Margarita

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Llegamos a las mil doscientas y estamos cavando el agujero desde las mil quinientas. El cielo ya está oscuro, pero el pozo de zorro no está terminado. El sargento no nos deja descansar o comer hasta que terminemos, dice que entre más rápido estemos resguardados, mejor. Mis manos, al principio fuertes, apenas tienen movilidad, y mis dedos ya pasaron de su color natural a rojo y ahora se están tornando violetas.

Me veo obligado a soltar la pala, no estoy acostumbrado a tanto desgaste físico en un clima tan helado. Mis compañeros se detienen, me miran y luego al sargento. Mi respiración se reduce a jadeos, no nací para esto, yo nací para ser poeta.

-¡Soldado! -exclama el hombre de unos cuarenta años, canoso y de nariz roja. -¡Regrese a su puesto, soldado!

Me cuadro y digo: -No puedo seguir, sargento. Mis manos están demasiado entumecidas.

-¡No me venga con palabras rimbombantes, soldado! ¡Regrese a su puesto!

-Pero, señor... -comienzo a quejarme cuando él me pega un golpe en las costillas con la culata del arma.

-¡Trabaje, soldado!

Me toco el costado dolorido, ese fue un golpe muy duro. Como puedo, agarro mi pala y continúo cavando el pozo de zorro. Yo no nací para esto.

Hace cuarenta y dos días que estamos en las islas. Doce días antes solo comíamos un cuarto de lata de sopa cada uno. Ahora, desde hace tres días, no comemos nada. Mi pelotón está desesperado, yo estoy casi seguro de que perdí unos siete kilos. Como si eso fuera poco, el frío solo va en aumento. Dos de nosotros ya no sienten los pies, y unos seis apenas tienen movilidad en las manos.

Mientras intento escribir un poema en mi libreta, pero el fuerte temblor de mis manos me lo dificulta. De repente escucho un susurro en mi oído:

-Tenemos que ir a buscar comida.

-No podemos, el sargento nos va a liquidar -respondo todavía más bajo.

-¿Vos nos viste? Nadie aguanta, a este paso vamos a morir sin importar qué -respiro hondo y lo miro a la cara, está todo rojo con las pestañas congeladas y ya se le notan los pómulos huesudos. -Por favor.

-Está bien. Tenemos que salir de noche, es el único momento en el que no hay ningún oficial despierto -Gómez me mira confundido. -El sargento supuestamente se queda a hacer guardia, pero siempre se duerme.

Él asiente y nos disponemos a dormir, si es que las condiciones nos lo permiten.

Ya son las cuatrocientas. Muevo ligeramente a Gómez y pega un pequeño salto en su lugar.

-Vamos-susurro poniéndome en cuclillas. Mis piernas están entumecidas y duelen bastante.

Salimos del pozo de zorro tratando de no hacer ruido. Ascendemos por la pequeña pendiente y comenzamos a caminar agachados. Intentamos hacerlo lo más rápido que podemos, pero nuestro cuerpo carga con la fatiga de los últimos cuarenta y tres días.

Ya habíamos caminado por casi una hora cuando por fin llegamos a otro pozo. El sol ya estaba haciendo presencia, pero sus rayos no calentaban absolutamente nada. Nos acercamos al sargento dormido con las manos en alto. Gómez le toca el hombro y el hombre toma su arma al instante.

-¿Quiénes son ustedes?

-Señor, -comienzo titubeante, -somos de un pelotón a una hora del suyo. Hace cuatro días que no tenemos nada comer, ¿ustedes no tendrían algo para proveernos?

-Perdoname, pero nosotros apenas tenemos provisiones. Supuestamente llegan nuevas en dos días.

-Algo, por favor. Un pan, una sopa, por favor -pide Gómez, clemente.

-Chicos yo... -nos decía el sargento cuando se escuchó el estruendo de un disparo. El hombre se levantó de un salto y pegó un grito para que su pelotón despertara. -Vayan atrás de ese montículo, tengan sus armas cargadas por si necesitamos su ayuda.

Gómez y yo corremos a escondernos. Nos sentamos, pegados uno contra el otro, con nuestras armas preparadas. Los disparos aumentan, se escuchan voces que dan órdenes y gritos.

Me duele el cuerpo y el ruido lastima mis oídos. Intento pensar en otra cosa. Miro lo que hay al frente mío y la veo: una margarita, es la flor preferida de mamá. A mi cabeza viene un poema que ella me leía:

"Que ya tu juventud está marchita

y no puedes amar frase solemne,

mas inútil, ¡oh rubia margarita!

el amor es un lázaro perenne:

cuando apenas ha muerto, resucita."

Pese a todo lo horrible que está pasando a mi alrededor, siento una chispa de esperanza. Tal vez no todo va a ser malo, tal vez lo logremos. Podemos ser héroes. Quizá hasta llegue a ser un poeta.

Pero todo lo que acabo de lograr en mi cabeza desaparece, porque pasó un disparo y Gómez se desvanece. Busco su pulso, pero ya no lo siento: está muerto.

Perdí un amigo, un hermano.

Relatos de Invierno y un Poema de Sueños RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora