Diez

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Cuando se despertó, sabía dos cosas con seguridad: había vuelto a arrojar su audífono en una rabia contenida y debía volver a casa. Estaba tan acostumbrada a los efectos de la hierba que no tuvo problemas en moverse, sin nada más que un leve dolor de cabeza y el estómago vacío.

Eran las seis de la mañana de acuerdo a los varios relojes en la casa. Todo el mundo estaba en el suelo, durmiendo unos sobre otros, ocupando todos los sillones y alfombras. Con su teléfono le mandó un mensaje al chofer de su abuela y bajó lo más silenciosa que pudo. Distinguió a Zane en una de las alfombras, con la nariz rota, pero no pudo importarle menos y siguió su camino.

Llegó el auto en diez minutos y volvió a la Mansión Grimm. Su abuela pasaba los domingos en la galería haciendo los arreglos para el lunes, así que estaba sola. Le pidió a la cocinera un plato de sándwiches y se fue a su taller. No tenía sueño, tenía bastante energía y quería trabajar un poco.

No tenía audífonos de repuesto, así que encargó uno para esa tarde. Con las bases de los trajes ya no tenía excusas para perder tiempo y comenzó a coser con los materiales que tenía. No iba a esperar para que Thaddea le comprara las telas, debía avanzar todo lo que pudiera. Las telas en su taller eran de buena calidad y suficientes para hacer los trajes de los protagonistas a tiempo.

Comió los sándwiches en silencio y continuó trabajando hasta que la luz natural del día se fue y tuvo que bajar a cenar. La cocinera había preparado comida francesa. Juno tragó saliva. Una comida elaborada significaban malas noticias y era un intento para aligerar el golpe.

Su abuela llegó poco después y se sentaron en la mesa.

—¿Cuáles son las malas noticias?— preguntó.

Ophelia suspiró. —Sally tuvo una recaída, se quedará un mes más en el hospital.

—¡¿Qué?! ¿Qué le pasó?— exclamó, casi saltando de la silla.

—Tranquila, no fue muy grave. Un pequeño dolor en el pecho que pudo derivar en un ataque al corazón, nada de lo usual— la tranquilizó. —Los doctores quieren hacerle otras pruebas.

Juno no podía creerlo. Se suponía que Sally volvería la próxima semana. Había pintado su habitación con árboles de manzanas, su fruta favorita, pintó manzanas en todos sus muebles e hizo un retrato de las tres para su muralla. Estaba todo listo, no podía estar pasando eso.

—¿Puedo ir a verla?— preguntó.

—Los doctores creen que lo mejor es mantenerla tranquila y tú sabes cuanto se emociona al verte— dijo su abuela. —Puedes llamarla, pero lo mejor es dejarla recuperarse en calma.

Sentía ganas de llorar. Sally había estado internada por demasiado tiempo, aunque estaba en una escuela internado quería tenerla en casa. No era su culpa haber nacido con un corazón débil o que el inútil de su padre no la llevara al médico cuando bebé. Ambas salieron perjudicadas por ese borracho perdedor y debían pagar injustamente. La vida nunca fue justa respecto a su salud.

No iba a llorar por culpa de ese hombre. Ya no más. Se tragó el nudo en su garganta, se obligó a que las lágrimas volvieran a entrar en sus ojos y tomó su sopa. El coraje que sentía era tanto que si el servicio no fuera de plata lo habría doblado. Su abuela notó su reacción y guardó silencio.

Ya no sentía ánimos de seguir con su trabajo, así que guardó su avance para mostrárselo mañana a Thaddea y se fue a dormir. Se obligó a sí misma a dormir, no quería saber nada más.

XxX

Tuvo un sueño. No una pesadilla como siempre solía pasarle, sino un sueño. Una sensación de deja vú la mantuvo en todo ese sueño, como un recuerdo que su mente quería mostrarle.

Deseo a una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora