[Peter]
La verdad no podría ser capaz de negarlo.
Al principio, cuando el dolor era aún punzante, soñé con encontrarlo por las calles de Nueva York. Era estúpido y lo sabía, me miraba en el espejo y me percataba de cuán estúpido lucía, pero muy en el fondo no me culpaba, esas esperanzas seguían vivas, muy a duras penas, pero vivas, ahogándose poco a poco, muy lento.
Es que cuando sentía que mi interés por él ya había muerto ese maldito sentimiento de esperanza volvía y como un fuerte aguacero me empapaba de desahuciada fe.También tenía su camisa en mi apartamento, ¿por qué? Sentía como si, al ver esa camisa, lo estuviese viendo a él, como si volviera otra vez a aquel momento en el que fuimos algo más que solo un par de tontos en un lugar que destilaba amor, casi tanto amor como nosotros mismos al vernos a los ojos.
Gracias a papá había aprendido a vivir con el dolor, que a veces me azotaba sin compasión, como un vaquero azota a un caballo para que haga lo que él desee, pero todo estaba bien, vivía con y sin esperanza y me sentía en el balance perfecto que me hacía ver la realidad de la mejor manera posible.
No quería volver a caer, me sentía aún muy vulnerable a pesar del tiempo.
La vida era complicada y aún más ahora que, me era realmente complicado confiar totalmente en alguien como para amarlo; por ello tres de mis miserables relaciones fracasaron rápidamente, así como un cerillo encendido se consume, lo notas y sabes que el fin está cerca y es innevitable que eso suceda.Bajé del taxi en el que me encontraba y me dirigí a la escuela, no sin antes hacer una breve parada en mi café favorito y pedir, por supuesto, mi también favorito, capuccino con suficiente leche.
—¿Qué tal tu mañana? —los neoyorquinos, o al menos gran parte de ellos, eran amables y sonrientes. Aún más Jack, el empleado del mismo café quien con sus manos ágiles servía mi orden con una gran sonrisa en el rostro. A veces quería ser como él.
—Creo que no puedo quejarme, nadie puede quejarse —le dije, irónico, él sonrió y me entregó mi café humeante.
La ciudad era grandiosa, sin embargo, en ocasiones de melancolía solía recordar cada momento en aquella habitación o en la calurosa playa, sentía que necesitaba ese lugar. Era lindo recordar cada momento vivido allí, cada beso, cada experiencia que me hizo llorar y me hizo reír.
Pagué el café cortésmente.
—Gracias, Jack.—¡De nada, señor Parker, que tengas un excelente día! —sonreí, aún era un poco extraño oír mi nombre con la distinguida palabra "señor".
Le deseé también un buen día y salí con el café en una de mis manos, pues en la diestra llevaba mi portafolio.Era temprano y ya había pensado en Tony, por ello tenía que borrarlo de mi mente, al menos por ese corto lapso de tiempo y concentrarme en ser el maestro íntegro que los niños merecían, tenía el resto del día para deprimirme quizá solo un poco, porque podía hacerlo y quizá así aliviarme considerablemente, y luego beber desde el balcón de mi apartamento en donde en lugar de una relajante playa, habría una bella pero estresante ciudad. Una enorme ciudad, en la cual él y yo jamás podríamos encontrarnos. Como dos agujas en un pajar.
Le di un pequeño trago al café, quemándome la lengua en el proceso, y saboreando uno de los mejores sabores del mundo.
Era estúpido, sabía que estaba caliente y sabía que iba a dolerme y aún así me arriesgué justificándome con un "quizá no está tan caliente", pero el sabor valió completamente la pena. Asimismo como valió la pena que Tony me besara y estuviera dentro de mí, y ahora dolía, era mi tortura, mi paraíso el cual yo mismo había elegido y no me arrepentía de ello.