Capítulo 5

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Sus dulces y cálidos labios se deslizaban suavemente por mis mejillas, mi cuello, mis labios... No sabía los segundos ni los minutos (que bien podrían haber sido horas) que llevábamos así, en esta danza sin melodía, en este sueño tan real.

Me alejo apenas unos centímetros, todavía hay algo que no  encaja.

- Marcos, ¿no deberías estar en la ciudad? - se incorpora un poco, levantándome con él.

- Debería, pero tenía revisión y no podía faltar.- contesta con una mueca.- además, no te iba a dejar sola ¿no crees?

- Savanna ha estado conmigo y aunque no estuviera puedo cuidarme yo misma, gracias.- le digo con suficiencia.

- ¿Ah, sí?-me tira con delicadeza en el suave césped y se acerca a mi oído, sus labios acariciando mi lóbulo.- ¿y por qué entonces estás aquí y no de excursión?- susurra.

Asciende lentamente sus manos desde mi muslo hacia mi vientre. No me da tiempo a responderle, porque comienza a hacerme cosquillas. Una tanda de dolorosas e intensas cosquillas que no me dejan parar de reír me recorre teniendo su centro en mi tripa, mi cuerpo contoneándose salvajemente por ellas.

Hasta que una de mis rodillas impacta fuertemente en su cabeza. Marcos deja de tocarme y se lleva sus manos donde todo indica que dentro de poco aparecerá un bulto como el Mulhacen de alto. Río como no me he reído con las cosquillas.

Me levanto y voy hasta él y lo abrazo. Para que luego diga que no sé cómo defenderme.

- Lo siento mucho, perdón perdón perdón.- digo riéndome por sus gestos y muecas.

- Sí, ya lo veo. Si te rieras un poco más pensaría que estás aún más arrepentida.- sonó enfadado pero se le escapó una preciosa media sonrisa. Y yo le complací, me reí aún más.

- Queeeee síííííí.- dije  y comencé a darle besos por la incipiente mutación que empezaba a sobresalir de su frente. Cogí sus manos y lo levanté conmigo.

-Vamos a por hielo.

Entramos al salón, parecía que no había pasado el tiempo (el día nuboso que habíamos tenido tampoco ayudaba), todo estaba tan quieto y silencioso como esta mañana. Aún así, ya eran las ocho y media y pronto todos estarían aquí.

Seguimos andando hasta el comedor y en cuanto llegamos, Marcos se sienta en uno de los largos bancos.

- ¿Te estás mareando? -le pregunté preocupada.

- No es para tanto, tranquila.- pero noté que estaba un poco más blanco que hacía unos segundos.

Fui hasta la cocina y como no vi a nadie me metí dentro y busqué hasta encontrar una caja azul y blanca como de gomaespuma, la abrí y ¡VOILÀ! el hielo que necesitaba... enfriando el pescado que supongo sería para la cena. Me urgía y tampoco era plan de ponerse tiquismiquis. Busqué una bolsa más o menos pequeña y cuando la hube encontrado, metí una buena cantidad de hielo. Un pez que había quedado descubierto por la falta de hielo, me miraba de una forma intimidatoria, con los ojos inyectados en sangre.

- ¿Ahora qué, eh? No puedes hacerme nada, ¿verdad? ¿A que no?- le digo al besugo, subiendo y bajando mi dedo índice entre sus dientes.- ¿No puedes morderme? Claro que no, já, por fantasma. ¿Dónde vas mirando así? Ale, que te coman bien.

Cierro la caja de golpe, cojo la bolsa con los hielos y voy hacia Marcos, que está con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las piernas. El comedor ahora está iluminado totalmente por lámparas de un color cálido. Llego hasta él y me acuclillo.

- ¿En el Polo Norte hacía mucho frío?- dice mientras le coloco la bolsa en la frente.

- No he tardado tanto, cabezón. Nunca mejor dicho.

ARIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora