Acto Segundo 1.2

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Chloe Y El Doctor

DOCTOR.—Señorita Chole...

CHOLE.—Buenas tardes, doctor. ¿Nota usted algo nuevo aquí?

DOCTOR.—No sé... ¿Esas flores? (Volviéndose.) ¡Los cuadros! Por fin los ha arrancado usted.

CHOLE.—Eran demasiado sombríos. No hacían ningún bien a esta pobre gente.

DOCTOR.—Sin embargo, tenían un prestigio solemne. En fin... (Contempla el cuadro.) «La Primavera» de Botticelli.

CHOLE.—¿He elegido bien?

DOCTOR.—Sí, es luminoso, tranquilo... Veo que empieza usted a interesarse de veras por mis enfermos.

CHOLE.—Mucho. Nunca había imaginado un espectáculo humano tan desconcertante, tan comedia y tragedia al mismo tiempo.

DOCTOR.—Es curioso. Y está usted atravesando las mismas etapas que ellos. El primer día entró aquí como un golpe de viento, ansiosa de encontrar algo original para lanzarlo a la publicidad. Después, ha ido penetrando en las almas, buscando su verdad en el silencio. Está usted en plena etapa de meditación y de ternura.

CHOLE.—Algunas de estas historias íntimas, me han llegado muy hondo.

DOCTOR.—¿Entonces, aquel reportaje sensacional?

CHOLE.—No lo escribiré ya.

DOCTOR.—Lo hará Fernando.

CHOLE.—Quizá. El es hombre y fuerte. Yo, hoy, no me atrevería a desnudar en público estos pequeños dolores para satisfacer una curiosidad bien sentada y bien alimentada.

DOCTOR.—Ya apareció la mujer.

CHOLE.—¡Esa chiquilla, siempre sola, que da las gracias a todo lo que es hermoso, como si fuera un regalo! Ese pobre empleado de banca, que nunca ha salido de su oficina y su casa de huéspedes, y se sueña héroe de amores y viajes extraordinarios...

DOCTOR.—Además, trabaja usted seriamente. Anoche sé que ha estado encerrada en mi biblioteca hasta la madrugada.

CHOLE.—Me interesan sus libros, sus estadísticas. He descubierto en ellos cosas que no hubiera imaginado nunca.

DOCTOR.—¿Cuáles?

CHOLE.—Esa contradicción constante del suicida con la lógica de la vida. ¿Por qué se matan más los triunfadores que los fracasados? ¿Por qué se matan más los hombres en la juventud que en la vejez? ¿Por qué se matan más los enamorados que los que no han conocido amores?... ¿Y por qué se matan al amanecer más que, de noche, y en la primavera más que en el invierno?

DOCTOR.—Difícil de explicar para una mujer feliz.

Pero la observación es científicamente exacta.

CHOLE.—Matarse es siempre una negación brutal. Pero matarse en plena juventud, en la hora del amor y la primavera es un insulto a la naturaleza.

DOCTOR.—Quizá.

CHOLE.—¡Es, además, tan contrario a todos los instintos! Los animales no se suicidan.

DOCTOR.—A veces, también. El alacrán, cuando se siente rodeado de fuego, se clava su aguijón venenoso.

CHOLE.—Pero eso no es buscar la muerte voluntariamente. Es adelantarla un momento, para evitar el dolor.

DOCTOR.—El dolor... He aquí el motivo supremo. Me parece que, sin darse cuenta, acaba usted de contestar a sus dudas de antes. ¿No cree usted que el dolor es cien veces más intolerable cuando nos rodea el amor y el triunfo, cuando la sangre es joven, y todo a nuestro alrededor se viste de rosas? CHOLE.—No, doctor, no me haga usted dudar. La vida no es solamente un derecho. Es, sobre todo, un deber. DOCTOR.—Ojalá piense usted siempre así.

(Pausa. En el umbral del jardín aparece el Padre de la otra Alicia; una noble cabeza blanca agobiada de dolor. Vacila. Se adelanta al fin, con una voz humilde y roía.}

PROHIBIDO SUICIDARSE EN PRIMAVERA 🌻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora