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Cuando alguien despierte la furia del toro, no por una mera provocación, sino por haberle infligido un dolor mortal, embiste hasta su último aliento. Darian no entró en razón, y antes de que lo detuvieran, cogió la chaqueta y salió escopetado. Hester fue tras él, pero lo perdió de vista nada más llegar al portón, con la lluvia cayéndole.

— Hay que detenerle antes de que cometa una locura y lo hieran.  

— No debería preocuparse, sabe apañárselas. ¿Por que no entra y se resguarda del frío?

— ¡Nooooo! — le agarró el bajo de la chaqueta —. No quiero perder a mi marido.

— Hester, cálmese. 

Él, que se consideraba un experto con las mujeres, no supo manejar con la histeria de la que tenía enfrente. 

— No lo entiende. Darian... Darian está dolido. 

Para su estupor, la mujer se desvaneció.

— Perfecto, tengo una mujer desmayada — la cogió en brazos y llamó a Perkins que se sorprendió al encontrarse así el percal —. Cuide de vuestra señora, de mientras, iré a buscar al cabezota de su señor.

— Pero, milord, ¿hay que llamar un médico?

Adam se giró y abrió la boca.

— Sí, llámalo por si acaso. No vaya ser que Darian tenga una bala en la cabeza.

— ¡Qué Dios no lo oiga!

El aludido alzó las manos y fue en búsqueda de su amigo. 

Cuando lo encontrara, lo iba a moler a golpes. ¿Por qué no ser una vez en la vida un caballero? Pero no, el señorito debía de liarse a puñetazos con el señor Charleston. No evitó de acordarse de aquella vez que lord Sanders le propinó una paliza por la estúpida ocurrencia de soltar la verdad. 

— ¡Darian! Si no te da un balazo, te lo doy yo. Me has estropeado los planes de esta noche — gruñó y llamó a un coche de alquiler.

Si conocía los vicios de los Charleston, podía estar en varios sitios. Así que decidió dejarlo en la suerte, con la esperanza de llegar antes que su amigo. 

***

Para Darian, no tuvo suerte en el primer sitio que fue, que era en el club. Estaba rabioso, y más consigo mismo por permitir que él hablara mal de su mujer, queriendo crear una telaraña a su alrededor. La furia era una capa ropa que lo rodeaba y lo espoleaba, azotándolo.  Fue a una de la casa de compañía, sin molestarse en identificarse y entrar como un vendabal.

— ¿Dónde está lord Charleston?

— Sir, no puede entrar así.

— Dime dónde está si no quiere que cuente que vendéis opio.

Los ojos del matón llamearon y la dueña tuvo que ponerle una mano en su hombro para tranquilizarlo.

— No queremos sangre, milord.

Le señaló a una de las puertas donde podía estar. La abrió y entró en una sala de juego. Había mesas pero estaban vacías, menos una con un ocupante en su sitio.

— Yo de usted, no daría otro paso falso.

El muy... lo apuntaba con el cañón de una pistola.

— Tranquilo, solo tengo dos balas.

— ¿Quiere seguir siendo un cobarde? — se acercó sin importarle que lo estaba apuntando, mas no se asustó cuando oyó el fogonazo del cañón, no le impactó —. ¿Por qué, mi mujer, malnacido?

— La dulce Hester, ¿se lo ha contado? También cuando gritaba estando en mis brazos.

No lo dudó, acortó las distancias y se abalanzó sobre él. Le dio un puñetazo en su cara y este alzó la pistola directamente a su sien. 

— Baja la fuerza, amigo.

— No eres mi amigo. Deberías estar muerto.

— No soy yo quién debería morir. Lady Sanders me contrató, si quieres tener una cabeza de turco, ten la de ella. 

Tenía que habérselo imaginado, pero recordar las palabras del hombre, tan sucias sobre su esposa, lo enojaban. 

— Hester no se fijó en usted.

— Claro que no se fijó, estaba la pobra ciega con el recuerdo de un esposo que no la trató nada bien. ¿Y el regalito que le trajo? Ese bebé que no es suyo. Déjeme vivir si no quiere que el pequeño sufra las consecuencias.

Daria apretó la mandíbula hasta hacerse daño y se puso en pie, sin dejar de mirarlo como la cucaracha que era. 

— No se atreva a jugar con Ian.

— No he sido el único testigo de ello, recuerda a la tía de la joven, ella sabe tan bien como yo que nunca dio a luz.

— Hazlo, y sus negocios se verán arruinados. 

— Siempre te has considerado un Dios, Darian, pero no eres más que un perro. 

Antes de que lo disparase, vio consternado como el hombre caía a sus pies.

— Te tiene envidia — Adam apareció ante su visión con una botella rota —. Me debes una, amigo, sino Hester sería una desconsolada viuda. 

No pudo estar más de acuerdo, lo abrazó, sintiendo que podría haber perdido la vida en un segundo. 

— ¿Qué haremos con él?

— Denunciarlo, a él y a lady Sanders. 

Ante la mirada confusa de su amigo, le respondió.

— Ya te contaré...

Regresa a mí #7.2 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora