When you fall in love with a fool

Truth and drunk

Había demasiadas cosas que había aceptado de él, desde su actitud déspota hasta aquel comportamiento infantil que lo busca cuando se siente indefenso, porque Chef había comprendido, a base de discusiones y promesas, que Chris Mclean no era el hombre más desagradable que haya conocido. Al contrario, podía ser encantador, carismático, inclusive más humano de lo que se mostraba frente a la cámara y los reflectores; y si bien había comprendido que el hombre que se presenta en los espectáculos es él, también la persona que es en la privacidad existe, que nada en su persona es artificial. Que todo lo que le ha permitido conocer con el tiempo es la verdad.

O casi.

Porque hay cosas que aún no le ha permitido saber, enigmas de su vida que resguarda con tanto recelo que se vuelve incapaz de comprender en totalidad. Y es algo que odia en demasía, no solo porque él no sienta la suficiente confianza sino por la misma sensación de incapacidad que le crea, ya que le es incompresible verse excluido de las cosas que lo atormentan mientras pide por un consuelo que aturda el dolor que se añeja en el misterio; provocando que se deteste a sí mismo por mantenerse en un límite cuando podría hacer las cosas distintas, hacerlo entrar en razón, que no debería ensimismarse si lo tiene ahí, porque han estado juntos en las buenas y en las malas aún si en ocasiones resultaba mejor huir. Porque lo ama pese a no poder ser aceptado de esa forma.

Pero continúa callado, viviendo con la idea aún no se le es permitido conocer cada una de las cosas que le duelen, solo las maneras absurdas con las que trata de ignorarlo. Lo cual resulta irónico como patético, porque recae en las acciones de las que tanto se jacta en la vida diaria; sabe que repudia no encontrar otra manera de exteriorizarlo, es algo que se hace evidente cada que fija la mirada en su rostro cansado, en los belfos que luchan por no torcerse en el momento en que la vida comienza a impregnar su sabor en todos lados de su boca y garganta. Chris no era un gran bebedor, ni siquiera bueno, perdía los estribos con tanta facilidad que solo se encontraba en confianza de ingerir alcohol cuando podía estar ahí: porque procuraría que su imagen no se desquebraje frente aquellos que reaccionarían ante alguien vulnerablemente peligroso.

Lo escucha murmurar un intento de conversación, indeciso si continuar presionando la botella contra sus labios u atreverse aminorar el ambiente tenso cada que la conversación se reduce a monosílabos.

Cruzan unas cuantas palabras antes de volver al inicio, donde solo se queda sentado, esperanzado en que pueda saber algo pese a saber que nunca es así.

De pronto sucede algo que no ha pasado en anteriores ocasiones.

Lo escucha hablar torpemente, combinando las palabras entre sí hasta lograr empujar la frase fuera de su boca.

"Puedes irte si quieres".

Lo que lo desconcierta completamente.

Intenta recomponerse para explicar que puede tolerarlo un poco más en ese estado, incluso si está en la seguridad de su hogar.

Pero él parece esforzarse aún más por alejarlo.

Desconcertado y herido, decide levantarse de su lugar, negándose a ver la reacción de alguien que sabe está creando las circunstancias perfectas para ese escena.

"Me voy" menciona, con la ingenua esperanza de que lo detenga.

Pero es Chris y no lo hará, lo sabe de antemano porque ha tenido que aprender a odiar y amar ese lado suyo tan reacio.

Aun así, no lo dejará solo, esperará hasta que él le pida que vuelva, que lo cubra de su propia imagen frágil que rehúsa reconocer como propia.

Lo cual no pasa, incinerándolo en dudas que no pueden ser extinguidas.

En cualquier otra situación podría permitirse ir a dormir, leer una de las novelas que no ha terminado por el trabajo, cualquier cosa que no lo involucre; sin embargo ha estado condicionado a ese bastardo, a cuidarlo, a preocuparse por detalles que le adviertan que algo no está bien. Incluso si su vida no se encuentra en un hilo de entre vivir o morir, es igual de importante.