Capítulo 7

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—Es tiempo de despertar, Marinette—susurró la voz de Tikki en su oído.

Sus ojos se abrieron de golpe. Aún en un lugar lleno de gente o en medio del caos, esa voz siempre sería inconfundible. Se incorporó rápidamente en la cama, escaneando la habitación en busca de su pequeña amiga. Sin embargo, el cuarto estaba vacío; solo estaba ella.

Las lágrimas comenzaron a brotar, deslizándose sin control por sus mejillas. ¿Cuánto tiempo llevaba llorando? No lo sabía. Era como si todo el dolor acumulado durante esos tres días se liberara ahora de golpe. ¿Alguna vez había llorado tanto en toda su vida? Probablemente no.

—Ojalá verte pronto, Tikki—susurró, mientras intentaba secarse las lágrimas que parecían no querer detenerse.

Al limpiar sus ojos hinchados, sus pensamientos se perdieron en la luz amarilla que empezaba a colarse por las ventanas. Observaba cómo esa luz dorada iluminaba cada rincón de la habitación, hasta acariciar la puerta principal. Se quedó viendo las partículas de polvo que bailaban en el aire, flotando perezosamente en el rayo de sol. Una idea fugaz cruzó su mente: tal vez, antes de regresar, ella había sido una de esas partículas, danzando con el sol, o quizás había sido la lluvia, deslizándose suavemente sobre las hojas de los árboles. La idea era reconfortante, un escape temporal de la realidad que la abrumaba.

Un gruñido en su estómago la sacó de su ensimismamiento, recordándole que necesitaba comer. Observó la puerta del cuarto, dudando. Sabía que si salía, probablemente se encontraría sola. Adrien tenía responsabilidades como adulto. Marinette lo entendía, pero no dejaba de sentirse pequeña e insignificante en ese mundo tan ajeno al que despertó.

Otro gruñido de su estómago la convenció. Se levantó y, antes de salir, se dirigió al baño. Se lavó la cara, mirando de reojo la toalla colgada que cubría el espejo. Sabía que su cabello estaba hecho un desastre, con un intento de trenza que no resistiría ninguna crítica.

"No importa", pensó, "nadie va a verme de cerca".

Al salir del cuarto, la casa estaba en completo silencio, un silencio que le resultaba inquietante, como si estuviera caminando por los pasillos de una casa abandonada. La sensación de ser un fantasma la envolvió mientras sus pasos resonaban en los pasillos polvorientos. Se apresuró a bajar las escaleras, rezando para que Adrien hubiera dejado algo para comer.

Cuando entró a la cocina, se detuvo en seco. Adrien estaba allí, concentrado en un sartén, moviendo algo con precisión. Marinette avanzó despacio, intentando no hacer ruido, mientras se acomodaba un poco el pelo; se sentó detrás de él sin que se diera cuenta. Observó su espalda, la única vista que tenía de él. Sus hombros eran más anchos de lo que recordaba, y la camisa que llevaba dejaba ver cómo sus músculos se movían con cada pequeño gesto. Su cabello, un poco más largo en la parte trasera, apenas rozaba su cuello, y bajo la luz parecía más oscuro, un rubio deslavado que le resultaba triste. El chico que recordaba era diferente, y eso la inquietaba.

“¿Qué pensaría la Marinette enamorada de él si lo viera ahora?”, se preguntó, sonrojándose al recordar su antigua obsesión. Era una vergüenza, vista en retrospectiva. Su comportamiento hacia Adrien había sido, por decir lo menos, irracional. Si él se hubiera enterado de todas las locuras que hizo por él, probablemente la habría denunciado. Se cubrió el rostro, intentando disipar la vergüenza que sentía por sus recuerdos adolescentes. Aunque ya había superado ese amor juvenil, siempre guardaría un rincón de su corazón para Adrien, su primer amor y, ahora, su mejor amigo.

La ultima hoja [MLB] - Adrinette Donde viven las historias. Descúbrelo ahora