-Me niego a ir.
-Anahí, era la casa de tu abuela y ahora es tuya, estás obligada a ir.
-No -repito cruzándome de brazos, -yo no quiero esa casa.
-Eso no le importa a nadie, ahora es tuya, así que vas a ir y punto.
-No.
-Sí, nos vamos ya -respondió mi hermana tomándome del brazo para meterme dentro del pequeño sedan gris.
-¡Agh!
Una hora más tarde estábamos paradas frente a las puertas de la enorme e imponente casona de la abuela Eliza. Un estremecimiento corrió por mi espalda: realmente era aterradora. Desde que el abuelo había muerto -doce años atrás- nadie había puesto un pie en esa casa. ¿Justo a mí me tenía que tocar la casa embrujada? Nunca en mi vida me gustó este lugar, siempre que podía evitar las reuniones familiares ahí, lo hacía sin dudarlo.
-Bueno, toma -dijo mi hermana entregándome un juego de más de quince llaves que tomé reacia. -Vuelvo a las seis.
-¿Me vas a dejar sola? ¿Vos estás loca, Alicia?
-Estoy en completo uso de mis facultades.
-No te podés ir.
-Mirame hacerlo -se subió al auto, lo prendió y arrancó.
-¡Alicia! -grité corriendo tras el auto -¡Aliciaaa! -ella solo tocó bocina y aceleró sumiéndome en una nube de tierra.
Me giré hacia la casa y me acerqué a sus enormes puertas de madera de roble. Respiré hondo llena de bronca por lo de Alicia, pero también de miedo por la casona. Elegí la llave que tenía el dibujo de la entrada, la puse en la cerradura y entré. El "viento" cerró la puerta tras de mí y otro escalofrío recorrió mi cuerpo. Esta casa realmente estaba embrujada y nadie podía negármelo. En este lugar vivían mis predecesores, los abuelos de los abuelos y sus abuelos también, no tenía ninguna duda.
Una corriente de aire me pegó en la espalda haciéndome dar un paso hacia las escaleras. Me estremecí. Si los fantasmas decían algo no pensaba ignorarlos, no quería sufrir consecuencias, así que empecé a subir por las escaleras de mármol blanco.
Llegué al segundo piso y empecé a recorrer el pasillo circular, sin estar segura de a qué habitación iba a entrar. De repente se escuchó un pequeño estruendo.
-¡Ay, vamos! -exclamé involuntariamente y me tapé la boca con las manos, maldiciéndome mentalmente.
Miré hacia las escaleras y la planta baja, pero no había nada. Luego dirigí mi vista hacia el otro lado del pasillo en el que estaba y vi un cuadro tirado en el piso. Respiré hondo y, a paso lento, caminé hacia el lugar.
Levanté la pintura y la miré, mala decisión, porque hizo que se me estremeciera hasta el último hueso de mi cuerpo. El hombre del retrato me parecía vagamente conocido -creo que era mi abuelo de joven- pero no tenía ojos. De los agujeros oculares salía algo rojo (pintura, sangre, tinta, no estoy segura) con lo que se escribía "BIENVENIDA ANAHÍ".
El corazón me dio un vuelco. Tiré la pintura al piso y salí corriendo despavorida. Bajé las escaleras a toda velocidad y abrí la puerta. En realidad... intenté hacerlo, la puerta no cedía. La golpeé y giré el picaporte con fuerza, pero nada pasó. El sudor frío bajó por mi espalda y los ojos se me cristalizaron.
Con las lágrimas corriendo por mis mejillas y las manos temblando, busqué mi teléfono en mi cartera. Revolví unos cuantos segundos y lo encontré. Temblorosa, seleccioné el número de Alicia en mis contactos. Apoyé mi espalda en la puerta y los sollozos empezaron a atacarme mientras rogaba que atendiera.
Sin señal.
El pánico se apoderó de mí. Golpeé la puerta y nada. Busqué las ventanas, pero todas estaban cubiertas por tablas de madera. Estaba encerrada en la casona embrujada de mi familia. Estaba atrapada con mis antepasados.
-Bienvenida, Ana -dijo una voz masculina y sentí una mano en mi hombro.
Todo mi cuerpo temblaba. Sentí unos débiles brazos que me abrazaban, pero no había nadie ahí, y una voz de mujer susurró:
-Bienvenida a tu nuevo hogar, Ana.
-Tu hogar para siempre, Ana -esta vez el susurro parecía dicho por muchas personas, de todas direcciones. -Para siempre...
-¡NO! -exclamo sentándome de golpe.
Estoy toda traspirada, temblando y las sábana están mojadas por el sudor.
Un escalofrío recorre mi espalda: no pienso heredar una casa embrujada.
Me levanto de la cama y corro a la habitación de Alicia. Abro la puerta y grito:
-¡No quiero esa casa! ¡Ni lo sueñes! ¡Te la regalo!
-¿Anahí? ¿De qué hablas? -pregunta ella confundida.
-Te regalo la casa de la abuela Eliza.
-Pero te la...
-Sin peros, no la voy a aceptar y punto -salgo del cuarto y cierro la puerta.
Por fin puedo respirar en paz.
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Relatos de Invierno y un Poema de Sueños Rotos
RandomRelatos que escribí este invierno y la evidencia de que sufrir por amor se puede convertir en un hermoso poema.