Reencuentro

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La escasa luz que se filtraba entre las cortinas de las amplias ventanas fue suficiente para despertar a un adormilado Izuku, el cual se desperezó y se levantó de la cama, sintiendo bajo sus pies la cálida y mullida alfombra que tanto le gustaba.

Había pasado una semana desde la última conversación que había tenido con Bakugou debido a que había tenido que irse por motivos de negocio, pero no le importaba, todavía no estaba preparado para mirarle a la cara después de haber destapado sus más oscuros secretos sin ningún tipo de filtro y era por eso por lo que había pedido al rubio que le diera una habitación para él solo.

Hablar de su pasado todavía le dolía y le provocaba incontables pesadillas de las cuales siempre se despertaba llorando y desesperado, rezando para que se detuvieran, pero de momento no había habido suerte.

Tensó la mandíbula, cansado e irritado de esa situación y se encaminó al baño para asearse. Cuando entró, se observó brévemente en el espejo, divisando sus pronunciadas ojeras y su mirada afilada, al igual que sus definidos músculos, fruto de sus entrenamientos diarios.

Cuando abrió el grifo, el agua fría le dió la bienvenida, resbalando por sus facciones y recorriendo todo su cuerpo hasta llegar a sus pies, escurriéndose después por el suelo y desapareciendo por el desagüe. Las duchas matutinas eran lo único que conseguía animarlo un poco y sacarle de ese círculo de oscuridad con el que se rodeaba al salir de su habitación.

En la semana que llevaba ahí, había matado a tantas personas que había perdido la cuenta y, aunque fueran todas escrementos humanos que merecían un destino peor que la muerte, a Izuku le recordaban su pasado. Sin embargo, ya no sentía la misma culpa al apretar el gatillo y eso le aterraba, no quería convertirse en uno más de los matones de Bakugou que seguían órdenes como autómatas, sin siquiera procesar la información.

Suspiró y salió de la ducha, enroscando una toalla al rededor de su cintura y abriendo el armario de su habitación, buscando algo que ponerse. Decidió llevar unos pantalones negros, cortos y ceñidos que apenas le cubrían el culo entero y los combinó con una camiseta deportiva, también negra. Cuando se hubo terminado de vestir se miró en el espejo y asintió para sí mismo; hoy le tocaba entrenar flexibilidad y esa ropa le daría la movilidad necesaria para su cometido.

Se calzó y salió por la puerta, cogiendo su botella de agua, una pequeña toalla para limpiar su sudor y se encaminó al gimnasio. Recorrió numerosos pasillos antes de llegar a su destino y reprimió una sonrisa al recordar lo difícil que le había parecido hace una semana orientarse en la mansión, ya que siempre acababa perdido o entrando en salas privadas.

Sacudió la cabeza cuando recordó cómo había entrado en la habitación de Kirishima mientras se estaba divirtiendo con Denki. Después de eso, se había hecho un improvisado mapa, ayudado por Ashido, su mejor amiga, para saber dónde tenía que ir.

Abrió la puerta del gimnasio, percatándose de que no había nadie. Suspiró y decidió aplazar sus estiramientos para más tarde ya que necesitaba que alguien le ayudara con algunos ejercicios. Cuando se agachó para dejar sus cosas en el suelo, notó una mano que se posaba en su cintura, bajando hasta su trasero y apretándolo descaradamente, lo que provocó una furia terrible en Izuku, el cual detestaba que le tocaran sin su consentimiento.

Intentando mantener la calma, se irguió y giró lentamente hasta estar cara a cara con su agresor, topándose con unos ojos rojos que le observaban con malicia.

- Shigaraki-escupió Izuku con desdén.

- Menudo recibimiento más desagradable... igual debo enseñarte modales.

Las últimas palabras del peli-celeste acabaron con la paciencia y autocontrol de Izuku, el cual adoptó una posición de combate y se lanzó hacia el otro hombre, asestándole un puñetazo en el estómago y, aprovechando que se encorvaba debido al golpe, dirigió su otro puño a la mejilla contraria, la cual golpeó sin remordimiento.

Hasta el final (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora