Capítulo 29. [Luces Y Sombras]

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La época de la navidad. 

Llena de vida, de nostalgias, de reconciliaciones; tiempo de armonía, de juicio, de calma, pero sobre todo de amor. Para algunos, la más bonita y especial época del año, para otros, más nostálgica, más cálida. 

La emoción de poner en familia el árbol de navidad nunca se había sentido tanto como aquella mañana del veinticuatro. La brisa era más fresca, el clima jugaba a favor: templado, como tanto les gustaba. Los adornos de navidad, las bambalinas revoloteando, la música suave de fondo, el olor a pavo recién salido del horno, el dulce manjar de piña, el turrón, los polvorones; tenían todo para ser felices, o eso pensaba una mujer de ojos muy celestes, tan celestes como el agua cristalina. 

—¡Llegaron!—gritó con euforia una mujer que abría la puerta de sopetón. Macarena, asustada, se llevó una mano al pecho después de haber arrojado los utensilios. La mujer rubia le regaló una sonrisa de disculpa y se marchó tan pronto como entró. Macarena se quitó el delantal y lavó sus manos con inmediatez. Por costumbre, acomodó su cabello hacia un lado, dejando una parte de su cuello expuesto, se vio a sí misma, respiró hondo, y salió a la sala de estar con una sonrisa ensanchada y sus ojos brillantes por la emoción. 

Al salir, notó que la puerta principal estaba abierta. Supuso entonces que aún no habían entrado y todavía estaban fuera de la casa. Volvió a verse, sintiéndose impaciente, descontrolada y muy nerviosa. Después de una semana sin verse con Bárbara, la morena finalmente había llegado para noche buena como tanto se lo había prometido en una de sus llamadas telefónicas. Preparó sus platillos favoritos y se compró un lindo vestido para verse bien para su esposa. Ella no podía esconder su felicidad. Cada vez que Bárbara viajaba por motivos de trabajo, Macarena se quedaba pensándola, extrañándola, y deseando fervientemente que el día de su reencuentro llegase pronto. Estaba tan enamorada como el primer día que no podía explicarlo. 

Días atrás, en una llamada, Bárbara le había comentado que creía imposible regresar antes de noche buena. Por supuesto que aquella noticia no la había alegrado en nada. Odiaba verse sin ella. No le gustaba sentir el otro espacio de la cama vacío porque no había noche donde no deseara que sus suaves brazos la rodearan mientras dormían, pero poco después comprendió que habría noches donde aquel deseo sería imposible de cumplir. Nunca estuvo completamente sola. Sus amigas también fueron un gran apoyo, al menos Lauren y Abby, que sus trabajos no eran tan demandantes como el de Bárbara y Kate, y por suerte (o para su desgracia), Abby siempre estaba acompañándola. Pero tan pronto llegó el otro día, la morena, tras una larga conversación y de repetirse lo mucho que se echaban de menos, le había prometido hacer hasta lo imposible por volver antes. Su corazón vibró cuando le dijo que tomaría el primer vuelo para ir por ella, por su amor. 

Macarena sintió unas manos cubrir sus ojos. Una sonrisa involuntaria adornó su rostro al pensar en la persona que posiblemente estuviera detrás. Las tomó entre las suyas, sintiendo sus dedos finos y largos examinándola. Su dedo índice buscó el dedo anular y lo sintió: su anillo de matrimonio. 

—¡No puedo creer que de verdad estés aquí!—fue lo primero que dijo al voltear y encontrarse con la mirada marrón de una mujer que se veía radiante esa mañana. Bárbara acarició su mejilla con delicadeza y le sonrió mientras se veían como si el tiempo se hubiese detenido en ese instante. La castaña sin poder evitarlo, juntó sus labios en un beso. Ese que había estado anhelando, deseando, necesitando. La morena la sujetó contra ella, sintiéndola, desde su aroma hasta su piel. Ella también la había extrañado. 

—¡Dejen para después!—les gritó una voz que iba entrando a la casa con obsequios en las manos mientras empujaba la puerta con un pie y con dificultad. Abby gruño mientras veía a Bárbara y a Macarena besarse con desesperación cuando ella apenas y podía estar en pie—. Si si, sigan besándose mientras yo me encargo de esto—y al sentirse nuevamente ignorada, volteó los ojos y depositó los obsequios encima del sofá—. ¿Qué dices?—llevó la mano a su oreja como si estuviera escuchando—, si, yo también estoy muy bien y también te eché de menos, gracias por preguntar. 

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ᴸᵉᵗʳᵃˢ ʸ ᴰᵒˢ ᴬˡᵐᵃˢ ᴰᵉˢⁿᵘᵈᵃˢ ᴱⁿ ᴾᵒᵉˢíᵃ | |Barbarena||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora