Capítulo Dieciocho

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Le recomiendo releer el capítulo anterior para recordar el hilo de la historia, gracias florecilla.

✨✨✨

—¡me las vas a pagar! —grité mientras me abalanzaba sobre ella y tiraba de su cabello. —¡Tú le dijiste que yo estaba aquí!

—Suéltame, loca, ¡Dios! —exclamó —Me duele.

—¡Te sacaré todas tus malditas extensiones ridículas! —grité furiosa. De pronto unos brazos me rodearon y valentina estaba cada vez mas lejos de mí.

—¿Te puedes calmar un poco? —preguntó Aaron, irritado. Me sentí ofendida, ¿acaso la estaba defendiendo? Lo miré mal y pasé de ellos chocando mi hombro con el de valentina. Después de todo, parecía que con quien estaba realmente molesta era conmigo misma.

De pronto me sentía demasiado cansada, cansada de todo otra vez, sintiendo como mi vida se hacía pesada. Este maldito sentimiento de mierda que parecía no irse jamás. Me acerqué a duras penas a la puerta de la casa y estaba todo en silencio. Si esa mujer debía estar en algún lugar, sería afuera. Salí de casa fastidiada y dispuesta a enfrentarla, pero a penas crucé la puerta sentí un golpe seco en mi mejilla que no pude prever, evitar ni asimilar bien. Acerqué mi mano a mi rostro y sentí el sabor salado en mi boca.

—Cómo te atreves a hacerme esto, Alexandra —escupió mi madre, furiosa, envenenada en odio que irradiaba en sus pupilas bajo sus oscuras cejas fruncidas. —Me decepcionaste.

—¿ACASO NO LO HE HECHO ANTES YA? —Grité fuera de mí. —¿Acaso no me lo has dicho? TODA la vida —grité. —Toda la vida supe que he sido tu mayor error.

—Mírate, te ves acabada —musitó mirándome de pies a cabeza —Con ese estómago abultado, sin estudios, solo has fracasado en la vida.

—¡Basta! —grité sintiendo que no podía más. —Déjame en paz, ¡déjame ser feliz! —grité realmente cansada, las lágrimas bajaban por mis ojos sin contenerse.

Mientras pasaba todo esto, escuché a alguien salir por la puerta, Aaron. Sentí como se acercó a mí y me tomó por la cintura.

—Ella no está sola. Está conmigo y la voy a proteger siempre, algo que usted no hace, señora. Lo único que ha hecho en su hija es causarle dolor.

—Cállate, niño. ¿Qué le vas a dar tú? Mírense, ambos no tienen nada, son unos niños jugando a ser adultos. Un niño no vive de aire. Saquen esas fantasias de la cabeza, por favor. —soltó irónica. —Te vienes conmigo, Alexandra.

—¿qué? —exclamé aterrada. —no, no, me quedo. —dije intentando huir.

—Te vas conmigo, dijo mientras apretaba fuertemente mi brazo.

—No quiero, ¡suéltame! Me haces más daño.

—Nos vamos a casa, ya suficientes problemas me has dado. —Exclamó mientras me forcejeaba.

—Suéltala, Carolina, no vas a conseguir nada —Aaron me defendía desesperado, buscando como ayudar.

De pronto sentí un leve dolor de vientre que de un momento al otro se intensificó. Grité como nunca, y aún mas cuando vi el líquido rojo descender por mis piernas. No podía ser cierto, no a mí. Rápidamente escuché como todos a mi alrededor se alarmaron, sin darme cuenta me comencé a desvanecer, sentía sudor frío correr por mi frente y deslizarse por mi cuello en el momento exacto en el que caí en brazos de alguien y fui subida a un auto, después de eso, todo se fue a negro.

Desperté en un hospital, igual como lo había hecho un par de meses atrás cuando intenté quitarme la vida. Y la verdad, me sentía de la misma forma que como lo hacia en aquellos días. No vi a ningún doctor, a ninguna enfermera. No era necesario, yo ya lo sabía todo.

Por primera vez la idea de haber muerto el dia que intenté suicidarme pasó por mi mente como una buena opción. Mas bien dicho, lo único que quería hacer en ese momento era desaparecer. Una silueta se asomó a la puerta y cuando cruzó la puerta me miró apenado.

—Alexandra, yo...

—No quiero tu lastima —escupí con furia.

Las lágrimas brotaban de mis ojos sin poder contenerlas. Por fuera aparentaba dureza, pero por dentro me estaba consumiendo. Me quemaba, me ardía el alma de dolor. Mi bebé ya no estaba, solamente se quedó en un recuerdo detenido en el tiempo, algo que pudo ser, y no fue.

—Las cosas pasan por algo. —insistió mi padre.

—Esa mierda no es verdad. —elevé un poco la voz. —Yo hice demasiada fuerza, no comí bien, no me cuidé lo suficiente.

—Por favor, no seas tan dura contigo misma.

—¡mi hijo esta muerto! —grité en un sollozo fuera de mi misma. —¡¿sabes el dolor que siento?!

—No. —soltó rendido.

—Exacto, no tienes maldita idea. —reproché mirando hacia otro lado.

Mi padre asintió rendido ante la situación, ante mi actitud y salió de la habitación silencioso.

No podía creer que esto me estuviera pasando a mi, Alexandra, de dieciocho años, casada, con un bebé perdido. ¿Y mi esposo? Necesitaba ver a mi esposo.

El resto del día me quedé sentada en la camilla, viendo como entraba de vez en cuando alguna enfermera, el doctor vino una vez, a confirmar algo que ya sabía. No vino nadie más a visitarme, nadie. Ni siquiera mi esposo. No sabia que pensar respecto a la situación, ni siquiera quería hacerlo, por temor a volverme completamente loca. Tan solo tenía que asumir mi realidad, pero, ¿cómo asumes que ibas a tener un hijo y que ya no está más?

Había decidido tenerlo, y la vida ni siquiera me dio la posibilidad. Algo muy malo debí hacer en mi vida pasada como para estar pasando por algo así, no tenía otra explicación. Me dormí con aquellos pensamientos y así como dormí, desperté. Inexpresiva, casi muerta, lo único que me recordaba que estaba viva era mi corazón retumbando en mi interior. Fuera de eso, casi nada.

Así como dormí, desperté. Y de pronto con el alta firmada por el doctor, me encontraba saliendo del hospital. No sabía donde ir, no tenía cómo ir, más que caminar. No debía moverme mucho por todo lo que había pasado, pero no tenía dinero para un pasaje. Fue ahí cuando un auto que yo conocía muy bien, aparcó frente a mí.

—Sube. —comentó serena.

Subí al asiento de atrás sin decir ni una sola palabra. Después de todo, no tenía nada que decir, y asi fue el transcurso del viaje, en silencio. No fue desagradable, pero eso no significaba que hubiera sido agradable. Al llegar a casa, mis hermanos me estaban esperando en la puerta, todos juntos. Por un momento me permití sentir un dejo de felicidad, los extrañaba y creo que ellos también a mí porque a penas me vieron, me abrazaron de una manera sincera.

Saludé a todos y entramos en casa, todo estaba tal cual como recordaba, excepto que la decoración se veía mejor que antes. Con ayuda de mi madre, subí las escaleras intentando no moverme demasiado, mi vientre aun se mantenía algo abultado y dolía, dolía muchísimo. Ninguna hablaba, pero sabía que ella no la estaba pasando bien, hasta se veía algo arrepentida. Pasa que mi madre es muy orgullosa como para reconocer las cosas.

Luego de cambiarme la ropa, me acosté en mi cama. A través de mi ventana se podía notar el cartel de "se vende" de la casa de en frente. Sentí un nudo en la garganta, los Beckett se habían ido del barrio. No sabía si era bueno o malo. Observé mi habitación y mis bolsos estaban regados por todos lados. Incluso mi cafetera se encontraba en un rincón en el piso. Tomé mi teléfono que se encontraba en mi mesa de noche y había un mensaje en él. Era de Aaron. Al mismo tiempo, mi madre entraba con una sopa en sus manos.

—Tenemos que hablar. —estipuló.

Releí el mensaje antes de dejar el teléfono a un lado. Era inquietante.

"Tenemos que hablar."

✨✨✨
De más está decir que les debo una disculpa por no actualizar en meses, lo siento mis lectores y lectoras, no tengo excusas, solo una vida algo caótica que atender. Espero el capítulo haya sido de su agrado.

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