La lluvia paró a la mañana siguiente, no hubo más inundaciones en el edificio más de las que ya había antes de cerrar las ventanas.
A pesar de que me ofrecí a llevarla a su casa, colegio o a algún lado, la chica solo agradeció la comida de anoche y se fue caminando por el pequeño callejón por donde entramos.
No hubo más conversación luego de que me dijo que era de suma importancia que yo le ayudara a completar las cosas de la lista. Y aunque no me dijo mucho detalle de las cosas que necesitaba hacer solo pidió mi teléfono, diciendo que se comunicaría conmigo cuando fuera necesario.
Y luego solo se fue, sin decirme su nombre, sin decirme por qué yo.
Meto las llaves en el auto, jalo una vez más el rollo blanco antes de lanzarlo hacia el bote de basura, arrancar el carro y dirigirme a mi casa.
Lío me recibe con una gran sonrisa, moviéndose de un lado al otro mostrando que ya se siente mejor de lo que se sentía ayer.
Ben lo mira serio, sin consentir que se haya levantado de la cama sin descansar todo lo que debería.
Me río de Lio y me compadezco de Ben antes de entrar al baño a darme una larga ducha.
Los días pasaron, la chica no volvió a aparecer en el edificio pero por alguna razón no esperaba que lo hiciera. Me sentía raramente tranquilo al saber que cuando ella me necesitara escribiría. Y por algún motivo eso era suficiente.
Logré escribir algunas canciones, para el alivio de Lío, que pensaba que había vuelto a estancarme.
Cantamos cada día como lo hemos hecho los últimos meses.
El clima no ha mejorado mucho, la ciudad sigue bajo una gran nube negra que rara vez desaparece, pero eso no ha impedido que la gente llegue a escucharnos.
Ben ha logrado que algunos eventos nos contraten, logrando que una pequeña banda en un edificio que están punto de derivarse llegue de alguna manera a crecer más de lo que cualquiera pensaría.
Estoy en mi habitación, un inusual rayo de sol entra a habitación donde debería de haber una ventana, que cae directamente en mi cara.
Me muevo en mi cama tanteando un poco tratando de encontrar mi celular que no para de vibrar.
Puedo sentarme cuando lo encuentro, mis ojos están más cerrados que abiertos dejandome ver una llamada de un número desconocido que terminó antes de que pudiera pensar en contestarla.
Me doy cuenta, con el ceño fruncido, que es la cuarta llamada perdida.
Abro mis mensajes, y cuando la persona del otro lado de la pantalla ve las dos palomitas azules es cuando se detiene de llamarme.
Es solo una dirección.
Me parqueo frente a un gran edificio.
Salgo del auto y me recuesto en él, encendiendo mi cigarro, dándole una calada antes de mirar a los jóvenes con uniformes saliendo del colegio frente a mí.
Mis negros lentes de sol ocultan mis aburridos ojos, mi negro cabello está tan desordenado mostrando que corrí hasta aquí sin siquiera peinarlo luego de la pequeña ducha que tuve que darme para eliminar el olor de marihuana de anoche.
Mi camisa sin mangas de nirvana deja ver mis brazos, mis negros jeans rotos están casi tan desgastados que no me sorprendería que se rompieran y mis negras botas de cuero son lo que miro para evitar las molestas miradas de los adolescentes.
Le doy otra calada a mí cigarrillo, sintiéndome luego de tantas miradas, algo ridículo por correr tras un mensaje de una chica que no conozco.
Quitando esos pensamientos me limito a analizar lo que tengo delante de mí.
Es un colegio de alto rango, creo que son los únicos alumnos en la zona que tienen que obligatoriamente llevar uniforme. Saco y pantalón para los chicos, y faldas con corbata para las chicas.
Sus miradas de asco me dejan pensar que alguien como yo claramente no encaja en su mundo de ricos.
Dejo salir el blanco humo al mismo tiempo que, entre el humo que nublaba mi vista, noto como una chica pelinegra camina directamente hacia a mí.
Su blanca camisa le queda como tres tallas más grande, su falda está extremadamente corta a comparación a lo que podría suponer es el corte permitido.
Unos largos calcetines negros cubren parte de sus largas piernas blancas, unas botas negras como las mías están en sus pies, la corbata está tan desajustada que parece collar y finalmente su negro cabello se mueve por a pequeña brisa.
—Llegas tarde.—sus primeras palabras me hacen reír un poco.
La chica deja caer su mochila a su lado, dejándola en el piso, miro como el delineado negro se ha corrido un poco pero no lo suficiente como para tapar todas las pequeñas pecas que tiene en sus blancas mejillas.
Le doy una nueva calada a mí cigarrillo pero esta vez mantengo el humo más tiempo dentro de mis pulmones.
—Me perdí, no estoy acostumbrado a la zona de ricos. —contesto luego de un rato.
La pelinegra rueda los ojos.
Camino hacia ella lentamente.
La chica levanta la vista cuando estoy a un par de centímetros debido a su altura pero no se aparta en ningún momento.
Acerco el cigarrillo a mis labios y le doy una calada mirando su rostro detalladamente.
Y sonrío satisfecho de mí mismo de no haberlo olvidado del todo luego de todos esos días.
Los azules ojos de la chica hacen lo mismo con mi rostro, me detengo en sus rojos labios antes de dejar salir el poco humo blanco que mis pulmones no consumieron, la chica cierra sus ojos dejándose llevar por el humo.
Me río un poco antes su reacción, mi ronca risa la hace abrir los ojos, para ver como me agacho un poco, tomo su mochila y empiezo a caminar hacia mi auto.
Abro la puerta del copiloto y levanto una ceja, la chica chista con su lengua antes de caminar hacia mí.
—¡Oye! ¡Malia!—la voz de una chica nos hace a los dos voltear a verla.
Una castaña con mechas rubias levanta la mano hacia la pelinegra, se muestra confundida ante mi presencia, con su mano llama a la chica como pidiéndole que se alejara de mí y se acerque a ella.
La pelinegra se queda quieta unos segundos, luego se gira, pasa por debajo de mi brazo que aún tiene la puerta y se sube al auto.
Mis ojos van de nuevo hacia la castaña que me mira enojada con sus labios sellados.
—Vámonos.—dice la pelinegra, impaciente, tomando su mochila de mis manos.
Asiento y cierro la puerta antes de caminar tranquilamente hacia mi lado, encender el carro y luego de darle una mirada a la castaña que sigue viéndonos en la entrada, apretar el acelerador para salir de ese colegio de niños ricos.
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Si hubieras decidido quedarte
Fiksi RemajaFinn Lin es un pelinegro de 24 años que pasa sus noches tocando música en un edificio de mala muerte con sus dos mejores amigos. Sus noches son todas iguales: música fuerte, alcohol por todos lados y drogas, muchas drogas. Fue una noche que todo em...