Los lamentos del Dios de la Muerte

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Advertencia: mención del HanKisa. Out of Character

No pensaba en nada en específico, tampoco había algo que pudiera ocupar su mente en ese momento. Sus manos tatuadas impactan con facilidad sobre los estómagos y rostros de aquellos que pensaron que podrían ganarle con facilidad solo porque lo superan de forma numérica. Lástima que aquello no era nada para Hanma, que en menos de diez minutos tenía a la mitad de la pandilla de mocosos inconscientes en el suelo. Poco tiempo después ya estaba caminando por los oscuros callejones de Shibuya, fumando el quinto cigarrillo de la noche.

Si cierto rubio teñido estuviera a su lado le reprocharía el daño que le hace a sus pulmones la nicotina, probablemente mandándolo a la mierda después de alguna burla suya. Si tenía que ser sincero extrañaba esos momentos. En los que solo eran ellos dos planeando cómo joder al mundo. Disfrutaba de las conversaciones que mantenía con Kisaki, que no lo juzgaba por su sexualidad como la mayoría de pandilleros con los que llegaba a pelear. Él lo sabe, los comentarios de sucio maricón que le daba el de lentes no eran con el objetivo de ofenderlo, al menos no en serio.

Shūji está seguro que, la persona que mejor conocía a Tetta era él. Lograba leerlo, adelantarse a algunos de sus movimientos para asegurar el éxito de ellos. Saki, como le decía a veces de broma, era un niño cuando empezó a planear asesinatos en desmedida. No sabía ni siquiera cómo se sentía su primer beso y ya planeaba hasta una boda a futuro con la mujer que amaba. Sus planes tenían huecos, minúsculos, tontos, pero seguían siendo agujeros que podrían llevar al fracaso de la estrategia. Shūji se acostumbró a cubrirlos, a encargarse de los cabos que quedaban sueltos para que Kisaki siguiera adelante. El menor lo sabía, pero nunca le reprochó nada, siguió dejándole cabos sueltos para que él los cerrara. Así funcionaban y ambos estaban felices con aquella extraña relación.

Hanma se consideraba reemplazable, alguien que no importaría mucho en el tablero si llegaba a morir, el juego podía seguir sin él. Era el alfil de aquel ajedrez bizarro y Kisaki era el rey, sin él el juego se terminaba y eso sucedió, demasiado rápido para el gusto de Shūji. Le hubiera gustado estar en los últimos suspiros de su rey, besar la mano de este de nuevo, desearle un descanso eterno satisfactorio aunque él sabía que ambos tenían un boleto de alta clase para dirigirse al infierno. Saliendo de sus pensamientos no muy agradables contestó su celular, sin siquiera fijarse en el remitente. Era obvio, las únicas personas que tienen su número son Kazutōra y su padre y este último nunca llama.

-Yo, Kazutōra.- saludó expulsando el humo en forma de anillos, sonriendo ante la imagen de su payaso con el rostro arrugado cuando hizo eso mismo en su cara. Al parecer nunca dejaría de recordarlo.

-Baji recordó todo.- ni un hola, ni un cómo estás. Ese tipo de formalidades no iba con ninguno de los dos y se habían acostumbrado a aquello.

-¿Sabe que yo también lo hago?- nuevamente la indiferencia de su parte hacía presencia. Keisuke no podía importarle menos, de hecho el propio Kazutōra le daba igual y eso que es lo más cercano a lo que puede llamar amigo en ese nuevo mundo.

-No le dije, tiene demasiada información que digerir todavía, pero tengo pensado hacerlo pronto. Necesitamos la mayor cantidad de ayuda si vamos a seguir buscándolos...- aquel había sido su trato cuando se encontraron de casualidad, ambos con los recuerdos de su vida pasada sobre hombros.

-Haz lo que quieras...- unos segundos de silencio donde el más alto terminó su cigarro a punto de sacar otro, pero siendo frenado por los viejos regaños de su primer gran amor. Al final le dio la espalda al puente en el que se había apoyado.

-¿Sabes algo nuevo?- era poco probable, se reunían todos los miércoles en una cafetería discreta para hablar sobre eso y recién estaban a sábado.

-Nop...- remarcó la letra agregada a propósito, sabiendo que el contrario había rodado los ojos por su carácter.

-Eso era todo lo que tenía que decir, nos vemos el miércoles.- y colgó, sin darle tiempo al de un solo mechón rubio a soltar alguna burla.

La noticia había sido impactante, pero nuevamente aquella falta de interés por su vida y la de los demás hacía presencia. La última persona que llamó su atención tenía nombre, apellido y un estado de probablemente muerto en rojo. No se lo había dicho a Kazutōra, pero no estaba tan seguro de que Kisaki esté vivo en ese nuevo mundo. O sea, ha pasado años buscándolo, una pequeña imagen, un apellido en alguna placa de las casas de su barrio, lo buscó en secundarias, en primarias, ¡incluso en preparatorias por si era mayor que él por alguna extraña razón! Usó contactos que se creó únicamente para eso y aún así no sabía nada. No solo buscó entre los vivos, pasó horas mirando lápida por lápida en todos los cementerios de la zona para encontrar algo, pero nuevamente nada. Aquello tenía que ser su castigo por todos los crímenes que cometió en su pasado. ¿Acaso su Kisaki estaba en la misma situación, pero en otro mundo? ¿O simplemente lo olvidó como la simple pieza de ajedrez que era?

Suspiró separándose de la estructura de hierro con las manos en los bolsillos y el mentón alzado. Sus hombros estaban relajados, pero seguía luciendo imponente y lo pudo notar cuando una chica de cabellos rubios le pidió disculpas de inmediato cuando chocó sin querer su hombro con su brazo. No se fijó en su rostro, no le importaba, pero sí le llamó la atención el aroma que tenía su cabello. Kisaki usaba un champú que olía igual, un aroma a menta con jengibre que le marcó de por vida, literalmente. De hecho una vez tuvo la oportunidad de usar aquel champú y Tetta casi lo mata después de que salió del baño solo con una toalla.

El cuarto de Kisaki en ese momento era algo tan aburrido que él, como el payaso que le consideraban, no dudó en darle su toque, pintando con marcadores algunas figuras en la pared. También las palabras que tiene tatuadas y cualquier otra estupidez que se le ocurrió. Gracias a eso Saki le sacó de la casa a patadas con una ropa que le quedaba algo apretada, pero que le sirvió para llegar a su hogar sin morir de frío. Unas semanas después logró volver a entrar a la cueva del menor y notó los dibujos aún presentes, el rubio no los borró como le había dicho. ¿Era acaso alguien consciente de la felicidad que sintió Hanma en ese momento? En sus recuerdos aún existían imágenes de sus padres arrugando los pocos dibujos que se permitió hacer en su infancia, pensó que Kisaki haría lo mismo.

Después de eso Hanma pasaba más tiempo en casa de Tetta que en la suya, era su escape de la realidad y tampoco había nadie esperándolo. Recordaba cada mínima cosa que tenía que ver con el moreno, sus planes, sus gustos, sus verdaderas sonrisas y las lágrimas que solo a él le permitió ver.

Estaba y está enamorado del recuerdo de lo que un día fue Kisaki Tetta y sus sentimientos no cambiaron en los 30 años que estuvo solo. Ahora que le ponía número a su edad, murió miserablemente joven. Los 46, dónde un adulto independiente debería estar trabajando para mantener una familia y él huía de la policía, aunque probablemente nadie se acuerde de su existencia. Al fin y al cabo, ¿quién se preocupa por un villano?

𝑰𝒏 𝒂𝒏𝒐𝒕𝒉𝒆𝒓 𝒍𝒊𝒇𝒆...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora