Capítulo 1

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La historia comenzó un martes, luego de un desayuno fallido. No era un día más, no era uno de esos en que nada especial sucede; todo lo contrario, aunque lo que sucedió no lo imaginé realmente.

Serví Té caliente en una tasa y puse mermelada a un par de tostadas, para luego sumergirme en el recuerdo de lo vivido en estos largos meses. Mi mirada se centró en el pote de mermelada sobre la mesa, leí que su etiqueta decía 280 gramos. "¡Que loco!, lo mismo pesaba la antigua raqueta de tenis que vendí unos meses antes de la operación", pensé. Llevé la mano a mi pecho. Sabía que allí también habían docientos ochenta gramos latiendo y recordándome que estaba viva. 

Sin quitar la vista de la mermelada recordé la forma en que recibí la noticia en aquella consulta médica:

—El corazón debe bombear sangre a cada rincón de tu organismo, debe impulsarla a través de las arterias y venas, —comenzó explicando el doctor mientras mi madre y yo, escuchábamos atentas—. Imagina que tu cuerpo es como una máquina compuesta por muchas piezas conectadas entre sí. En este momento, la pieza más importante está desgastada y por eso la máquina funciona a medias. Lo que quiero decir Manuela, es que tu corazón está teniendo problemas serios y si deja de funcionar, la máquina...tu máquina, se detendrá—. Así fue como el doctor consideró apropiado darme el diagnóstico y explicarme que mi salud estaba jodida. ¡Bien jodida! Que tenía un corazón inservible y que necesitaría de medicamentos para hacer frente al problema.

Mientras el médico hacia una analogía ridícula entre mi salud y una vieja máquina; mi madre comenzó a llorar como una niña y yo en un estado inerte, no lograba reaccionar. Me pareció estar escuchando el diagnóstico de otra persona. ¡Así me sentí!— No, no, no. ¡Es un error! Imposible. Siempre fui una persona sana, fuerte y deportista. Fíjese bien porque ese diagnóstico no es mío, —le afirmé al médico.

Ante mi negación absoluta, él con mucho cuidado volvió a dar la explicación, miró a mi madre y con sus palabras le daba aliento. Mientras lidiaba con el desconsuelo de ella, me repetía una y otra vez que no estaba todo perdido.— Tranquila. Muchas personas toman medicamentos para el corazón, —dijo con una seguridad en sus palabras, que confieso, logró convencerme de que todo estaría bien. Bueno, al menos por un tiempo le creí. El único detalle que se olvidó de mencionar el doctor en aquella consulta, o tal vez, se le pasó por alto, es que los medicamentos podían fallar, que cabía la posibilidad de que solo me sirvieran por un tiempo...

Mientras comía la tostada, volvía a mi mente la escena una y otra vez, sin notar que el Té, en la taza, se enfriaba rápidamente y mis ojos, no se apartaban de aquel pote sobre la mesa. Solo podía pensar en cómo algo tan pequeño puede determinar la vida de una persona. "Esperé ocho meses para que 280 gramos salvaran mi vida", recordé entre suspiros. Pero sin duda la espera no es lo peor, lo más duro de todo es sentir que tu existencia puede borrarse en un segundo. La vida se te va y no sabes cuándo se apagará la máquina.

Recuerdo que todo en mi mundo se transformó después de aquella consulta médica. Ya nada volvió a ser igual; ni mi familia, ni mi rutina, ni siquiera mi trabajo. Estaba enojada con el mundo, con la vida, pero más que nada conmigo; sentía que algo mal había hecho para estar en esa situación. Es que a los 26 años nadie está preparado para escuchar que sin un corazón nuevo, todos tus planes de futuro se van a un tacho. Me despertaba cada día sintiendo que podía ser el último.

Con el paso de los meses no tuve más opción que abandonar mi trabajo, ese fue sin duda el golpe más duro, siempre amé mi profesión y me costó lograr la aceptación de mis colegas. Trabajar en periodismo es fascinante, imposible de aburrirse porque siempre hay algo nuevo y diferente en que pensar. Sé que nací para esto, como dice el señor Rossi, director de la empresa: "El buen periodista nace, no se hace". Mi carrera iba en ascenso y todo parecía perfecto, pero lo bueno duró hasta que surgieron los síntomas. Aparecieron de a poco y comenzaron a ser obstáculos en mi rutina diaria. A medida que aumentaban los inconvenientes físicos, más me costaba concentrarme y rendir en las actividades. En la empresa ignoraban por completo mi estado de salud, hasta ese momento ni yo lo sabía. Creyeron que el problema era el exceso de presiones y exigencias del sector en el que estaba trabajando, esa fue la excusa perfecta para quitarme del medio. En el periodismo deportivo las mujeres molestamos y siempre existe algún "macho alfa" esperando ocupar ese lugar. Entonces comenzaron a trasladarme de un sector a otro como si todo fuese cuestión de estrés. "Vamos a asignarte una tarea con menos presiones", dijo el señor Rossi. Se refirió a mi como si fuese una incapacitada y aunque me opuse a ese cambio, terminé en una oficina de ocho metros cuadrado, frente a una computadora, redactando y cargando el contenido policial al portal. Era testigo de mi propia caída profesional, con una tarea tan sencilla que cualquier becario con escasos conocimientos podía hacer. No era necesario un título universitario para aquello. Pero obvio... tampoco funcionó, porque el problema no estaba en la tarea, el problema estaba en mi salud.

"La memoria del corazón" - Parte 1 ConexionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora