Entre Celeste y Blanco

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-Amor... -dije suavemente tocándole el hombro.

-¿Qué querida?

-Rompí bolsa, cielo. El bebé ya viene.

-¿Qué? ¿Ahora?

-¡Antonio Velázquez! ¡¿Vos pensás que yo controlo esto?!

-¡Pero es la final del mundial, mi vida! ¿No podés esperar dos horitas más?

-¡Nos vamos! -exclamé tirándole las llaves de la camioneta en las manos. Antonio no se levantaba del sillón así que grité: -¡YA!

-¡Buenooo!

Agarré el bolso y fui al auto, donde mi esposo ya me estaba sincronizando la radio con el partido Argentina-Holanda. Me subí como pude y Antonio arrancó. Como la final se estaba disputando, prácticamente todas las personas en nuestro país estaban viendo el partido en sus telvisores, lo que significaba que no había ni un alma en la ruta. En menos de diez minutos llegamos al hospital.

-¡AMOR! -exclamé cuando veía que él no se movió de su asiento.

-¡Sí, sí! ¡Qué inoportuno que sos bebé!

-¡Antonio!

-¡Buenooo! -se quejó y bajó de la camioneta de un salto para ayudarme a bajar a mí. Entramos al hospital por las enormes puertas transparentes y nos encontramos con un enorme batallón de enfermeras y médicos que miraban al pequeño televisor que estaba en el escritorio. -¿Cómo van?

-0 a 0 -respondió una de las enfermeras sin siquiera mirarnos.

-Sí, muy lindo que Argentina esté bien y todo, pero... -hice una pausa por el dolor de una contracción, -yo estoy por parir.

Todo el mundo se dio vuelta a mirar mi figura enorme, transpirada y algo mareada. La enfermera que nos había dicho cómo iba el partido ordenó a otro que trajera un silla de ruedas, mientras que ella llamaba a la partera y le entrgaba una planilla a mi esposo.

-Completen eso -dijo sin soltar el teléfono.

A los pocos segundos llegó la silla y ella me hizo un gesto para que me sentara. Antonio me ayudó a hacerlo sin sacar la vista de la diminuta pantalla.

-Antonio, completá la planilla, por favor -dije soltando un fuerte suspiro por otra contracción, esta vez más fuerte.

Luego de que pasan unos diez minutos más, en los que mis contracciones no hacen otra cosa que ir en aumento, aparece la partera.

-¿María Carmen Velázquez?

-Sí -respondí con una mueca de dolor.

-Acompáñenme -dijo haciéndole una seña a mi esposo para que la sigamos.

Avanzamos por el pasillo cuando se escucha un grito masivo: ¡GOOOL!

-Qué oportuno... -susurró Antonio entre dientes y yo le pegué un pequeño codazo.

Así es como yo, Joaquín Daniel Velázquez, llegué al mundo. Entre celeste y blanco, gritos y festejos. Siempre me gusta recordar la historia. Mamá me la contó muchas veces y a mí siempre me causaba gracia la actitud de mi papá. Tal vez es por esto que amo tanto el fútbol, literalmente lo tengo desde que nací: vine a este mundo el mismo día que Argentina ganó la final del setenta y ocho, y mi segundo nombre se debe al hacedor de los últimos dos goles, Daniel Bertoni. Hoy, diez de julio de dos mil veintiuno, vuelvo a ponerme la celeste y blanca esperando que Messi pueda ganar su tan merecido título de campeón. Mi esposa e hijos están en la casa de mi suegra, porque estos partidos siempre me ponen muy nervioso y soy de pegar muchos gritos que pueden asustar a los peques. En especial este partido, que es entre Argentina y Brasil, ¿qué puede ser mejor que eso? Me acompañan un par de latas de cerbeza y una picada chiquita.

Entran los jugadores, canto el himno con ellos y empieza el partido.

-¡GOOOOOL! -grito en el minuto veintidós -¡VAMOS DI MARÍA!

El tiempo pasa lento y el estrés aumenta. No nos tienen que meter gol. En el resto del primer tiempo no pasa mucho, tenemos un par de chances, pero ninguna llega a concretarse. Y llega el medio tiempo. Agarro mi teléfono y miro un video que me mandó mi esposa de mis dos hijos gritando el gol de Argentina, una sonrisa de oreja a oreja se dibuja en mi cara. En un abrir y cerrar de ojos, los quince minutos pasan y me vuelvo a sentar para ver el segundo tiempo.

-¡NOOO! -vuelvo a gritar, esta vez, cuando Brasil mete el gol. Pero después de un poco de revuelo se resuelve que no es válido y exclamo: -Vamos muchachos, manténganse así, dale que ganamos.

Se hacen un par de cambios en ambos equipos. Brasil casi mete gol, pero el Dibu Martínez la salva como un campeón. La tensión está para cortarse con un cuchillo. Ambos equipos tienen varias jugadas buenas, pero nada llega a entrar al arco. Ya llegan los noventa. El árbitro decide agregar cinco minutos.

-Un poco más, chicos. Cinco minutos -pido en un susurro y luego le doy un sorbo a mi cerveza.

Tres minutos: empiezo a sentir una opresión en el pecho y sudor que baja por mi espalda. Dos minutos: siento náuseas. Un minuto: me duele el brazo izquierdo. Y se escucha la voz del relator diciendo:

-¡ARGENTINA CAMPEÓN DE LA COPA AMÉRICA!

Sonrió, pero me siento muy mal. Veo todo neg...


Relatos de Invierno y un Poema de Sueños RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora