02; Despedida injusta

102 9 0
                                    

1980

Era un viernes muy soleado, Irene había ido a casa de Thomas, la mamá de este la iría a dejar a su casa antes del anochecer. Susan esperaba a su esposo para llevar a cabo un plan no tan complicado para deshacerse de Dynelle. Ya había hablado de eso con sus hijos, los cuales aceptaron gustosos, pues ellos querían más que nadie que la mujer se fuera.

La de cabello oscuro estaba en el sofá individual de la sala, había escuchado al señor McDaniel estacionar su auto, así que estaba esperando a que este entrara. Cuando escuchó la puerta cerrarse, se levantó para ir a recibirlo con un abrazo y un beso, le preguntó sobre cómo le había ido en el trabajo y demás cosas. Ambos se sentaron en la sala en uno de los sofás.

─ Cariño, quiero hablar de algo contigo ─El hombre le hizo un ademan para que siguiera─ Es sobre la nana de Irene, ¿No crees que ya está muy grande para tener una nana? ─Se recostó en el pecho de su esposo, siendo envuelta en los brazos de este.

─ Tienes razón, pero ella la quiere mucho, tal vez debería quedarse un tiempo más ─En eso llegaron los hijos de Susan, Lily llorando con Victor a su lado con cara de angustia. La pelinegra se levantó para ver que le ocurría a su hija.

─ Dynelle me lastimó ─Dijo mientras subía la manga de su camisa mostrando un moretón en su brazo.

─ ¿Ves por qué quiero que se vaya? Ella lástima a mis hijos ─Dijo enojada mientras abrazaba a su hija.

El señor McDaniel estaba entre la espada y la pared, tomó una decisión, temía más el no tener una mujer a su lado que le amara.
En ese mismo momento fue a despedir a Dynelle, agradeciéndole su servicio y reclamándole el daño causado.

La nana sabía que era injusto, ella no había hecho nada, pero prefirió callar. Sabía que su jefe estaba tomando malas decisiones solo por esa mujer. Temía por Irene, era la que más iba a sufrir. Empacó sus cosas, fue por última vez a la habitación de la pequeña McDaniel para dejarle una nota y después irse de aquella casa.

Irene había llegado con la sorpresa de que su nana se había ido. No podía creerlo, por su mente pasaba la opción de que fuera una mentira, quería convencerse de que era eso, tal vez solo una broma de mal gusto por parte de su padre. Su estado emocional había cambiado abruptamente, se la había pasado de lo mejor con Thomas, pero con la noticia ya no sabía si su día fue bueno o malo. Probablemente más malo. Subió a su habitación. Vio la nota sobre su cama y la leyó de inmediato. Las lágrimas empezaron a caer, la única figura materna que tenía se había ido, y a pesar de que aquella carta dejada por ella le había traído cierta tranquilidad, sentía una presión en su pecho. Ya no sabía con quién contaría, su padre dejaba de tomarla en cuenta, no iba a tratar de interactuar con Susan, ni pensarlo con sus hermanastros.

La puerta fue abierta, dejando ver a ese par de demonios.

─ ¿La niña está llorando? ─Preguntó con tono de burla su hermanastra. Irene se limpió las lágrimas.

─ Ay, que linda escena, lástima que esto se repetirá hasta que te largues de aquí ─Habló Victor. Irene quedó cohibida ante aquella confesión.

─ ¿Sabes? Pensamos que sería más difícil deshacernos de la vieja esa, pero al parecer no es necesario más que maquillaje y una buena actuación para conseguir lo que quieres ─La hija McDaniel estaba ahora enojada, estaba enterándose de todo. Por impulso se levantó de su cama y se abalanzó sobre Lily, la cual gritó. Victor corrió a las escaleras gritando para que la pareja fuera a ayudarlos. Tanto el señor McDaniel como Susan fueron de inmediato al escuchar tanto grito. Separaron a ambas chicas.

─ ¡Ella es una salvaje Sr. McDaniel! ─Exclamó Lily abrazada de su madre─ Nosotros solo habíamos venido para ver porque estaba tan triste ─El padre de Irene la miró, no creyendo que su hija fuera así.

─ Irene, yo no te crie para que fueras así. Te crie para que fueras una dama.

Si claro, ¿Lo hizo desde los bares a los que iba?, además, ¿Cómo puede creerles mejor a ellos que a mí, su hija, su sangre? ─Pensó la jovencita, más no se sentía capaz de decirlo. Se le dio un sermón, el cual no quería oír. No dejó que su padre terminara, pues se metió a su recamara y cerró rápidamente la puerta con llave.

─ ¡Te estoy hablando jovencita! Estos son soloberrinches tuyos, ya no eres una niña de cinco años ─Alcanzaba a escuchar que le reclamaba su padre, no quería escuchar ya más nada, así que tomó sus audífonos y los conectó a su walkman, colocó un cassette y reprodujo la música. Solo veía al techo, tratando de distraer su mente con la melodía.

S o m e b o d y • S a v e • M e || [Tom Keifer] PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora