Parte 8: Y vuelvo a creer.
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Niegan las lágrimas.
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*Horas antes de encontrar a Katsuki*
Nunca pensó que la ansiada libertad traería tantas inseguridades. Cuando había escuchado que serían liberados, un poderoso sentimiento de alivio, alegría y júbilo había aparecido en su mente. Y sin embargo, al tomar el tren que lo llevaría a Berlín, el temor lo inundó. Había perdido todo. Su abuelo había muerto. ¿Qué iba a hacer ahora? No tenía dónde ir. No sabía qué iba a hacer.
¿Dónde dormiría? ¿Qué comería? Imaginaba que en Berlín le estarían brindando ayuda a los sobrevivientes de los campos de concentración. Pero aun recibiendo esa ayuda, estaría solo. Tendría que rehacer su vida por su cuenta. ¿Por dónde iba a empezar? ¿Cómo lograría salir adelante? No tenía a nadie. Sus compañeros ya habían hecho planes para reencontrarse con sus familias, en distintos países. Pero él no tenía a quién recurrir.
Durante todo el trayecto, esas inseguridades se manifestaron. Durante todo el viaje tuvo que secarse las lágrimas, que insistían en caer. Era libre pero estaba solo. Era libre pero todo lo había perdido.
Mientras viajaba de vuelta a Berlín, estuvo acompañado por aquellos que iban en el mismo vagón. La cantidad de personas era poca, jamás comparada con aquella cantidad exorbitante de personas que habían viajado hacia Auschwitz. Muchos se habían quedado en los campos de concentración, para no salir jamás. Y su abuelo era uno de ellos.
Durante el trayecto escuchó miles de historias. De prisioneros del área de los trabajos forzados y de experimentación médica. Un hombre sin ojos, sentado frente a él, había narrado cómo el doctor Mengele intentó cambiar el color de sus ojos, inyectando una sustancia en ellos, que destruyó por completo su visión.
Él no habló, pues le avergonzaba admitir que fue un Sonderkommando. Se mantuvo en silencio durante todo el camino, pensando en cómo lograría rehacer su vida.
Y cuando finalmente el tren llegó a la estación en Berlín, ese temor se intensificó. Después de tanto tiempo, debía enfrentar el mundo exterior. El mundo que estaba más allá del alambrado de Auschwitz. Era algo completamente intimidante, pero si había sobrevivido a los campos de concentración, tendría el valor suficiente para afrontar la vida después del encierro.
Se bajó del tren, sin llevar consigo una sola maleta. Todas las personas a su alrededor parecían tener un lugar a dónde ir, pues caminaban apresuradas con un rumbo fijo. Él, por el contrario, caminó despacio, completamente desorientado.
-Izuku- Creyó escuchar ese nombre. Un nombre que se le hizo familiar, pero que por unos segundos no pudo reconocer. –Izuku- Por segunda vez, lo escuchó.
¿Izuku? Conocía ese nombre.
-¡Izuku, Izuku!- Otra vez lo escuchó, esta vez pronunciado más alto. -¡Izuku!- Su caminar se tornó más lento, pues su mente intentaba analizar lo que estaba escuchando. -¡Izuku!- Cuando escuchó el nombre por sexta vez, su mente le trajo una impresionante revelación, que acarreó consigo una ola de sorpresa.
-Izuku… Es mi nombre… mi nombre antes de Auschwitz- susurró, deteniéndose, sin importarle si las demás personas lo empujaban.
Miró a sus alrededores, buscando a quién fuera que hubiera pronunciado aquel nombre. Por unos momentos, solo pudo ver a las personas de ropa a rayas, que le pasaban a los lados.
Y entonces, su mirada pudo ver el color rojo, de unos ojos que jamás esperó volver a ver.
Su cuerpo se paralizó por completo. Frente a él estaba una persona conocida. Su cabello rubio, su piel blanca y esos ojos rojos. Pero no podía ser él. Era un hombre quien estaba frente a él, no el adolescente que él recordaba.
Notó que el hombre miraba toda su figura detenidamente. Al ver el rubio su actual estado, el semblante incrédulo pasó a ser uno afligido.
Fue solo hasta entonces, que se atrevió a pronunciar el nombre.
-¿Katsuki?- ¿Podía ser él, acaso? ¿El niño ojirubi a quien había conocido en la panadería de su abuelo? ¿Podía ser ese hombre, el adolescente a quien había visto por última vez cuando cumplió quince años?
La respuesta a sus preguntas fue dada, en la forma de un abrazo. Por unos momentos, se mantuvo inmóvil, pues no sabía qué hacer ante la repentina acción. Y sin embargo, el calor de su cuerpo era el mismo. Su aroma también lo era. Había tanto en ese hombre que le recordaba a aquel niño rubio.
Tenía que ser Katsuki, no había duda alguna.
Finalmente, correspondió el abrazo, colocando sus brazos alrededor de la cintura del rubio. Las lágrimas comenzaron a caer y los sollozos escaparon de su garganta.
-No puedo… creer que estés aquí. Yo… pensé… que ya me habrías olvidado- susurró entre sus llantos. Esto simplemente no podía estar pasando. ¿Cómo podía alguien como Katsuki, recordar a una persona como él después de tanto tiempo?
Para su temor, el rubio se separó. Sin embargo, el alivio retornó a su mente cuando Katsuki tomó suavemente los costados de su mentón con ambas manos. Sus ojos verdes, se juntaron con los rojos del más alto.
-Eso nunca, Izuku. Una vez te dije que quería ser yo quien te protegiera… y aunque fallé una vez, no sucederá más- Las palabras lo sorprendieron. ¿Por qué el rubio aún quería protegerlo? Ya no eran niños. Ni siquiera sabía si aún eran amigos.
Y después de lo sucedido en Auschwitz… él ya no era nadie.
-¿Por qué? Tienes tu estatus… yo lo perdí todo- murmuró.
-Desde hoy, todo lo mío es también tuyo- Al escuchar esta afirmación, sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. No podía creer lo que estaba escuchando. Después de haber pensado que estaría completamente solo…
Sus pensamientos se detuvieron, cuando la imagen de su abuelo acudió a su mente.
-El abuelo murió- dijo en un susurro, bajando la mirada. Después de esto, hubo un momento de silencio.
-Iremos a donde tú quieras- La afirmación lo confundió. Buscó los ojos del rubio, intentando encontrar una respuesta a sus palabras.
-¿A qué te refieres?-
-Al país que quieras. A la ciudad que desees-
-¿Irías conmigo?- preguntó el ojiverde, completamente sorprendido. No podía creer lo que estaba escuchando. Iniciar una nueva vida, como había planeado. Pero no lo haría solo. Eso era más de lo que podía pedir.
-Adonde quieras ir, iré contigo. Incluso, si lo deseas, podríamos abrir nuestra propia panadería-
-¿Y podríamos vivir en el segundo piso de ella?- preguntó el joven, sin siquiera meditarlo. Las palabras escaparon de su boca de manera automática.
-Por supuesto- Sus lágrimas cayeron. Ante esa afirmación no pudo decir nada más. El dolor de todo lo que había vivido en Auschwitz, más la repentina alegría de saber que no estaba solo fue demasiado para su mente.
Se aferró al rubio, y lloró. Por su abuelo, por lo que había vivido, y por el alivio de que hubiera alguien a su lado, que lo ayudara a rehacer su vida.
Esa misma vida que tiempo atrás creyó perdida.
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Niegan el hambre.
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Siempre imaginó que el hogar del rubio debía ser hermoso, casi igual que un palacio. Y ahora que estaba allí, comprobaba que no se había equivocado. Tanto por dentro como por fuera, aquella casa era maravillosa. Del recibidor podían verse unas magníficas escaleras de mármol blanco, bajo una gran lámpara de cristales, que parecía propia de un verdadero palacio. Los pisos, también de mármol, eran tan bellos que temía caminar sobre ellos, por miedo a quebrarlos.
Sin embargo, entre tanto lujo, se sintió completamente insignificante. Su ropa estaba sucia, sus zapatos rotos. Todo su cuerpo estaba en pésimas condiciones de higiene. No quería contaminar el hermoso hogar del rubio con su suciedad.
Katsuki pareció notar su inseguridad, pues se acercó, colocando su mano derecha sobre el hombro del más bajo.
-¿Estás bien?- La pregunta solo hizo que el ojiverde bajara la mirada. Quizás antes no se habría sentido tan incómodo si hubiera tenido la oportunidad de visitar la casa de Katsuki. Pero, después de Auschwitz, su autoestima había caído completamente. No entendía cómo una persona judía podía estar en la magnífica casa de un aristócrata alemán.
-¿Por qué haces esto?- No pudo evitar preguntar. –Tú perteneces a la raza pura y yo…-
-Izuku, ¿de qué estás hablando?- fue interrumpido por el rubio.
-Soy judío…- No pudo continuar, pues Katsuki colocó una mano bajo su mentón, intentando hacer que lo mirara a los ojos. Sin embargo, ese agarre le trajo un recuerdo desagradable, pues alguien más había colocado de esa misma forma la mano bajo su mentón. Ante el recuerdo, no pudo hacer más que cerrar fuertemente los ojos. Y, debido al pánico, quitó la mano del rubio de un solo golpe. -¡No me toques!- gritó, sin siquiera ser consciente de sus acciones.
Solo sus sollozos se escuchaban, junto a su agitada respiración. Las palabras estaban presentes en su mente.
-Creo que no estás entendiendo. O aceptas esta gran muestra de misericordia y te unes a los Sonderkommandos, o mueres ahora- El recuerdo fue tan vívido, que llegó a sentir la misma desesperación y la misma angustia que sintió en aquel momento.
Y sin embargo, cuando abrió sus ojos y se encontró a sí mismo arrodillado sobre el piso de mármol, supo que su lastimada mente lo traicionaba.
-Lo lamento… perdón- se disculpó profusamente, cuando se apercibió de sus acciones. –Kacchan… no quise- intentó explicar.
-Izuku, no puedo entender tus acciones, porque no puedo leer tu mente. Sin embargo, soy igual de culpable que todos los de mi raza por lo que sucedió. No tienes que explicarme nada- Alzó la mirada, encontrando al rubio arrodillado frente a él.
-No te culpes. Si es así… yo soy más culpable que tú, por todo lo que me obligaron a hacer cuando estuve allá- susurró. Pero al ver que el rubio iba a preguntar al respecto, agregó. –No quiero hablar de eso ahora… algún día podré contártelo todo. Pero será cuando ya no me duela tanto- explicó. Para su alivio, Katsuki aceptó fácilmente sus palabras.
-Te llevaré al baño. Necesitas una ducha- habló, cambiando de tema, e intentando apaciguar el ambiente.
-¿Es esa tu forma de decirme que apesto?- preguntó Izuku. La indignación era fingida, pues estaba claro que su aroma no debía ser el mejor en ese momento.
Y sin embargo, quería revivir los momentos que habían pasado juntos cuando eran niños. Haciendo bromas, riendo. Esos días habían sido los mejores de su vida.
-No lo pondría de esa forma… pero creo que funciona- afirmó el rubio, siguiéndole el juego al menor. Para su sorpresa, Izuku le sacó la lengua, como si fuera un niño.
Pero se sintió aliviado al verlo comportarse de esa forma más amena. En esas circunstancias, haría lo que fuera por alegrar Izuku.
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Niegan el encierro.
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No estaba acostumbrado a este tipo de atenciones. Sentado sobre una silla en el baño, veía a una sirvienta preparar un baño perfumado en la gran tina de color crema. Otra sirvienta, que recién había entrado al lugar, se acercó a él. Su cara, decorada por arrugas producto de la edad, recordaba a una abuela cariñosa, que atendía fielmente a sus nietos. Sus ojos de un verde oscuro, como aceitunas, y su sonrisa ligera, le transmitían una sensación de tranquilidad.
-Joven, yo me encargaré de curar cualquier herida, o alguna otra condición que lo afecte- explicó la mujer. –El médico vendrá a revisarlo mañana, pero por ahora lo ayudaré con lo que pueda- agregó.
-¿Médico?- preguntó el peliverde.
-Sí, joven. El amo Bakugo pidió que se llamara al médico de la familia. Le preocupa tu condición física, pues estás bastante delgado. Además es importante hacerte un chequeo para descartar cualquier padecimiento- expresó.
-Está bien- murmuró el de menor edad. No sabía cómo sentirse con todo esto. Después de haber estado encerrado por tanto tiempo, sin recibir atención de ningún tipo, este cambio era brusco. Y ciertamente extraño. El solo hecho de tomar un baño perfumado era algo completamente nuevo y ajeno a la rutina.
-¿Tienes alguna herida, o algo que te duela?- Cuando escuchó la pregunta, asintió de manera insegura. Sabía que su condición era terrible, y le avergonzaba que la sirvienta tuviera que soportar no solo el mal olor, sino también sus heridas.
-Mis pies… sangran mucho- dijo. Y sin embargo, se sintió sorprendido cuando la sirvienta tomó con delicadeza su pie derecho, casi como haría una madre con su hijo, y lentamente le quitó el zapato. No pudo evitar gemir cuando un leve ardor se originó debido al movimiento.
Se quedó inmóvil mientras la mujer revisaba su pie, avergonzándose cuando ésta frunció el ceño, pero mostró en sus ojos algo parecido a la compasión.
-Tus pies están muy maltratados. Tienes ampollas, y al no tratarlas el daño fue en aumento. Por eso sangran tus pies- explicó. Pero sonrió poco después, mirando al joven a los ojos. –Pero no debes preocuparte, traeré un ungüento que te aliviará el dolor de inmediato. En poco tiempo tus pies estarán completamente curados, te lo aseguro- le dijo. El ojiverde le sonrió de vuelta, susurrando un agradecimiento. -¿Algo más?- Pero el menor se mordió el labio cuando escuchó esto. Había otra parte de su cuerpo que estaba en malas condiciones. Pero le avergonzaba tener que obligar a la mujer a revisarlo. –Joven, no tiene que avergonzarse. Es necesario emplear todos los cuidados posibles- La mujer pareció notar su vergüenza.
-Es que… desde que mi cabello comenzó a crecer de nuevo…- empezó diciendo. –Me dio mucha comezón. Y al rascarme tanto…- se detuvo, mientras cerraba los puños. Era terrible pensar en las deplorables condiciones en las que su cuerpo había quedado después del encierro. –Tengo costras en toda mi cabeza- admitió finalmente. Con cada palabra que pronunciaba, las imágenes de lo que había vivido amenazaban con arrebatarle aquella sensación de bienestar y calma que sentía al estar allí, con un techo sobre su cabeza y al lado de personas que buscaban ayudarlo.
-Déjame ver- pidió la mujer, poniéndose en pie, para poder mirar fácilmente el cabello del joven.
Nuevamente, y para sorpresa del menor, la sirvienta revisó su cabeza sin mostrar la más mínima señal de asco. Sin embargo, sí siseó al ver el estado de su cuero cabelludo, y la mirada compasiva volvió a presentarse en su semblante.
-Debió ser terrible vivir con esto- murmuró la mujer, mientras observaba las cuantiosas costras y heridas que se escondían bajo el corto cabello. Claramente, habían sido producidas por el mismo joven, después de rascarse tanto debido a la comezón.
Y fue casi de inmediato, que notó el porqué de dicha molestia.
-Por dios… tienes piojos por todas partes- susurró sorprendida. No imaginaba la molestia que un problema como ese podría ocasionar.
Y sin embargo, el ojiverde confundió la sorpresa con la repugnancia. Pero no dijo nada momentáneamente, solamente bajó la mirada, intentando contener las emociones.
-Es asqueroso, ¿cierto?- preguntó en voz baja.
-Es asqueroso lo que te hicieron. Pero frente a mí solo veo a una persona valiente- expresó la sirvienta, provocando que el menor alzara la mirada, juntando sus ojos con los verdes de ella. –Yo tenía amigos judíos… y se fueron para no regresar. No puedo imaginar las condiciones en las que vivieron… que alguien pueda aceptar semejante crueldad es algo que me cuesta trabajo creer- afirmó, negando ligeramente con la cabeza. Pero segundos después, sonrió ligeramente. –No te preocupes, preparé una loción que hará desaparecer inmediatamente a los piojos. Y cuando dejes de rascarte, tu cuero cabelludo podrá sanar- explicó.
-Lo lamento- susurró Izuku. –Por sus amigos- agregó, escuchando un suspiro, proveniente de la mujer.
-Me reconforta saber que hubo sobrevivientes. Y aún más, ahora que tengo la oportunidad de estar frente a uno…-
-Izuku- La pronunciación de su nombre por parte de una voz familiar interrumpió las palabras de la mujer.
Al mirar el ojiverde hacia la puerta del baño, se encontró con Katsuki, quien lo miraba. A cambio, le dirigió una ligera sonrisa.
-Tiene lastimados los pies; no es nada grave. Además tiene piojos, pero eso es fácil de eliminar- explicó la sirvienta. –También le recomendaría, amo Bakugo, lavarse el cabello con la loción que prepararé. Para prevenir, pues ha estado cerca del joven y los piojos son fáciles de transmitir- agregó, esperando luego una respuesta por parte del rubio, la cual tomó la forma de un simple asentimiento.
-Con su permiso, me retiro. Volveré tan pronto tenga listo todo- anunció, saliendo pronto del baño.
-El baño está listo, amo Bakugo- habló la otra sirvienta, de negro cabello y oscuros ojos. –Me retiro- susurró luego.
Cuando estuvieron solos, Izuku se limitó a bajar la mirada, hacia el suelo. Nuevamente, se sentía fuera de lugar. En su presente condición, temía contaminar todo a su alrededor. Y la tina del baño se veía tan elegante, que era una lástima mancharla con toda la suciedad que cubría su cuerpo. Estar allí aún parecía una situación irreal. Jamás pensó que saldría con vida de Auschwitz. No pensó que sería uno de los sobrevivientes.
Y se preguntaba por qué, si tantos habían muerto, él había sobrevivido. No quería sentirse culpable por sobrevivir, cuando muchos otros habían perdido la vida en aquel lugar. Pero no podía evitar sentirse confundido. Todo a su alrededor parecía ser un manto de confusión, temor y nostalgia. Lo que había vivido nunca podría olvidarlo. Pero quería saber, por qué había sobrevivido. Por qué, de entre tantos otros, había sido él uno de los que aún continuaban con vida. Por qué había sido uno de los afortunados.
Cuando abrió los ojos, los cuales había mantenido cerrados desde segundos atrás, se encontró de frente con dos ojos rojos, que lo miraban atentamente. El rubio se había arrodillado frente a él, y ahora lo observaba, con lo que parecía ser señales de entendimiento en su semblante.
-¿Por qué sobreviví, Kacchan?- preguntó, sus palabras bajas emitiendo un ligero eco que resonó por el lugar. -¿Por qué yo de entre tantos otros?- sus palabras se escucharon como reclamos. Pero no eran más que el reflejo de la incredulidad y el choque emocional producido por la repentina libertad que había adquirido. –Tantos murieron… no lo entiendo, simplemente no…- Pero sus palabras se atascaron en su garganta, y después de esto no pudo decir nada más.
De repente, se encontraba entre los brazos de Katsuki. A pesar de su condición antihigiénica y nauseabunda, y del riesgo de contaminar al rubio. Éste parecía no meditar en ello, y a cambio solamente lo abrazaba con fuerza.
Y pudo sentir el alivio, el agradecimiento y la tranquilidad que transmitía las acciones de Katsuki. Como si su sola presencia hubiera acabado con el sentimiento efímero de la angustia, y la eterna espera.
Y se preguntó en ese momento, si su ausencia realmente había afectado al rubio, de una u otra forma. Se preguntaba si esa persona lo habría recordado a cada momento, tal como él lo había recordado durante todo su encierro.
Quizás no era posible entender por qué había sobrevivido. Pero, estando allí, y siendo abrazado de aquella forma tan desesperada pero cálida a la vez, no podía hacer más que agradecer por seguir con vida. O tal vez, por eso había sobrevivido. Porque, desconocidamente para él, alguien siempre estuvo esperándolo en casa.
Sonrió ligeramente, y mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos, colocó sus débiles brazos alrededor de la cintura del rubio. Un judío y un alemán, más allá del odio. Pero no fueron los alemanes quienes le hicieron esto, sino la intolerancia, el rencor y la enemistad.
Porque al estar allí, no eran alemanes ni judíos, sino seres humanos.
Y allí mismo pudo sentirlo. Adonai le sonreía desde los cielos.
Las lágrimas cayeron.
Su fe había regresado.
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Niegan la vida de millones de víctimas.
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Arbeit Macht Frei
Tarihi Kurgu= Todos aquellos que entraran a los campos de concentración de Auschwitz, eran recibidos por la frase que yacía sobre las puertas de la entrada: Arbeit macht frei -el trabajo os hará libres-. = Izuku es un joven judio que trabaja una panadería junto...