Capítulo 2.

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                   "Alicia:  ¿Cuánto es para siempre?

                     Conejo Blanco: A veces, solo un segundo"
                                                                                              Lewis Carroll.



    El Hospital General de Hillston era una construcción antigua, sus paredes y salas habían atravesado largos períodos de tiempo y atestiguado varios diagnósticos, inclusive los relativos a la brevedad de la vida en algunos pacientes y a su último aliento. Los pasados dos años se comenzaron a modificar algunas estructuras y a reparar otras, por lo que ahora tenía un aspecto más fresco y contemporáneo.

    En la entrada, un enorme cartel de letras negras anunciaba el nombre del centro y, más adelante, se observaba la escalera blanca con pulcras barandas en forma contorneada que daba acceso a la puerta principal, hecha de cristal. El suelo estaba revestido con losas color crema y se mantenía aceptablemente limpio, a pesar de que nunca dejaban de caminar personas por él. Hacia el lado izquierdo destacaba un mostrador de varios metros de largo, en el cual tres mujeres uniformadas se mantenían atentas a los teléfonos y a los pacientes que llegaran.

    El edificio estaba formado por cinco pisos bien compartimentados:

    El primero estaba dedicado a los servicios de urgencia, al ser el de más rápido acceso. Se incluían en él algunos salones de operaciones menores y enfermería.

    El segundo albergaba las especialidades de Pediatría, Oftalmología, Ortopedia y Traumatología, Urología y Estomatología, por lo que casi siempre tenía mucho personal activo.

    El tercero era el de los laboratorios y otras consultas de especialidades determinadas, también era muy frecuentado.

    En el cuarto se brindaban servicios de Psicología y Psiquiatría, por eso era sencillo e inspirador, típico de esta rama de la Medicina.

    Pero era el quinto el que causaba mayores sentimientos en todo el lugar. Este había acumulado más historias, llantos, dolor, calma, bullicio y, en momentos de júbilo, la alegría de aquellos a los cuales la vida les había otorgado otra oportunidad, por tal razón, Laura se dirigía con orgullo a ocupar una de las oficinas disponibles en el piso de Oncología.

    Su pasión hacia el tratamiento del cáncer tenía sus motivos válidos y fuertemente cimentados sobre bases sentimentales y lazos consanguíneos. Había sido testigo de cómo esa enfermedad silenciosa y sorpresiva llegaba a las personas como un ladrón sin escrúpulos que roba todo lo que encuentra a su paso, sin arrepentimiento alguno, una de las víctimas fue su adorada madre, la que le obsequió la vida.

    No obstante, esta motivación también se debía a una promesa hecha tres años atrás, cuando aún era estudiante de tercer año de la carrera.

    Aquella tarde se encontraba en el salón de clases organizando los apuntes que había tomado durante la primera visita a la sala de operaciones; estaba a punto de terminar cuando alzó la vista y la vio. Del otro lado de la ventana había una chica joven, tal vez de unos catorce años, de semblante triste y desgastado, piel pálida, desteñida y mirada perdida.

    Esa presencia la asombró, no era común semejante tipo de visitas a esa hora en una universidad pero, pensando que tal vez estaba perdida o en todo caso, buscando a alguien, salió del aula a brindarle su ayuda.

    Al estar a unos pasos de distancia pudo percatarse de las lágrimas que brotaban de sus irritados ojos y, en un intento de llamar su atención, le dijo:

— ¿Te encuentras bien?

¿Parece acaso que lo estoy? —cuestionó la chica de voz débil.

Disculpa, pero es que te he visto desde allá —señaló en dirección al lugar del que había salido— No es común tener a personas ajenas a la escuela por aquí a estas horas.

— Tranquila, a partir de hoy no creo que estaré tan ajena.

— ¿A qué te refieres? ¿No eres muy joven para matricular?

    Una risa melancólica brotó de los labios de la interrogada.

— Ojalá fuese eso, pero no vengo a estudiar, más bien a que me estudien.

    Diciendo esto se desató un pañuelo que le cubría la cabeza y que Laura no había notado antes. En efecto, no quedaba rastro de cabello.

Tengo cáncer. —dijo, confirmando sus sospechas— .Los doctores me han dicho que la quimioterapia no funcionó, ya no tengo cura; por eso estoy aquí.  Antes que sucediera esto quería estudiar Medicina, pero es imposible, por eso le pedí a mi madre que me dejara venir, observar este centro y ofrecerme como voluntaria para recibir en mi organismo los tratamientos que se han desarrollado aquí contra mi enfermedad. Tengo plena conciencia de que no me curaré, pero quiero elegir cómo pasar mi último tiempo de vida y estar postrada en una cama, lamentándome, no está en mis planes inmediatos. Bastante he sufrido ya.

    Una lágrima se deslizó por la mejilla de Laura, se sintió conmovida, con un sentimiento de simpatía hacia esta desconocida que luchaba con el único remedio que aún era efectivo: el optimismo.

¿Cómo te llamas? —le preguntó.

— Marjorie, mucho gusto. —respondió mientras se cubría de nuevo— Disculpa la escena de antes, ya sabes, la de mi estado de ánimo fatal.

— Descuida, todo está bien, si no me hubiese percatado de eso ahora quizás no estuviera aquí, contigo.

Es cierto, —concordó la muchacha y cambió el tema— pero dime, ¿qué rama te gusta más?

Podrá parecerte increíble, pero ahora mismo es Oncología —confirmó Laura sin dudar— y te prometo que esta preferencia tiene altas probabilidades de ser definitiva.

    Con el detonante final para su elección y la expresión relajada de Marjorie en mente, llegó a su destino y caminó por el pasillo, pero no pudo evitar detenerse para detallar a un grupo de jóvenes cuyo uniforme los delataba.

    Uno de ellos se giró en su dirección y, en ese momento, su corazón empezó a latir apresuradamente. Sintió que su respiración comenzaba a fallar como pleno indicio de un ataque de asma.

    Ahí, frente a ella, un par de ojos grises únicos, inolvidables, exploraban su alrededor y amenazaban con quebrantar sus muros.




    Ahí, frente a ella, un par de ojos grises únicos, inolvidables, exploraban su alrededor y amenazaban con quebrantar sus muros

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