Capítulo 16.

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"No neguemos nada, no afirmemos nada; esperemos"

Joseph-Ernest Renan


    Si aún tenía alguna duda, ahora no le quedaba ninguna en absoluto. La situación era realmente seria y le atemorizaba que su madre, Delia Linson, estuviese viviendo un infierno a manos de sus secuestradores. De repente entendió que lo más probable era que todas las piezas del rompecabezas encajasen, empezando por el día de su fuga y terminando en el presente. Desde que comenzó a trabajar en el Hospital General de Hillston, habían surgido demasiados contratiempos.

"Tic, toc, tic, toc, ven a mí, preciosa. Te estoy vigilando, tráeme lo que me pertenece si quieres a la señora Linson de vuelta"

—¿Quién crees que hizo esto? —Nick terminó de leer la advertencia y la miró preocupado.

—Créeme que me estoy preguntando lo mismo, pero ni un nombre me viene a la cabeza —Laura se limpió una lágrima y suspiró resignada—. ¿Sabes?, es frustrante no poder controlarlo todo o saber qué rayos sucede. Ya no voy a esperar más.

    Se dirigió a la salida principal de la mansión Jhonson y, antes de que pudiese dar un paso afuera, el de ojos grises le dio un tirón brusco, haciéndola chocar contra su robusto pecho.

—Borra de tu cabecita la idea de marcharte ahora, está anocheciendo, los caminos son peligrosos.

—¡Mierda, Nick, suéltame de una vez! —vociferó y comenzó a darle puñetazos en los hombros, pero el chico la giró contra la pared, aprisionándola y presionándose contra su cuerpo.

—Eres una fierecilla salvaje -le susurró al oído y el ambiente adquirió un calor repentino—, me estás obligando a...

—¿A qué, pedazo de troglodita? —preguntó la doctora, en un tono casi inaudible.

—A domarte —el joven le mordió el lóbulo de la oreja, haciéndola estremecer.

—Eres un creído.

—Y tú una prepotente —la liberó del agarre y tomó distancia. Laura sintió la ausencia de su calidez masculina y se abrazó—. No ves que están jugando con tu mente, quieren que te desesperes, que te sientas acorralada, que corras como un animal al matadero...

—Sí, bueno... es que, lógicamente, me preocupo, no es la vida de cualquier persona la que está en riesgo.

—Pero tú eres el objetivo, Laura. Mientras no te tengan en sus manos, tu madre será el señuelo y no les conviene deshacerse de ella —dijo, con exasperación—. A ver, velo de esta forma: imagina que estás pasando por un edificio en peligro de derrumbe, en ese momento escuchas un ruido que te indica que se está cayendo una parte, pero también percibes que dentro hay personas, ¿Cómo procederías? ¿Te arriesgarías a entrar?

—No, llamaría a los rescatistas.

—Exacto. Pasa igual en este caso. Cuando estaba en primer año de Medicina, tomé un curso de primeros auxilios, ¿sabes cuál era el lema del profesor?

—¿Primero yo, después yo y luego también yo? —cuestionó.

—Exacto, para asegurar la vida de los demás, debes asegurar la tuya primero. De nada servirías si terminaras lastimada o peor, muerta antes de ayudar a los necesitados.

—Entonces, ¿qué planeas?

—Te prometí que iría contigo y así será.

—Vámonos ahora, por favor, te lo suplico —le rogó con insistencia.

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