Kenya.
Me sujeto con fuerza de la cintura de Yael mientras conduce su moto a toda velocidad por la carretera. Se supone que hace cinco minutos deberíamos haber llegado a una de las naves donde debe estar la furgoneta o caravana o lo que sea que al final haya podido conseguir Yael, pero me da la ligera impresión de que nos hemos perdido.
Decido quedarme callada para no ponerle nervioso, aunque, para qué engañarnos, me pondría nerviosa yo por saber que nos hemos perdido.
—Creo que estamos apunto de llegar…
No se lo cree ni él.
Acelera la moto, por ende, mi agarre es más fuerte y se queja de que le corto la respiración, pero no se aparta. Veo como los mismos árboles pasan por mi derecha y que las mismas casas están por mi izquierda. Básicamente estamos dando vueltas tontas porque no tiene ni puta idea de dónde está la nave.
—¿Quieres que ponga Google Maps? —Alzo un poco la voz para que pueda escucharme, pero niega. Claramente no hago ningún caso y lo primero que hago ante su contestación es sacar el móvil y poner en el buscador el nombre de la nave.
Y, gracias a mi mente privilegiada, por fin llegamos.
Hago el esfuerzo de no reír cuando veo al padre de Yael, Adrián, tirándole de la oreja y regañándole por su falta de puntualidad.
—¡Pregúntale a Kenya! ¡Ha sido el GPS! ¡Nos ha llevado por otro lado! —Asegura, el muy patán.
Adrián rápidamente me mira.
—¿Es eso verdad, Keny?
—¿Por qué a mí me hablas así de mal y a ella que es la culpable de todo le llamas Keny…? —Yael finge estar susurrando, para que no le escuche, pero se lleva un golpe antes de poder seguir quejándose.
Encima de que le salvo el culo…
—Sí, —respondo con una sonrisa de inocencia,— el GPS nos llevo como diez minutos por las casas del centro hasta que cambiamos la ruta.
La cara de Adrián se relaja y deja un beso en mi mejilla como el saludo que no me había podido dar porque estaba ocupado en hacer de Yael un Dumbo 2.0.
—Bien, entonces una furgoneta, ¿no? Eso está muy bien, aquí caravanas tenemos pocas y son muy caras, hacéis bien queriendo la furgoneta que tengo. Suele estar en exposición por si alguien la quiere, pero como habéis comprobado, no ha sido el caso, o no todavía. Menos mal que habéis llegado vosotros y vais a arrancar esa chatarra.
Mi sonrisa se acentúa por el simple hecho de saber que va a ser gratis la furgoneta y que tan solo debemos pagar la gasolina y los pocos cambios que haremos. En lo que estamos siguiendo a Adrián, desvío mi mirada por todas las caravanas que hay por la nave. Probablemente sea muy cómodo viajar con una de esas, pero sale muchísimo más rentable la furgoneta.
—Recemos a que arranque. —Susurra Yael mientras coge mi mano para que acelere el paso.
—¿No se suponía que iba bien?
—A ver, depende de qué consideres con ir bien.
Alzo una ceja y aguanto mis ganas de parar en seco,— ¿Perdona?
—Yo considero que algo van bien cuando arranca. Todo lo demás es subjetivo, Kenya, no deberías ser tan egocéntrica, es malo para la salud.
Y con eso, y con su sonrisa de que se está riendo de ti en tu cara, va más rápido hasta quedar al lado de Adrián, frente a la furgo.
Me pongo al lado de Yael y lo observo. Una furgoneta blanca –que quedaría muy bonita de amarillo–, con unas llantas y unas ruedas viejísimas, pero supongo que nada difícil de cambiar. Es mucho más grande de lo que me imaginaba, pensaba que echaría mucho en falta el hecho de que quepa un colchón o algo parecido, pero todo lo contrario.
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Cuando las estrellas colapsen
RomanceKenya y su vida monótona. Ella, cansada de estar siempre en su zona de confort, quiere salir a descubrir mundo con sus amigos en un Interrail que les va a cambiar las vidas y la forma de verlas. Jan y su vida alborotada. Él, encantado de la forma qu...