quattordici

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Los últimos días del crucero fueron sorprendentemente normales. Brylsko no parecía preocupado ni sospechaba de ellos y el ultrabook con los datos robados estaba guardado de forma segura en un compartimento secreto en la maleta de Thomas.

Como no tenían nada más que hacer que mantener sus cubiertas, Thomas decidió divertirse mientras pudiera. Después de todo, no todos los días tenía la oportunidad de estar en un exclusivo crucero de lujo por el Mediterráneo.

Envidiando la piel bronceada de Dylan, Thomas estaba decidido a hacer algo son su tez blanca fantasmal y pasó los últimos días holgazaneando junto a la piscina, bebiendo cocteles sofisticados y trabajando en su bronceado. Su piel odiaba al sol, pero a veces conseguía broncearse en lugar de quemarse, así que había esperanza.

Pero estaba empezando arrepentirse de ese plan, porque Dylan insistía en untarle cada dos horas protector solar, de pies a cabeza. Era una tortura. Thomas nunca había estado tan cachondo y sexualmente frustrado en su vida.

─Deja de lloriquear ─dijo Dylan severamente cuando Thomas se quejó por despertarlo de su siesta. ─Eres un rubio con la piel muy pálida. ¿Has oído alguna vez hablar del cáncer de piel?

Thomas se ablandó porque Dylan tenía razón. Seguro, no tenía nada que ver con que la protección y atención de Dylan lo hacían sentir vertiginoso y cálido por dentro.

Correcto. Cielos, ¿a quién trataba de engañar aquí? Su flechazo por Dylan comenzaba a preocuparle seriamente. Todo era culpa del hombre por verse como se veía y ser tan amable, atento y protector con él. A veces, Thomas casi odiaba a A11 por ser tan buen actor. Sin mencionar que no era exactamente fácil superar su atracción cuando tenía que chuparle el pene todos los días para mantener sus cubiertas. Pero pronto todo terminaría, pensó Thomas mientras yacía despierto en brazos de Dylan. Mañana llegarían a Barcelona y luego volarían de regreso a Londres. Mañana todo habría terminado. Dylan dejaría de fingir que lo quería. Dejaría de tocarlo, dejaría de llamarlo bebé y otras cosas ridículamente afectuosas. Mañana Dylan dejaría de ser Dylan. Él sería el Agente 11 otra vez, un agente especial distante y demasiado bueno para tener en común algo con un novato como Thomas.

Era muy poco probable que compartieran una misión otra vez y ¿qué razón tendría Dylan –el Agente 11– para pasar el rato con un niño como él? Thomas trató de decirse a sí mismo que la sensación de pérdida que le retorcía las entrañas era normal. Era normal estar un poco molesto. Pero pasaría. Era solo un flechazo.

Pasaría. Tenía que hacerlo.

Por favor, pensó desesperadamente presionando su mejilla contra el hombro de Dylan y apretando sus ojos. Por favor.

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Cuando llegaron a Barcelona, todavía no se sentía preparado. Todo parecía tan... anticlímax. Thomas medio había esperado una confrontación abierta con Brylsko, para que sus cubiertas fuesen arruinadas y pasara algo con violencia que demostrara que Brylsko era más que un hombre de negocios hedonista de mediana edad. Pero no hubo nada. Nadie los detuvo cuando salieron del barco y subieron a un taxi.

─Esto fue un poco... anticlímax ─dijo Thomas mirando por la ventanilla del auto. Dylan –el Agente 11, maldición– resopló.

─El anticlímax es bueno, créeme. Significa un trabajo bien hecho. Sin embargo parecía un poco tenso. No era obvio pero después de más de una semana en estrecha colaboración con él, Thomas aprendió la diferencia entre un agente del M16 completamente relajado y un agente del M16 que en realidad estaba tenso mientras fingía estar relajado. Thomas se animó.

─¿Estamos en peligro? ─susurró, mirando a su alrededor con los ojos muy abiertos. Quizás el conductor era uno de los hombres de Brylsko. ¡Quizás los estaba secuestrando! El Agente 11 rió.

(in)apelable ᵈʸˡᵐᵃˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora