Calaveras

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—Entonces, ¿no crees que mi idea fue la más genial? Soluciona todo; calentamiento global, pobreza y economía... —declaró Alfred, mientras comía una hamburguesa jumbo.

—No hables con la boca llena, Alfred —rechistó Arthur mirándolo con disgusto—. ¿Para eso me arrastraste aquí? ¿para verte comer como un barril sin fondo?

—Sí, Alfred. Aprende a comer —se burló Alejandro, mientras se atiborraba de tantos tacos como podía.

Arthur suspiró pesadamente, pues ese par ya era problemático por separado, juntos eran un desastre andante. Lo único que lo hacía quedarse era que todavía no conocía bien el lugar, y necesitaría a Alejandro para volver al edificio.

—¿Por qué la cara larga, Sr. Inglaterra?

Arthur fijó la mirada en el país latino frente a él. Alejandro se había convertido en un muchacho muy apuesto, un país fuerte, aunque con problemas como todos. Podía ver claramente el porqué a Antonio le gustaba tanto, incluso si el tonto no se daba cuenta.

—Estar aquí no fue mi idea —replicó mirando a Alfred de reojo.

—Pero no sea así, al menos coma algo, que esta reunión va para largo —animó el otro, pasándole un plato de sus adorados tacos.

—Gracias —murmuró, tomando uno.

Alejandro pareció animarse por esto, pues nadie podía negarse a un buen taco. Mientras comía, Arthur se dedicó a observar a México, ya que la plática con Antonio le había despertado la curiosidad por la joven nación.

—Alejandro ¿Puede preguntarte algo?

—Claro, Sr. Inglaterra —aceptó con una sonrisa amable.

—Sigues enamorado de Antonio, ¿verdad?

La sonrisa de México cambió a una más triste, sus hombros se encogieron y bajó la mirada hacia su plato, sus mechones le cubrían el rostro, el cual ocultaba el dolor que esa pregunta le causaba.

—Sí —susurró apagado.

—Deberías olvidarlo, digo ya han pasado años —comentó Alfred tratando de apoyar a su amigo.

—No es tan fácil, ¿crees que no lo he intentado?

Arthur se sintió mal por recordarle a Alejandro esa situación, pero lo consolaba el hecho de que el idiota español por fin iba a hacer algo para aliviar el dolor de México.

—Lo siento —dijo incómodo.

—No es nada, Sr. Inglaterra. ¿Por qué lo pregunta?

—Curiosidad —mintió, esperando que no se notara tanto su obvia mentira.

—¿Curiosidad? —preguntó alzando una ceja escéptico.

—Mientes pésimo, Artie.

—Cállate, Alfred —bufó sonrosado.

Ambos rieron por la notable vergüenza de la nación inglesa.

—Haré como que le creo.

Arthur rodó los ojos molesto, pero le alivió que no quisiera seguirle preguntando por el asunto. No era su lugar hablar de eso.

—Y, ¿Cómo va usted con Francia? —preguntó inocentemente la nación latina, mientras chocaba puños con el estadounidense.

Arthur casi se atragantaba con su taco por la inesperada pregunta, sonrojándose hasta las orejas.

—¡Nada! ¡No hay nada con esa rana! —chilló.

Ambos rieron por la respuesta del otro, no creyéndole ni un poco.

Amado mío (Latin Hetalia fanfiction [México x España])Donde viven las historias. Descúbrelo ahora