haber dicho o hecho algo... pero simplemente no sabía el qué. Voy hasta la puerta, donde todavía su aroma permanece. O quizás sea mi imaginación perturbada. Siempre lo estropeo todo, debería simplemente ir a la cama y no despertar más en este mundo en el que si no actúas con la suficiente rapidez el fango te hunde consigo, te consume. Me tropiezo con algo y bajo la vista, ahí está aquello que se le había caído antes. Un rosa. La cojo con la delicadeza de coger cristal y la huelo, su olor solo se asemeja a una estancia en el paraíso. La dejo en la pequeña mesita de noche y me meto en la cama con el único deseo de poder dormir toda la noche del tirón y sin recordar por la mañana todo lo ocurrido. Cosa que sé que no ocurrirá.

¿De verdad no lo pretendías, Marcos? y lo último que veo antes de cerrar los ojos es la dulce rosa.

*****

Me encuentro sola, en la sala de terapia. Hoy Ángel no se va a poder quejar de que he tardado. He aprovechado que que a mitad de la noche me he despertado para darme una laaaarga ducha, lo suficiente para que toda mi mierda corriera con el agua templada hasta dejarme completamente vacía, más tarde he bajado y he esperado a que abrieran el comedor para medicarme y desayunar algo. Y ahora, aquí me hallo, todas las sillas igual que ayer, en forma de u, indiferentes. Pasan los minutos, los segundos. Lentos, agonizantes. Me concentro en un punto del horizonte, con apenas unos rayos de luz aún, e intento no pensar en nada más. No sé cuanto tiempo pasa, pero de repente se oye la puerta abrirse, ni si quiera me giro, ese punto me tiene lo suficientemente absorbida como para prestarle atención a Ángel.

- Leila, ¿pero cómo has entrado?- exclama sorprendido.

- Por la puerta.- le respondo secamente, pero él se ríe. No sé exactamente si ha ignorado mi tono o no lo ha apreciado. Aún así, no puedo creer que esté tan bien como cualquier día, si pretende que le siga el juego está muy equivocado.

- Sí, eso lo supongo, me refería a qué haces aquí a estas horas.- aclara con sorna.

- Ser puntual. ¿O crees que debería irme por si me encuentro una sorpresa por llegar demasiado pronto?- le respondo echándole en cara lo que ayer me dijo. Es imposible que estando en este punto no haya notado mi sequedad al hablar con él. Una vez más, me sorprende con su puñetero buen humor. Se ríe.

- No, no creo que por eso haya que tomar medidas.- Será mamón. Al ver que no respondo añade.- Venga, Leila échame una mano a preparar la terapia.- dice con demasiado ánimo y positividad.

- No te confundas, no soy tu ayudante.- creo que aquí se da cuenta de que estoy realmente... ¿enfadada? ¿dolida? ¿confundida? ¿sola? ¿hay alguna palabra que describa todas esas emociones juntas?... ¿Deprimida? No, no creo, todavía queda algo de ira. Ángel se acerca lentamente. Me niego a mirarle.

- Ayer solo tuviste un día malo, nada más...- pero no le dejo que siga, ha sido bastante con la estupidez que ha soltado.

- Déjame Ángel, cállate antes de que la cagues más, no me conoces.- para este momento el maldito punto se transformaba en manchas negras por el sol.

- Pero Leila...- le corto, no necesito escucharle más.

- Déjame, por favor.- le pido un poco menos cortante. Él, sin decir nada, vuelve a lo que estuviera haciendo. Y yo me quedo ahí, mirando hacia el infinito.

ARIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora