Capítulo 6.

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"¡Qué sombras somos, y qué sombras perseguimos!"

Edmund Burke.




    No existe sensación más contradictoria que la causada por una sorpresa. Es en medio del estado producido por la misma donde se combinan diversas tonalidades y matices que hacen oscilar la mente entre cuestiones y razonamientos abarcadores de lo sublime a lo ridículo.

    De sorpresas está hecha la vida y, sin ellas, podría resultar monótona y aburrida.

—Cold —soltó, sin ápice de duda.

    El aludido la observó con fascinación, como si acabara de descubrir un tesoro de incalculable valor. Por unos segundos su mente quedó en blanco y las palabras se le atravesaron en la garganta cual cuchillos afilados. Quería hablar, contestar algo, cualquier cosa; pero no podía.

—¿Te encuentras bien? —le interrogó inquieta, pero muy atenta a sus reacciones.

    Sacando fuerzas de lugares insospechados, logró articular su primera palabra.

—Sí.

—Vaya, —pensó la doctora muy en sus adentros— es cierto que contestar con monosílabos es su especialidad. —se revolvió en la silla, los nervios la estaban carcomiendo lenta y tortuosamente, pero no sucumbiría. Por primera vez sintió que debía tomar las riendas del asunto, costase lo que costase—. ¿Me recuerdas?

    El interrogado asintió con movimientos mecánicos y pausados, sin ímpetu, sin ganas. Su rostro era un verdadero poema. En su interior, las voces le gritaban miles de oraciones y párrafos que necesitaban salir, un cosquilleo le recorrió la columna vertebral y la cabeza le comenzó a doler.

—¿Por qué el pánico? —se reprendió—. No es peligrosa ni quiere dañarte. Háblale, es la chica de hace seis años, la misma con la que has soñado todas las malditas semanas. —entonces, tras envalentonarse, le dijo— .Nunca te he olvidado.

    Los ojos de ella se llenaron de lágrimas y sus mejillas fueron invadidas por rebeldes, gruesas y cálidas gotas. Tristeza y emoción, calma e inquietud, agradecimiento y resentimiento, todos los antónimos se juntaron alrededor de ambos en una danza exquisita y seductora donde, más temprano que tarde, las hormonas saldrían a flor de piel.

—Estás muy cambiada. —prosiguió, entrando en confianza— .Ya no te pareces a la miedosa que salvé en el callejón.

—Han pasado muchas cosas, ha pasado mucho tiempo. Tú también luces diferente.

—En efecto, me he vuelto un completo desastre.

—¿Por qué te tratas así?

—Si tuvieras una mínima idea de lo que es mi vida, entenderías mejor.

    Laura sintió pena, no le agradaba verlo en ese estado. Pensó en ofrecerle un espacio para que se desahogara, pero creyó imprudente y precipitada  la idea, al fin y al cabo, aún no tenían la confianza necesaria. No podía negar que se sentía atraída por el aura misteriosa que envolvía a Nick, o por la historia que Lindsey le contó, pero si de algo estaba convencida era de que la prisa no es buena compañera. Poco a poco lograría llegar al fondo del asunto.

—Estoy segura de que algún día me lo contarás.

—No saques conclusiones precipitadas, hermosa. —soltó el chico y las comisuras de sus labios se elevaron formando una sonrisa seductora que le produjo un cosquilleo desconocido—. A propósito, te sienta muy bien ese vestido.

—¿Me estás coqueteando? —preguntó sin pensar y se dio una cachetada mental. Al parecer sí tenía un lado atrevido después de todo.

—Para nada, es solo un cumplido. —le aseguró—. No pienso acercarme a ti con otras intenciones, estamos aquí por cuestiones serias y profesionales.

—Solo intentaba relajar el ambiente. —se explicó, apenada y con la sensación de que algo se le había roto por dentro—. Sé de sobra lo que podemos o no hacer.

—Disculpa si fui brusco, no era mi intención, reconozco que tengo un carácter complicado. Tenme paciencia, por favor, lo menos que quiero es herirte, pero parece que llevo en la sangre lo de hacer daño y tengo miedo de no poder controlarlo algún día.

    Quiso abrazarlo y decirle que no se preocupara, que ella estaría ahí para él, que en sus ojos no veía a un ser detestable, sino a una persona llena de vida y pureza; pero solo se limitó a asentir.

—¿Ya tienes decidido el tema de tu tesis? —cambió el hilo de la conversación.

—Decisión es mi apellido —se burló.

—Pensaba que era Jhonson —susurró ella.

—¿Qué has dicho? —preguntó Nick con un tono de voz que denotaba irritación.

—Tu… tu apellido es Jhonson —repitió, tartamudeando.

    El muchacho se levantó con brusquedad y el sonido de la silla de madera arrastrándose por el suelo atrajo unas cuantas miradas, o quizás fue el golpe que produjo el impacto de sus puños sobre la mesa.

—¿Qué te han contado? Dímelo y no escondas nada. ¿Quién te envió a mí realmente? —vociferó con alteración y la sacudió por los hombros.

—No sé de qué hablas. Suéltame, me haces daño —le imploró al ver que no pretendía aflojar el agarre.

    Para esas alturas, varias personas se habían congregado a su alrededor, expectantes.

—Deje a la señorita —interrumpió un guardia de seguridad.

—No se meta en lo que no le importa. —le respondió groseramente—. Esto no es su problema.

—Cuida tus modales, no querrás arrepentirte después.

—El que se arrepentirá será usted si no se pierde de mi vista ahora mismo.

    Sonoras expresiones de asombro se escucharon en el lugar.

    Laura estaba espantada, acorralada, sin salida. Sintió miedo. Si Nick se atrevió a amenazar a la autoridad y no titubeó, de cuánto más sería capaz.

—Chaval, lamento informarte que te has metido con la persona equivocada. Márchate, de lo contrario dormirás hoy en comisaría.

—A mí nadie me dice qué hacer —contraatacó al tiempo que la soltaba y se le echaba encima al hombre, asestándole un puñetazo en el rostro.

—Me has colmado la paciencia —repuso el guardia con la cara lastimada y le propinó un golpe maestro en la cadera que lo hizo aullar de dolor y caer al suelo—. Vienes conmigo.

    Lo próximo que Laura vio fueron las esposas alrededor de las muñecas del chico, la expresión cansada de su rostro, su mirada pidiéndole perdón; sintió los estruendos de la guerra que se libraba entre ángeles y demonios por apoderarse del alma de Nick.





    Lo próximo que Laura vio fueron las esposas alrededor de las muñecas del chico, la expresión cansada de su rostro, su mirada pidiéndole perdón; sintió los estruendos de la guerra que se libraba entre ángeles y demonios por apoderarse del alma ...

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