Capítulo Catorce

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Aarón

Sentí una fuerte punzada en las costillas que me hizo despertar por completo. Miré a Jason enojado, estos últimos días no había logrado conciliar el sueño por las noches y mi humor había perdido la poca estabilidad que tenía.

—Maldito Hijo de puta, déjame dormir en paz. —Murmuré aún adormilado.

—Me parece que usted deberá ir a la oficina del director, señor Beckett.

Mierda. El profesor de historia me miraba de manera reprobatoria mientras con su mano indicaba la puerta. Jason hizo una mueca nerviosa y me tomé la cabeza entre mis manos, realmente agotado. Por más que lo intentara, la clase de historia no me terminaba de agradar.

Miré al profesor cabreado antes de pasar bajo la estúpida mirada de todos los imbéciles de mi clase. Algunos murmuraban cosas audibles a propósito, otros solo se mantenían serios, pero la mayoría estaban en silencio, expectantes.

—Es la segunda vez en la semana que viene aquí, señor Beckett. —Habló el director mientras mantenía sus manos sobre el escritorio, lo típico.

—En primer lugar, yo...

—En primer lugar, el uniforme como corresponde. —Interrumpió tajante.

Solté un quejido no audible y me abotoné la camisa sin quitar mi mirada de fastidio sobre la de él. Una vez que lo hice le dediqué una sonrisa falsa.

—La corbata. —Exigió elevando las cejas.

Me lamí los labios, desesperado. Levanté mis manos hasta la corbata y la acomodé en mi cuello, seguido metí la camisa dentro del pantalón, solo para ahorrarme su siguiente sermón sobre vestir como un "caballero".

—Listo. Solo diré que el profesor me discriminó por estar muy cansado. —Me excusé rápidamente, en parte mintiendo. —¿No lo van a despedir? Hirió mis sentimientos.

—La chaqueta. —Pidió extendiendo su mano hacia mí. Abrí la boca incrédulo.

—Lo siento director Hurts, pero mi chaqueta no la voy a entregar. —Aseguré poniéndome de pie. —Y si me disculpa, el horario de clases ya terminó.

El timbre sonó indicando el fin de la jornada. Alejé la corbata de mi cuello y solté los botones mientras salía de la oficina. Nunca me consideré un alumno problemático, es más, hace algún tiempo me definiría como el invisible, pero las cosas cambian. Yo cambié, desde que conocí a Alexandra no volví a ser el mismo.

Para cuando llegué al aula de clases ya estaba vacía. Tomé la única mochila que quedaba y me la colgué al hombro. Al fin podría ir a mi casa y descansar. Ah, esperen, no. Volver a casa era la peor tortura del día, incluso peor que la clase de historia.

Me gustaría poder llegar a mi casa y correr a la de mi esposa. Besarla, tocar su delicada piel y hacerla mía como había estado extrañando desde hace una semana. Una semana en la cual no me había contestado el teléfono ni una sola vez de las cien llamadas que habré dejado. Una semana en la que había intentado correr a su puerta y no había sido abierta. No entendía qué había pasado, no entendía qué había hecho mal, pero iba a descubrirlo, de alguna forma iba a hacerlo.

—Al fin te encuentro como quería.

La miré sin expresión alguna, a pesar de que me sentía asustado. No sabía a ciencia cierta cuánto podía soportar una persona a la que le has dicho "no" incontables veces y no logra comprender. Avancé dispuesto a irme rápido pero ella cerró la puerta impidiendo mi escape.

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