Teil neun: אני אוהב אותך

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Parte Nueve: Te amo.

Tocó un par de veces la puerta, antes de entrar a la habitación. Había terminado con sus deberes por ese día. Y ahora, antes de ir a dormir, como ya era costumbre, entraba a la habitación de Izuku. A veces platicaban un rato, otras veces se sentaba a escuchar a Izuku, quien le relataba lo que había vivido. La incredulidad que sentía al escucharlo, era casi tan grande como la impotencia, al darse cuenta de que el joven vivió todo eso solo. Y, en mejores ocasiones, solían sentarse a jugar algún juego de mesa; de hecho, en una ocasión, no supo cómo, terminaron saltando sobre la cama como si fueran aún niños.

-¿Izuku?- Cuando miró hacia la cama, encontró al joven allí sentado. Las lágrimas caían de los ojos verdes, resbalando por sus mejillas.

Katsuki no dijo nada al respecto. No era esta la primera vez que encontraba a Izuku llorando.

Su única acción, fue la de acercarse, y sentarse sobre la cama.

-Lo extraño- Suspiró, enfocando la mirada sobre el piso de madera. Sabía bien que el ojiverde se refería a su abuelo. Y también sabía, que no importara lo que dijera o hiciera, eso no haría sentir mejor a Izuku. –No debió ser de esta forma… debería estar vivo… atendiendo la panadería que tanto amaba- Cerró los ojos, cuando escuchó el sollozo que le siguió a aquellas palabras. Era difícil escuchar el dolor de Izuku. Aunque quisiera hacerlo desaparecer sabía que no podía. Lo sucedido no podía cambiarse, y los muertos no revivirían.

-Sabes…- Continuó el joven de ojos verdes. –En el tren… había un hombre sin ojos. Era parte de los prisioneros de experimentación médica. Le inyectaron una sustancia química para ver si podían cambiar el color de sus ojos…- profirió. –Pero sabes… ¿cuál fue mi mayor temor, cuando tomé el tren para volver a Berlín?- preguntó. –Estar solo… no tenía nada ni a nadie… no sabía qué iba a hacer. Pensé… que estaría solo- confesó.

El rubio, miró al joven, encontrando sus ojos rojos con los verdes que brillaban bajo la luz de la lámpara. Dicho joven, le dirigió una pequeña sonrisa.

-No pensé… creí que ya estarías casado. Que tendrías toda tu vida hecha. Nunca pensé… que me encontraría aquí, en una habitación más grande que mi antiguo hogar. Nunca imaginé… que aún recordarías a un niño que conociste un día en una panadería…- No pudo continuar, pues los sollozos se lo impidieron.

El semblante del rubio se suavizó. Abandonó la posición en la que se encontraba, para poder acercarse al joven, quien, como un niño necesitado, se acercó también y lo abrazó fuertemente; liberando en aquella acción todo el dolor, el desconsuelo y el agradecimiento.

-Tonto- susurró el rubio. ¿Cómo podría haberlo olvidado? Izuku le había enseñado tantas cosas, que no podría olvidarlo jamás. Si tan solo Izuku supiera, la angustia que había vivido cuando se enfrentó a la posibilidad de no volverlo a ver. –Todo este tiempo… he escrito algunas cartas. Creo que deberías leerlas- Quizás no con palabras de boca, sino con los sentimientos que había plasmado en aquellas cartas. Quizás así podría ilustrarle a Izuku, lo que había sido su vida cuando él estuvo ausente.

-Lo haré- murmuró el joven peliverde. –Pero ahora… ¿podrías quedarte? Como aquel día, cuando dormiste a mi lado- pidió. Sabía que ya no eran niños, y que una petición de ese tipo no era correcta. Y sin embargo, no quería estar solo esa noche.

Pero entonces se encontró a sí mismo acostado, con la cabeza sobre el pecho del rubio, y siendo su cuerpo abrazado por éste. Suspiró con alegría, aquella que pocas veces mostraba ahora.

-París- susurró, sonriendo ligeramente. -¿Irías conmigo?- preguntó.

-A donde quieras ir, iré contigo- contestó Katsuki, mirando quietamente las facciones del joven. Su cabello había crecido, en unos meses volvería a ser el mismo. Izuku, además, había ganado peso. Sus mejillas habían vuelto a aparecer, y ya era difícil mirarle las costillas a través de la camisa. Y sin embargo, aún quedaba un largo camino por delante.

Sus dedos trazaron delicadamente un brazo del ojiverde. Allí, sobre la piel del antebrazo, había tatuados cinco números negros. El nombre del joven en Auschwitz. Allá Izuku era solo un número. Uno de los peores pecados que jamás se hubieran cometido.

-¿No te recuerda esto a un matrimonio?- La sola pregunta, le trajo un puñado de recuerdos.

-Serías la esposa- afirmó Katsuki.

-¿Y por qué tengo que ser yo la mujer?- Buscó los ojos de Izuku, encontrándolos en poco tiempo. Aquel bello color verde brillaba bajo la tenue luz. Aún era costoso, creer que el joven estaba allí. Después de haberse obligado a creer que no volvería a verlo, situaciones como estas, eran casi un sueño.

-Porque yo quiero ser quien te proteja-

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Estas fueron las últimas palabras del Führer: “Mañana muchos maldecirán mi nombre”.

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