El día había comenzado agotador para Adrien. Desde el viaje del cementerio a su oficina, todo se sentía interminable. Cuando por fin llegó, se topó de inmediato con los problemas que enfrentaban los preparativos para abrir la nueva agencia en Nueva York. La presión era constante, insistían en que debía viajar y supervisar personalmente que todo marchara según lo planeado. Después de todo, su nombre y dinero estaban en juego.Sentado en su oficina, con documentos esparcidos frente a él, su mente no dejaba de divagar. Un mensaje que debía enviar permanecía en su lista mental, pero sus pensamientos se deslizaban hacia recuerdos más antiguos, momentos donde apenas hubo contacto, roces fugaces de manos y posibilidades que nunca se materializaron. Se preguntaba en qué punto exacto todo había cambiado, y por qué aquellos escenarios que alguna vez fueron tan claros ahora parecían tan lejanos e inalcanzables.
El sonido de unos tacones resonó en el pasillo, sacándolo abruptamente de sus pensamientos y devolviéndolo a la carpeta que sostenía entre sus manos.
—¿Necesita algo más, señor? —preguntó su secretaria, visiblemente inquieta, moviéndose de un lado a otro como si deseara salir de la oficina lo más rápido posible.
Adrien no entendía bien aquella pregunta hasta que volteo hacia su ventanal viendo que el cielo comenzaba a oscurecer y que el llevaba buen tiempo ahí sentado.
—Puedes irte —indicó volviendo a leer los documentos que tenia en mano.
No necesitó terminar la oración. La joven salió disparada hacia la puerta, lo que provocó una pequeña sonrisa en los labios de Adrien. Era curioso cómo, sin buscarlo, había heredado esa presencia intimidante de su padre. Lo que antes le parecía una cualidad exclusiva de Gabriel, ahora lo acompañaba a donde fuera, sin siquiera proponérselo.
El tiempo transcurrió lentamente, y la luz del atardecer fue cediendo, hasta que las luces del techo se encendieron automáticamente. Ese cambio brusco en la iluminación hizo que Adrien se levantara del escritorio, se frotara los ojos y exhalara un largo suspiro. No había tomado ningún descanso en todo el día, y sus ojos cansados se lo estaban cobrando.
Se puso de pie y caminó hacia la ventana. Desde allí, observó cómo la ciudad comenzaba a iluminarse con las luces de los bares y restaurantes, un contraste marcado contra las nubes oscuras que se cernían sobre París. La ciudad siempre había tenido ese efecto sobre él, un vaivén de luces y sombras que reflejaba su propio estado de ánimo. Pero hoy, esa atmósfera lúgubre le resultaba casi asfixiante.
"Debería irme temprano a casa"
pensó mientras se pasaba una mano por el cabello, cansado de una rutina que parecía nunca acabar. Plagg seguramente lo estaría esperando, molesto como de costumbre por la cantidad de tiempo que pasaba encerrado en la oficina. Era mejor enfrentarlo de una vez.Al salir, se alegró de no encontrarse con nadie más. El edificio estaba desierto, algo que agradeció en silencio. Caminó rápidamente hacia su coche, dejando atrás el centro de la ciudad y dirigiéndose hacia las afueras, a una pequeña zona residencial que había comprado con los frutos de su arduo trabajo de juventud. A medida que avanzaba por la carretera, el viento que entraba por la ventana le provocaba una extraña sensación, como si algo estuviera a punto de suceder.
—Esperemos dormir hoy —se dijo, subiendo la ventana y dejando atrás aquel cielo oscuro que parecía perseguirlo.
Cuando llegó a casa, estacionó el coche y salió, tomando su saco y un pequeño maletín. El silencio lo envolvió de inmediato. Había un tiempo en el que imaginaba que ese lugar estaría lleno de risas y voces de amigos y familiares. Pero ahora, solo el eco de sus propios pasos rompía la quietud.
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La ultima hoja [MLB] - Adrinette
Hayran KurguUn deseo antes de que caiga la hoja. Un adiós antes que desaparezca. Un secreto que se debe revelar. . Marinette no recuerda como fue que partió del mundo pero si recuerda el amor que dejó atrás; ahora que ha vuelto debe entender todo el cambio que...