Capítulo 9. |London Black|

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CIUDAD DE NUEVA YORK

ALGUNOS DÍAS DESPUÉS

—No quiero verme en la obligación de mandar a desalojar toda la cuadra.

Bárbara se llevó la mano a la frente, exhausta de tener que repetirle nuevamente al conserje que no deje a los perros de la zona pisar su césped y menos dejar sus tan delicados y pequeños excrementos.

—Cuatro días contínuos donde he tenido que lavar la punta de mis zapatos porque los animalitos dejan sus caramelitos en mi césped—repitió entrando a su casa mientras dejaba sus pertenencias en el sofá—. Claro que no voy a pedir que te echen—se echó a reír. Últimamente, las personas tenían un concepto distinto de la escritora. Incluso, algunos creían que desde la ausencia de su esposa ella se había vuelto un ser insípido y odioso—. Envíale saludos a tu esposa, y a Shaggy.

Bárbara cortó la llamada y se desplomó en el sofá. Había sido un día largo y tedioso para la escritora. Sus compromisos laborales habían crecido significativamente los últimos días. Su teléfono móvil reflejaba la imagen de su esposa durmiendo en su cama. Para toda persona, aquel detalle era sumamente significativo. Adoraba verla en cualquier parte del hogar que había construído con Macarena.

Ésa tarde todo era un poco diferente. El clima, el olor del café recién colado, incluso la textura del césped. Héctor, el jardinero, se había encargado especialmente de arreglarlo para su esposa. Bárbara sabía cuánto Macarena amaba el orden y ella quería que todo estuviera impecable para su pronta llegada.

Habían pasado cuatro días desde la última vez que la vio. Ryan había tomado medidas preventivas en el cuidado de la ojiazul, y eso por un lado calmaba la tormenta de pensamientos que crecían dentro de la escritora. Aún mantenía su desconfianza con Rachel. La mujer no le proporcionaba seguridad y eso era el mensaje necesario para estar alerta. Abby, personalmente, se había encargado de suplicarle una vez más a la secretaria de piso que la mantuviera comunicada bajo perfil. Al parecer, la rubia había logrado que aceptara tomarse una copa de vino en su compañía.

Todo en plan de amistad.
O eso había dicho.

—López—contestó Bárbara el móvil.

—¿Tengo que preocuparme por mi paciente que lleva una semana sin aparecer por mi consultorio sin dejar ningún mensaje?—escuchó la pregunta de Charlie, su psicólogo. La escritora masculló un –mierda– por lo bajo.

—Lo siento mucho Charlie—se excusó la escritora—. Los días han sido difíciles. Tengo una razón muy buena.

Charlie, desde el otro lado de la línea, se puso cómodo para escuchar a la escritora.

—Justo en este momento estoy sentado en un Starbucks con un café Latte Vainilla delicioso en mis manos—le comentó—. Me agradaría un poco de compañía. Si quieres, podrías venir y contarme esa razón tan buena que te ha tenido tan entretenida éstos días que ni tiempo de avisar.

—Créeme que cuando te cuente de qué va te caerás de culo.

Charlie abrió los ojos.

—No te conocía por vulgar.

Bárbara rió.

—Pásame la dirección y en menos de diez minutos estoy allí.

Charlie con la misma llamada al aire le envió la dirección a Bárbara activando el GPS. La escritora lo vió, y supo de inmediato cuál era.

—Quince minutos es el tiempo que me tomo en llegar—dijo Bárbara recogiendo su bolsa de mano para salir.

—Dijiste diez.

ᴸᵉᵗʳᵃˢ ʸ ᴰᵒˢ ᴬˡᵐᵃˢ ᴰᵉˢⁿᵘᵈᵃˢ ᴱⁿ ᴾᵒᵉˢíᵃ | |Barbarena||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora