Extra 1: Ophelia

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Nunca quiso tener hijos. Tampoco casarse hasta que conoció al amor de su vida, pero sus padres no creían que fuera suficiente y la obligaron a casarse con Killian Ephird, un chico de familia rica. Tuvo la suerte de que le permitiera seguir yendo a la universidad.

A los 20 ya estaba casada, embarazada y cansada, pero no dejó sus estudios. Su marido era un hombre decente, pero se notaba la enemistad entre ellos. Nunca lo amó y se odió por permitir que la embarazara. Nunca fue más que una incubadora para los Ephird, pero no la obligaron a hacerse cargo. Su suegra se encargó de criarla, así que se dedicó por completo a sus estudios.

El día más feliz en todo su matrimonio fue sin dudas cuando Killian murió. No fue al funeral, más que nada por respeto, porque sería descortés que la vieran sonriendo de oreja a oreja.

Respecto a su hija, June, según la tradición, nunca se llevaron bien. La mandó a la mejor escuela internado de Inglaterra y abrió su galería soñada, con ayuda de algunos amigos. Se dedicó en cuerpo y alma a su amada galería, reclamó su apellido de soltera y ganó respeto. Con algunas influencias de los Grimm y los Ephird, no tardó en hacerse un nombre propio en esa ciudad.

Su reacción al saber que su hija mantenía una relación con su profesor no fue mucha. Su suegra puso el grito en el cielo, pero no era un asunto suyo. Era un asunto de June. Seguro no era más que un capricho para llamar la atención. De verdad no esperaba que fueran a casarse. Walter era un hombre sin ambiciones ni colores, lo supo apenas lo vio. Pero era un asunto de June.

Fue vergonzoso ver a su hija rogándole por préstamos para pagar el alquiler, mucho más que se pusieran a tener hijos en su situación económica. Pero les mandó una mensualidad sin falta, no por cariño, sino porque sentía que se lo debía a June. Aunque nunca se molestó en visitarla.

Se mantuvo así por una década. June de vez en cuando le enviaba fotos de sus hijos. Le pareció una falta de respeto ponerse a parir sin control cuando apenas llegaban a fin de mes, incluso con la nada modesta mensualidad que les daba. Prometió hacerse cargo de uno de los gemelos, aunque nunca aceptaría a un varón. Los hombres no atraían nada más que desgracias.

Esta oferta volvió loco a su yerno y todos los meses le mandaba las notas del niño (cuyo nombre ni se molestó en recordar), además de imágenes de los trofeos que ganaba y alabanzas dignas del más grande lame-culos del mundo. ¿De verdad creía que le dejaría su fortuna aun hombre? Ni loca. Lo que más le interesaba eran los dibujos de la pequeña que su hija le mandaba. La niña, Juno, tenía bastante talento. Heredado de ella, obviamente. Ella sería su heredera.

Mientras estaba embarazada de su tercer hijo, June enfermó. Siempre fue débil, por eso creyó que su marido era un imprudente al embarazarla sabiendo lo que le provocaría. Quiso pagar el tratamiento, pero Walter, ya humillado por las mensualidades, se negó a aceptar su ayuda.

June falleció poco después de dar a luz. ¿Era raro que no soltara una lágrima?

Decidió visitar a los niños por primera vez, como respeto. El pequeño piso donde vivían estaba con la puerta abierta y escuchaba unos gritos desde afuera. Entró con cuidado, escuchando el llanto de un bebé y golpes secos muy duros, junto con varios gritos de dolor.

Ophelia corrió hacia los gritos y se vio con el horror. Su yerno, el inservible, encima de su propia hija, golpeándola como un saco de arena. La bebé llorando a un costado, botellas de licor por todos lados, y la niña en el suelo, llena de sangre y rodeada por vidrios rotos, ya cayendo en un estado de desmayo por todos los golpes que le propinaba aquel nefasto hombre.

Lo tomó y con una fuerza que no sabía que tenía, lo apartó de la niña.

—¡Walter, por el amor de Dios! ¡¿Planeas matarla?!— le asentó una cachetada, nada comparado a lo que le hizo a la niña. —¡Lárgate de aquí, borracho inútil! ¡VETE DE MI PUTA VISTA!

Como el cobarde que era, el hombre salió corriendo. Tomó a ambas niñas y las llevó a la clínica más cercana. Ese maldito hombre... le reventó los oídos a la pobre Juno y la bebé venía con un defecto cardíaco de nacimiento. Su pobre June, ¿Acaso no encontró un hombre más derecho?

Su hija adoraba a sus niñas, no habría querido que las dejara con ese hombre. Hizo lo correcto y se las quitó, no fue difícil considerando que dejó sorda a Juno. También le cortó la mensualidad, levantó una orden de restricción y les cambió los apellidos. Que se jodieran Walter y su maldito hijo, igual de egoísta y malvado que él. Por ella que se hundieran juntos en sus vidas de mierda.

Juno se parecía mucho a June, más allá del nombre. Heredó el color de ojos de las Grimm, algo que solo heredan las primogénitas de cada generación. Les hizo las mejores terapias, las llevó a las mejores escuelas y con el tiempo se volvieron una familia de tres, Fue una pésima madre, no iba a negarlo, pero lo compensaba siendo la mejor abuela que esas niñas pudieran desear.

—Abuela, ¿Puedo hablar contigo?— le preguntó Juno, tras cumplir 12 años.

—Por supuesto, querida— asintió.

La niña se sonrojó. —Quiero ser como tú.

—Para eso tienes que endurecerte, Juno— le dijo. —No puedes permitir que nadie te pase por encima, o nunca te los quitarás. Debes volverte fuerte, independiente de todos, solo puedes confiar en ti misma y elegir en quienes confiar. Para ser como yo, debes cerrar tu corazón, ser quien determine las reglas en el juego y elegir muy bien a los peones que controlarás.

Esas palabras cambiaron la vida de la chica. Se enorgullecía de convertirla en alguien fuerte, debía serlo si viviría siendo sorda por culpa de ese hombre. ¿Le molestaba verla manipular a la gente, usarlas para su beneficio y solo pensar en sí misma? Claro que no. Todo lo contrario. Fue un gusto educarla para dejar de escuchar (irónicamente) a la conciencia dentro de su cabeza.

Juno iba a ser su heredera. Walter seguía insistiendo en enviarle las notas y trofeos de su hijo, pero no podía importarle menos. Hablaría con su abogado y haría los arreglos para que esos dos no vieran ni una moneda de su dinero. Juno tampoco lo permitiría, eso era bastante claro. Juno tenía talento, colores y una nueva visión del mundo. Una mujer Grimm en toda la expresión.

—Ophelia, tengo una confesión— le dijo Juno, ahora de 15 años.

—Dime, querida— le permitió llamarla por el nombre hace tiempo, ahora eran iguales.

—Conocí al interno de Walter, Malcolm Scott— dijo Juno. —Y me acosté con él.

Alzó una ceja. —¿Te enamoraste de ese sujeto?

—Dios, claro que no— dijo con asco. —Solo quise ver que cara ponía mi padre al vernos como animales en celo sobre la mesa de su escritorio. Y pensé que me podría ser útil.

No pudo evitar sonreír. —¿Qué cara puso?

—Parecía un conejo a punto de ser arrollado en la carretera— sonrió Juno. —Ahora, si me disculpas, estaré en mi taller.

¿Debía sentirse avergonzada, culpable o asqueada de haber criado semejante criatura? No, claro que no. La sonrisa en su rostro no se borró en todo el resto del día. Había convertido a esa chica en alguien asombroso, no una copia de ella misma, sino que sacó su persona interior. La voz de la conciencia que le impedía pasar sobre los demás se había quedado en silencio.

Es lo necesario que debes hacer para sobrevivir y triunfar en este mundo.

Deseo a una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora