¨¡Oh, qué hermosa apariencia tiene la falsedad!¨
William Shakespeare.
Los cálidos y traviesos rayos del sol se colaron por la ventana e invadieron la cama en cuya comodidad yacía el extenuado cuerpo de la doctora. La sensación que produjeron sobre su piel, hizo que se estirase y bostezara en consecuencia. Cuando logró despertarse del todo, un punzante dolor atravesó su cabeza y le atribuyó la culpa de este a las fuertes emociones vividas. Recordaba la nota recibida y aquel acertijo que no tenía el menor sentido, así como la sorpresiva, pero oportuna visita de Nick, ya que gracias a él pudo conciliar el sueño y relajarse. Después de arreglarse y estar más presentable decidió bajar para agradecerle. A medida que descendía por los escalones sus pasos se tornaban vacilantes, ¿qué explicación le daría?
—¿La verdad? —cuestionó su parlanchina voz interior.
Por supuesto que no, revelarla implicaba revivir el dolor y darle cabida a los malos recuerdos. Pese a esto, la decepción la abordó al llegar a la cocina y encontrar pegada al refrigerador una pequeña nota firmada por el de ojos grises:
"Disculpa por marcharme, bella durmiente, pero surgió un contratiempo de último minuto. Sobre la mesa te dejé tostadas y hay zumo de naranja en la nevera. Si necesitas algo, llama al número que te anoté a continuación"
—¡Vaya a saber Dios lo que debe estar haciendo! —susurró mientras miraba los seis dígitos y los añadía a su lista de contactos.
—Mal agradecida —la inculpó su conciencia—. Si el galán hasta te preparó el desayuno.
Después de debatirse entre ir al trabajo o permanecer torturándose mentalmente, se decantó por la primera alternativa, al fin y al cabo no podría huir de los problemas y precisaba encarar la realidad: la vida de su madre dependía de ella. Ensayó delante del espejo lo que le diría a la directora Corton, hasta que se sintió segura y determinada a proceder.
Cerca de las once de la mañana se encontraba en el elevador del Hospital General de Hillston, camino a la oficina de la principal y con su idea más que clara: pedir una semana libre. Tendría que ir a Walles en ese tiempo y saldar las deudas con su pasado.
Por unos breves instantes se sintió apenada con sus pacientes porque no podría atenderlos correctamente, pero debía anteponer su seguridad y la de la señora Linson. Las puertas del ascensor se abrieron, al salir chocó con un bulto duro y cayó al suelo.
—¡Rayos! —pensó—. Parece que hoy no es mi día de suerte.
—Nos volvemos a encontrar en las mismas circunstancias, señorita Laura —aseveró una conocida voz masculina que tardó segundos en identificar.
—Rafael, encantada de verte otra vez.
—Me quedé esperando tu llamada —el hombre esbozó una sonrisa seductora, la ayudó a ponerse de pie y añadió con cierto reproche—. Pensé que sacarías unos minutos para mí.
—Lo siento —se ruborizó—. He estado muy ocupada, pero guardé tu tarjeta —abrió un bolsillo de su bolso, tomó el pequeño cartón que él le había entregado y se lo mostró—. Ves, ¡acá la tengo!
—Debes compensarme —sostuvo su mano y la besó sin quitarle la mirada de encima—. Te invito a salir esta noche.
—Pero…
—Sin excusas, por favor. No te morderé —se acercó un poco más a su rostro— a menos que me lo pidas.
La muchacha abrió los ojos con asombro, ¡qué atrevido era! Algo le decía que no aceptara, pero al ver la expresión suplicante del hombre y recordar que Nick la había dejado sola, además de valorar la probabilidad de que mañana, cuando regresara a su pueblo natal, le sucediese lo peor, optó por no rechazar la proposición. Rafael parecía ser amable y de conversación amena, a lo mejor lograba distraerla un poco.
ESTÁS LEYENDO
Corazones de Blanco
Mistério / SuspenseLa vida puede cambiar de un momento a otro, a veces para bien y otras no. Seis años atrás, en una fría noche de diciembre, Laura huyó de su hogar. Dejando atrás lo conocido hasta ese momento y tratando de escapar de sus perseguidores, encontró la sa...