Prólogo.

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Dedicado a RubendelaCGarciaDuar, por animarme, apoyarme y ser siempre el primero en leer.



Localidad de Walles, 25 de diciembre, 10:00 p.m.

Seis años atrás.



El impacto de sus pies sobre el pavimento se escuchaba a lo largo del oscuro callejón. Su respiración descontrolada se añadía al momento y le imprimía cierto toque siniestro y tenebroso. Un claro atisbo de pánico se dibujaba en su rostro y rastros de lágrimas se apreciaban de forma clara en sus mejillas.

Llevaba corriendo casi quince minutos sin parar y el cuerpo, lógicamente, le dolía.

—Un momento —pensó— si me detengo solo un momento nada sucederá, ellos aún deben estar lejos. Tengo tiempo de llegar a un lugar seguro.

Frenó en seco y, colocando las palmas de sus manos sobre las rodillas, se inclinó hacia adelante en un intento de tomar aire. Apenas sentía los pulmones, una sensación de asfixia la estaba consumiendo lentamente.

—¡Caramba —se reprendió— no puede ser que venga otro ataque de asma!

Intentó calmarse para no respirar pesadamente, lo que menos necesitaba era complicar todo con su reciente estado. Trató de erguirse y, a duras penas, caminó unos cuantos pasos hasta situarse detrás de un contenedor de basura, en una esquina apartada. Ahí podría relajarse unos minutos sin llamar la atención.

Se permitió entonces procesar un poco lo sucedido: Silencio en la casa, golpes en la puerta de su cuarto, un cuchillo cerca de su garganta, esas manos tocándola lujuriosamente, gritos ahogados, la sádica expresión en el rostro de la persona de la que huía.

Sollozos escaparon de sus labios. No lo comprendía. ¿Cómo pudo pasar todo esto? En un ataque de frustración cubrió su rostro, no quería sentirse así.

De repente, un sonido la sacó de su estado mental. Giró la cabeza asustada y sus ojos se encontraron con los de él; a pocos metros de distancia había un chico observándola, probablemente unos años menor, lo delataba su aspecto.

Una sonrisa le tiró de la comisura de los labios y se acercó a ella con pasos ligeros, casi imperceptibles, pero decididos. Fue solo cuestión de segundos para que se sentara a su lado, en una cercanía un poco incómoda.

En ese instante lo reparó detalladamente y sus ojos grises fueron los que captaron toda su atención. De haber estado en otras circunstancias hasta podría admitir que era muy hermoso, pero no era el momento indicado.

Un breve silencio se instaló entre ellos, solo las miradas furtivas de ambos no se habían apagado; hasta que su voz se hizo presente.

—¿Por qué estás aquí, hermosa? —cuestionó curioso.

Ella dudó en responder, pero encontró las palabras necesarias para dar una respuesta que no fuese demasiado comprometedora.

—¿Eso qué te importa?

—Nada, es solo que no pareces el tipo de chica que sale de su casa a altas horas de la noche —resopló— pero ya tendrás tus razones.

La joven asintió agradecida de que el pequeño cuestionario finalizara, pero el silencio duró poco.

—No entiendo por qué te has metido en este lugar, es un barrio muy peligroso. Las princesas como tú deben quedarse en su torre, en un sitio seguro, lejos de las bestias y créeme —aseguró con rastro de ironía— ni te imaginas en el nido de bestias en el que has entrado al llegar aquí.

Estaba a punto de responderle, pero al oír aquel familiar silbido volvió a la realidad. Ellos estaban ahí, ese sonido era inconfundible.

—Ayúdame, por favor —le suplicó, presa del pánico— No dejes que me encuentren.

—Así que eres una busca líos —dijo él con picardía— Está bien, escóndete dentro del contenedor, seguro apestarás a basura luego pero al menos saldrás completa y viva.

Diciendo esto la ayudó a introducirse y, justo en el momento en que lo cerró, tres hombres, uno mayor, quizás de unos cuarenta y tantos años y los otros de unos dieciocho, se hicieron ver en la esquina.

El más viejo era el que hacía el sonido y era tan repetitivo que llegaba a tornarse molesto. Tenía una expresión seria, fría y calculadora. Fue el único que se acercó.

—Muchacho, ¿has visto a una chica bajita, de pelo castaño ondulado, que iba con un suéter color crema y jeans negros?

El chico se quedó pensativo, simulando hurgar en su memoria, por un momento la temerosa joven pensó que la delataría, hasta que respondió:

—No lo creo, he estado merodeando en este lugar al menos por cinco horas y no he visto mucho movimiento. La gente permanence en sus hogares, usted sabe los rumores que corren por ahí sobre El Desconocido, todos están aterrados. Solo estoy aquí porque tenía hambre y en casa no había nada de comer, así que no quisiera ser grosero pero necesito buscar en este contenedor algunas sobras y me daría vergüenza hacerlo frente a ustedes.

El hombre asintió y un destello de lástima, (¿o asco?) pasó fugazmente por sus ojos antes de sacar un billete de veinte dólares y tirárselo para, acto seguido, marcharse.

Una vez que el ambiente estuvo despejado, ayudó a su protegida a salir.

—Gracias —susurró ella— te lo recompensaré algún día.

—No te preocupes —exclamó quitándole importancia al asunto— tal vez ni nos veamos de nuevo pero, en todo caso, quiero que tengas en cuenta algo.

Y, mientras le mostraba el dinero recién recibido, prosiguió.

—En este mundo los disfraces son esenciales, enmascaran las intenciones, los hechos, pero solo necesitará un disfraz alguien cuya vida esté demasiado podrida como para evitar proyectar su imagen auténtica. Aléjate de esas personas, hay quienes atacan tan sigilosamente que parecen inofensivos. Ha sido un gusto conocerte, ya debo irme, me espera una mudanza mañana a primera hora.

Procesando sus palabras lo observó dar media vuelta y, justo antes de perderlo de vista, preguntó:

—¿Cuál es tu nombre?

—La incertidumbre es mucho más atrayente, llámame como quieras — sonrió de nuevo, esta vez de forma diferente— pero, si una palabra que me defina es lo que quieres, puedes decirme Cold, en honor a la noche, ya sabes, estamos en diciembre.

La muchacha se quedó ahí por unos minutos más, aturdida y mirando la ruta que su salvador había tomado.

—Cold —se repitió en voz baja— jamás te olvidaré.

Con esa promesa emprendió su marcha de nuevo, al fin y al cabo, también tenía una vida por intentar recuperar.


Con esa promesa emprendió su marcha de nuevo, al fin y al cabo, también tenía una vida por intentar recuperar

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