Capítulo 7.

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"El hombre es mortal por sus temores e inmortal por sus deseos"

Pitágoras.



—Laura, ¿eres tú? —la señora Linson salió apresurada al escuchar un portazo.

—Sí, madre, ya llegué. —respondió de mala gana y pasó a su lado sin mirarla—. Me voy a mi habitación.

—¿Pero qué te ha pasado? —la mujer la siguió escaleras arriba—. Tienes una cara horrible. —la tomó por el brazo derecho y la obligó a encararla—. ¿Y esos moretones? —silencio como respuesta—. ¿Te pegaron? ¿Te asaltaron? —más silencio—. ¡Caramba, Laura, dime algo! —le rogó desesperada.

—No tienes por qué preocuparte. Solo he tenido un mal día, eso es todo. Necesito descansar, mañana hablamos —subió dos escalones, pero la voz de su madre la detuvo nuevamente.

—No es posible que hayas metido la pata. ¿Qué sucedió? —insistió, siempre lo hacía cuando no obtenía una respuesta convincente—. Seguro te pusiste nerviosa y olvidaste alguna orientación, —comenzó a crear hipótesis— tal vez trataste mal a un paciente y sus familiares se desquitaron, o quizás… —dejó la frase inconclusa.

—Quizás qué —exigió saber la joven, notablemente molesta.

—Quizás esas marcas te las dejó algún chico —finalizó la otra mientras clavaba por segunda vez su mirada sobre el lugar en el que se encontraban estas.

—¡No puedo creer las tonterías que dices! —le reprochó—. Esto ya es el colmo, en vez de considerarme y darme espacio me lanzas miles de preguntas y expresas cosas sin sentido. —se puso una mano en la nuca y movió la cabeza hacia los lados—. No tienes idea de lo que he tenido que pasar, ni de cómo me siento ahora, solo rogaba por llegar a casa y olvidarme de todo, encontrar paz, ¿crees que sea posible?

    La señora Linson asintió con expresión apenada y agregó:

—Bueno, pero come algo primero, seguro no has probado bocado.

—Cené en un restaurante cerca del trabajo. —mintió—. Buenas noches.

—Dulces sueños, mi niña —le dio un beso en la frente y la dejó marchar.

    Laura entró en su cuarto, se quitó la bata y la arrojó al cesto, luego se sacó sus tacones y se tiró en la cama. Una sensación de tranquilidad la invadió y por fin pudo relajarse. Antes, cuando estaba estresada o abatida, se quedaba acostada por horas con la mirada fija en el techo, por eso se le ocurrió la idea de pintarlo de negro y decorarlo con pequeñas estrellas fosforescentes, de forma tal que, al apagarse las luces, la oscuridad no fuese absoluta. Ahora repetía el procedimiento como si fuera su mantra. No obstante, a pesar de que su mente le pedía a gritos que no pensara en Nick, su corazón demandaba lo contrario.

    Cerró los ojos y lo recordó subiendo a la patrulla, esposado y vulnerable. Suspiró frustrada y volvió a mirar hacia arriba.

    No había ido a tras él porque pensó que lo mejor sería darle una lección, después de todo, la trató con agresividad y prepotencia, pero la culpa la estaba carcomiendo. No podía evitar imaginárselo solo, con el uniforme sucio, la cabeza gacha y las manos alrededor de los barrotes. La escena se rebobinaba una y otra vez, así como el hecho de que no sabía si había quién lo sacara de ahí, según tenía entendido, su único familiar era el Dr. Jhonson y estaba desaparecido.

Él lo mató —le susurró su conciencia y la reprendió.

—¿Qué estará haciendo? Seguro tiene hambre y frío. ¿Ya estará dormido? —se preguntó en voz alta.

    ¿Por qué se interesaba tanto por ese problemático?

Porque es un problemático sexy —volvió a susurrar su conciencia y estuvo de acuerdo.
   
     Nick era un bombón, cualquiera que estuviera en sus completas facultades mentales lo percibiría. En altura rozaba los 1.80 metros, su piel era clara y tersa, el pelo castaño corto le aportaba cierta madurez; en cuanto a sus facciones: cejas bien formadas y gruesas, nariz perfilada, labios rosados y carnosos…

—Debe ser una delicia besarlo —su conciencia la interrumpió, si seguía así, la apuñalaría. Retomó el análisis:

    Su barbilla cuadrada estaba perfecta, pero sus ojos medianos ganaban toda la atención: grises, oscuros, profundos, enigmáticos, pícaros. Si alguien lo miraba fijamente, podría quedar hechizado, por eso ella evitaba hacerlo.

    Su cuerpo era un tema aparte: espalda y pecho ancho, musculoso, brazos fuertes y cintura estrecha, seguro practicaba ejercicio.

   Dejó volar su imaginación y lo vislumbró sin camisa, apoyado en un codo sobre su colchón, observándola. Comenzó a sentir mucho calor y su respiración se agitó, así que corrió al baño y se dio una larga ducha fría. ¿Qué le estaba pasando?

    Tras vestirse, apreció la imagen que le devolvía el espejo y se entristeció, ¿por qué pensaba en Nick de esa forma si era más que evidente la realidad? Nunca podrían estar juntos, eran como hielo y fuego, si se acercaban, corrían el riesgo de destruirse, además, ella era su tutora y tampoco era éticamente correcto.

—¡Al diablo las normas! —la animó su voz interior—. Lo deseas y él a ti, se notaba la tensión en la biblioteca, aunque hoy se comportó como un patán. No te habías sentido así desde…

    Laura no la dejó terminar la frase, hace mucho tiempo que aquel hombre se había marchado de su vida, pero sentía que la simple mención de su nombre le abriría nuevamente la herida que tanto se esforzó por cerrar.

     Lo conoció en el penúltimo año de su carrera por medio de las redes sociales, su compañera de cuarto, Stephanie, la animó a crearse un perfil en Facebook para "hacerse visible". Cuando le llegó la primera solicitud de amistad, la aceptó entusiasmada, era un chico que al instante le escribió al chat privado. Con el transcurso de los días se fueron conociendo mejor, pasaban horas conectados y, en una de sus charlas, acordaron encontrarse y verse frente a frente. Todavía recordaba la ilusión que sintió al verlo. Dos semanas después, él le pidió ser su novia y, ante el constante revoloteo de las mariposas en su estómago, aceptó. Los meses a su lado fueron mágicos y en ellos vivió sus primeras experiencias: desde un beso, hasta hacer el amor; pero la magia acabó y le enseñó su verdadera personalidad. Resultó ser despreciable, manipulador, mentiroso; terminó abandonándola, dejándola con un vacío inmenso y sin fondos para terminar la carrera. La señora Linson tuvo que vender todas sus joyas para reunir otra vez el dinero.
   
   Rememorar parte de lo ocurrido la hizo hundirse en un mar de lágrimas que parecían no cesar, cuando logró estar más serena los párpados le pesaban y Morfeo la abrazó con ternura.

    La vibración del celular la despertó, miró el reloj de pared: 3:00 a.m, dentro de cuatro horas debía levantarse, agarró el teléfono con torpeza, tenía dos mensajes. El primero era de Lindsey, comunicándole que había encontrado el expediente perdido y mañana se lo entregaba sin falta. El segundo era de un número que no tenía registrado, lo abrió y, al leerlo, un cosquilleo le recorrió las piernas:

   Acabo de salir de la cárcel después de tres horas en una sucia celda y durante todo ese tiempo no dejé de pensar en ti, discúlpame por haberte asustado y lastimado. Juro que borraré esos rasguños de tu piel, solo espero que me permitas hacerlo.

    Dos cosas le ocurrieron después: sonrió embobada y volvió a imaginar a Nick. Decidió irse a dormir obviando el porqué de ambas reacciones y ansiando la llegada del amanecer.


 Decidió irse a dormir obviando el porqué de ambas reacciones y ansiando la llegada del amanecer

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