Querida Venable.

401 28 4
                                    

N/A: esto esta inspirado en la canción "Dear John— Taylor Swift."

Todo había comenzado un día soleado, el cielo azul destacaba más de lo habitual, como si hubiera querido avisar de que algo bonito iba a pasar hoy.

Me puse mi vestido favorito, uno morado y ajustado, pero apropiado para mi primer día de trabajo.

Fue en ese lugar cuando te vi, sentada en aquel escritorio y vestida del mismo color que yo, como si estuviéramos destinadas.

Oh querida Venable, fue un placer conocerte.

Me miraste de arriba abajo, y por el brillo en tus ojos y la pequeña mueca parecida a una sonrisa supe que te gustó mi vestido y que tal vez supiste en ese momento que nuestras vidas podrían combinar.

Pronto conocí tu personalidad fría y distante, pero no me importó, notaba que alguien se escondía detrás de muros de hielo y cemento.
Y pensé en salvarte, juro que llegue a creer que podría ayudarte.

Y al principio fue así, en cuantos más días pasaban más abierta eras. Habías empezado a sonreírme en ciertas ocasiones, me mirabas con ojos confortantes, te reías de algunas de mis bromas y ciertamente te gustaba pasar tu preciado tiempo conmigo. Ibamos a merendar cada tarde a aquella cafetería de la que nos enamoramos nada más ver el letrero purpura.

Entre esas cuatro paredes, con ambiente acogedor y olor a café fue donde me enamoré por completo de ti, la chica misteriosa del bastón.

Pero no me atreví a decírtelo hasta meses después, justo sentadas en la mesa de siempre, tu con tu café solo habitual y yo con una taza de chocolate caliente entre mis manos, te lo confesé. Y por tu mirada ya supe que todo iba a salir bien, pero tus ojos me engañaron, fingieron amor cuando lo único que buscaban era dolor.

Pero a pesar de eso empezamos una relación, tú tenías miedo a hacerla pública, que tu reputación de mujer sin sentimientos quedara arruinada para siempre, y yo era tan ingenua que por ti aguanté ser un secreto más.

Besarte hacía que el tiempo volviera brillante, igual que en el día en el que te conocí. Tu risa cada vez más habitual lograba hacer que mi estomago girara en un bucle infinito de felicidad, encajábamos tan bien estiradas en tu cama de seda morada.

Y nunca había sido tan feliz como en aquellos seis meses, llegar a casa y no tener que estar sola, poder abrazarte cada vez que sintiera que no podía seguir. Tus palabras de amor que con el tiempo aprendiste a decir más abiertamente.

Pero no todos los días hace buen tiempo, las tormentas empezaron a aparecer, arrasando absolutamente todo lo que estaba ahí.

Te volviste fría, distante, reacia a mi tacto. Dejaste de mirarme como mirabas a la chica del vestido morado. Me gritabas y con eso solo lograbas hacerme odiarte más.

Te quería tanto, te quiero tanto. ¿Pero como no iba a odiarte en los días en los que el tiempo iba en contra nuestro? Seguro que tu también lo hacías.

En las primeras peleas intenté llamar a mi madre, llorándole por teléfono lo mucho que echaba de menos a la mujer de la que me había enamorado. Incluso una vez llegue a pensar que mi progenitora tenía razón al odiarte.

Pero me pedías perdón, con un ramo de lavanda, comprándome joyas y mirándome como la primera vez. Y yo volvía a caer, enamorada de la Wilhemina Venable de cielo azul y despejado.

Pero cada vez habían más nubes grises, le echabas la culpa a tu espalda y yo te intentaba ayudar pero nunca te parecía suficiente. Me apartabas hasta que volvias a brillar.

Pero yo dejé de brillar en un punto, demasiado cansada para seguirte el ritmo.

Decía estar bien pero por las noches no dormía pensando en ti, asustada por la persona que me encontraría al día siguiente y rezando para que esta fuera la de ojos brillantes y felices. Aunque la mayoría de veces no era el caso.

Por eso he decidido irme.

Con el vestido del primer día llegué al lugar en donde te conocí, nuestra oficina, lo único diferente esta vez eran mis ojeras y mis mejillas secas por las lágrimas derramadas horas atrás.
En realidad todo fue diferente, el ambiente era oscuro y tu rostro enfadado, ni una sonrisa, ni un apodo cariñoso. Solo la señora Venable sentada en su escritorio habitual.

No me prestaste atención hasta que lo dije, esas palabras que juré que nos destruyeron a las dos.

Lo dejo.

Tus ojos al principio me miraron con burla, sin entenderme del todo. Pero luego la realización golpeó tu rostro al verme con una carta de dimisión y un maquillaje un tanto corrido. Entonces tus labios temblaron, temiendo lo peor.

Y también te dejo a ti. No puedo más, Mina.

Se que mis palabras te dolieron, la forma en la que tu mano se aferró a tu bastón y tus ojos suplicaron ser salvados me lo dijo. Incluso si tu tono frío y tu fingida ignorancia hicieron ver que no te afectaba.

Salí del lugar sin mirar atrás, nada más pisar la calle unas gotas de agua mojaron mi piel, haciéndome temblar del frío y arrepintiéndome de haberme puesto solo aquel vestido.

Incluso si solo quería llegar a casa, tenía que despedirme de cierto lugar.

Pisé el suelo de aquella cafetería hogareña por última vez, sabiendo que si volvía más adelante todos tus recuerdos me cegarían se nuevo.

Olí el aroma del aire, nuestro primer beso me vino a la cabeza, la primera vez que escuche tu risa, cuando descubrí lo enamorada que estaba de ti. Todo, todo eso se encontraba en aquella pequeña cafetería de los ángeles.

Y fue por eso que casi salí corriendo, mojándome aún más sin coche ni paraguas.

La chica en el vestido morado lloró todo el camino a casa

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 03, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

AHS one shots. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora