Llevo la vista hacia el suelo, evocando el fatídico día de hace diez años. No entiendo por qué mi mente decide volver una y otra vez a ese momento. Ya no se puede evitar; ya ha sanado. El cuenco ha sido reconstruido, se han rellenado de oro sus franjas. Vuelve a estar lleno de posibilidades.
Han regulado la luz del salón para que resulte placentera a los ojos. Pili conecta su móvil a un altavoz, improvisando una especie de discoteca, y reproduce una lista de música que sirve para desmelenarse. Se llama «Para cuando acabas hasta el coño».
Mamá aplaude al ver cómo sus amigas entrelazan las piernas, giran y bailan pasodobles, y se desgañita con Pili, que demuestra su maestría con un perreo insano (yo no sé cómo conserva los huesos intactos). Animada al fin, se une al corro de amigas e intercambia unos movimientos improvisados, torpes pero puros. Siento que una lágrima quiere escabullirse al verla tan feliz.
Lucio se acuclilla frente a mí y sonríe arrugando la frente. Cerciora de un simple vistazo que sí, que ya voy un poco ciego debido al ponche. Se alza, me roba la nariz como a los niños pequeños, y se sienta a mi izquierda. Rodea mis hombros con el brazo y acerca su boca a mi oído. Inclino la testa, a ver qué quiere.
—Feo —susurra. Sin cambiar de postura, me río con los ojos apelmazados. Repetimos la acción, esta vez al contrario. Aguarda con la oreja puesta y, debido a que ya no calculo tan bien como me gustaría, apoyo la nariz en su cara.
—Te quiero.
Rompe a reír, doblándose contra el respaldo. Rasca mi cabeza con cariño.
—¡No, tío! Dime que no eres esa clase de borracho.
—¡Qué! —Me quejo. Pronuncio más despacio de lo que me gustaría—. ¡Es la verdad!
—Eso no te lo discuto —Levanta las manos en son de paz.
Ofrezco el vaso.
—¿No bebes?
—No puedo quedarme hasta tarde, que los peques madrugan. Tengo que lavar la ropa, tenderla, preparar el desayuno, despertarlos, acompañarles al cole, barrer, fregar, hacerles la cama... Esas cosillas.
Me acerco a su rostro, chocando nuestras frentes. Le señalo con el dedo índice.
—Cuando seamos novios no dejaré que hagas todo tú solo —Vuelve a reírse y niega con esa satisfacción en el rostro, la que dibuja cuando se sale con la suya.
Me acaricia el alma de un solo vistazo. No necesita palabras para demostrar que lo que siente es mutuo.
—¡Guapo! ¡Ven pacá, a ver cómo mueves ese culito! —invita Pili, agarrando del brazo a Lucio. ¡Con lo grande que es y no la vi venir! Él acepta de buena gana. Unido al corro de amigas, se frota las manos y advierte:
—¡Dejad paso al maestro!
No sabría definir el género de música que está sonando, pero es muy alegre y animado. ¿Salsa, tal vez? Lucio flexiona las rodillas y lleva un puño al frente, entregado, y muerde su labio inferior para hacerse el interesante. Héctor y yo reímos al unísono y casi pego un brinco al escucharlo. Olvidé que estaba justo a mi lado, charlando con Lorena.
Se me borra la sonrisa socarrona cuando Ferre menea las caderas en círculos. Da media vuelta, torciendo los pies con maestría, y mueve el culo de tal forma que consigue hipnotizarme en segundos. Se postra seductor frente a Mari, la madrastra de Jona, y bailan pegados mientras los gritos fanáticos del resto los envuelven. Sus muslos tensos, la espalda arqueada, la ausencia de duda en cada movimiento, la actitud sensual con que mira y sonríe...
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Criaturas de la sombra
Romance"El paraguas que me cubrió esa tarde de otoño no solo me protegió de la lluvia. Héctor: el día que apareciste, todo a mi alrededor cobró vida y lo que alguna vez dolió comenzó a menguar como la tenue luz de una vela. Tú me salvaste de mis demonios...