La fiesta

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Frío. Era lo único que sentía. Sus pies descalzos avanzaban sobre el hielo, provocando pequeños cortes en sus plantas y dejando una sensación incómoda, que era apenas perceptible debido a la poca sensibilidad que tenía en ellos.

Frío. El viento azotaba su pequeño cuerpo helado, provocando respiraciones entrecortadas y espasmos musculares que intentaban desesperadamente mantenerlo con vida mientras avanzaba por la enorme placa de hielo, sin saber a dónde se dirigía.

Frío. Pequeños fragmentos de hielo se acumulaban en su pelo y pestañas, alborotados por el fuerte viento que más se asemejaba a un huracán y amenazaba con hacerle caer contra el suelo.

Frío. Cada paso que daba era una terrible agonía que le provocaba un dolor ensordecedor en sus articulaciones, haciendo que su caminar que tornara irregular y vacilante. Notó su piel hormiguear dolorósamente y comprendió que había caído al suelo, incapaz de sostenerse por más tiempo.

Frío. Sus dedos se cortaron y enrojecieron ante el contacto con el hielo y el intento de avanzar hacia adelante, reptando. Todo daba vueltas, todo dolía, nada tenía sentido y lo único que tenía en la cabeza era la vaga idea de que tenía que alcanzar algo que se iba, un olor que hacía que todo su ser respondiera, buscándolo.

Calor. Su cuerpo se relajó instantáneamente como respuesta al aroma a pimienta que tan desesperadamente había buscado, el dolor y la angustia desaparecieron, dando paso a la calma y felicidad, provocando una placentera paz mental que hubiera deseado que durase para siempre. No sabía dónde estaba pero no le importaba, tenía claro que ese era su lugar, donde debía estar, siendo acogido y resguardado por esa fuente de calor que le hacía sentir tan bien, tan seguro, tan a salvo...

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Abrió los ojos, sintiendo su piel hormiguear placenteramente y su pecho cálido, todavía albergando las últimas emociones causadas por el sueño. A sus aún adormilados oídos, llegaron unos amortiguados suspiros que llegaban de algún lugar por encima de su cabeza y una agradable brisa intermitente que removía su cabello verde. Volvió a cerrar los ojos, en un intento de disfrutar de la quietud y tranquilidad que reinaba en la habitación pero fue sobresaltado cuando su supuesto colchón se movió, haciendo que abriera sus ojos, alerta, encontrándose con una mirada rojiza que lo observaba fíjamente, haciendo que sus mejillas se tiñieran de rosa.

- Bu-buenos días K-Kacchan.

El rubio sólo gruñó, provocando que su pecho vibrara por un breve instante y pasó un brazo por la espalda contraria, atrayendo a un sorprendido Izuku hacia su pecho caliente y manteniéndolo ahí a pesar de sus quejas.

- ¿Vas a callarte ya, jodido pesado?

- Pero Kacchan, tengo que ir al gimnasio y luego a...

- No vas a ir a ninguna parte hasta que te dé una puta pistola-gruñó Katsuki, aflojando el agarre que tenía sobre la espalda contraria y levantándose de la cama, caminando hasta su escritorio y rebuscando en sus cajones- y como me entere de que no la llevas encima, tendremos un problema-concluyó el rubio en un tono amenazante, caminando hasta Izuku y entregándole la pistola en la mano, el cual puso los ojos en blanco y, comprendiendo que era una pérdida de tiempo discutir con él, la cogió y se levantó de la cama.

- Buen chico, ahora déjame ver esos cortes.

Ambos caminaron hasta el baño, sin mediar palabra y permanecieron en un denso silencio en el cual Izuku sólo pensaba en su sueño. No era la primera vez que tenía ese tipo de sueños; a menudo se encontraba soñando con situaciones extremas en las que avanzaba sin un rumbo fijo, buscando algo. Sin embargo, era la primera vez que el sueño no había acabado con su muerte sino con el olor picante de Katsuki y su calor corporal.

Hasta el final (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora