Querida Cenicienta

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Advertencias: prostitución de menores, mención de acoso sexual. Kokonui

-¡Gracias por su trabajo!- un grupo de 10 jóvenes hicieron una reverencia a los veteranos de aquel sitio antes de dirigirse a los vestuarios y, ahí, quitar los trajes que dieron ambiente a la temática de esa noche.

Un rubio con una cicatriz de quemadura esperó a que la mayoría de sus compañeros estuvieran fuera para entrar con calma, queriendo evitar el acoso que era común en aquellos baños. No es que él fuera la principal víctima, pero sí una de las que más resaltaba. No era de extrañar, las políticas de aquel ¨local¨ impiden claramente cualquier acercamiento sexual a las mujeres que suelen venir, pero esto es solo por parte de ellos. Las féminas pueden tocar, besar y decir lo que quieran siempre y cuando los genitales no queden a la vista de las múltiples cámaras que tienen las salas principales. Para ese punto de su vida Seishu puede asegurar con toda firmeza que no era necesario que te metan o meter algo para tener un orgasmo o para sentirse violado.

Con el tiempo se acostumbró a aquellos trabajos e incluso empezó a encontrarles el gusto. Empezó a disfrutar de la restricción, del frotismo, del juego con cuchillos, de los golpes, de la cera caliente resbalando por la curva de su espalda, etc. Cada persona es un mundo y cada una tiene fetiches tan turbios que ni siquiera ella misma conoce o acepta.

Si era sincero no odiaba su situación, le encontraba gusto al sexo sin sentimientos de por medio, pero según sus senpais es porque nunca se ha enamorado (aunque no tampoco es que quisiera hacerlo). Lo único bueno que lograba encontrar en aquel sitio son los cuidados que les dan para mantenerlos perfectos y los regalos que muchas clientas les hacen. Al contrario de lo que podría pensarse los directores del sitio no les prohíben salir, tener su propio dinero, tener móvil, etc. Claro, todo está controlado, pero para los chicos que viven ahí era más que suficiente.

Terminando de cambiar sus prendas por algo más sencillo entraron los del próximo turno y logró saludar a alguno que otro que conoce, entre ellos su compañero de departamento. Logró salir sin llamar la atención y automáticamente se dirigió al enorme edificio donde estaba su casa. Si hay algo que debe de admitir es que su trabajo dejaba mucho dinero y siendo él uno de los chicos más pedidos era increíble la cantidad de puntos que tenía acumulados en la tarjeta del club. Estos puntos se cambiaban por dinero y como todo el capital que manejan los dueños de aquel lugar es en euros, sus pagos eran en esta misma moneda. Ya quedaba por su parte querer cambiar los euros a yenes.

Si las cuentas no le fallaban, en solo dos años tendrá que despedirse de todas las comodidades pues al ser mayor de edad las condiciones del contrato son totalmente diferentes. Se les quitan las pocas restricciones que tienen (como el toque de queda y las páginas censuradas de internet), pero también les quitan el departamento y todo lo que está al nombre del club. Era un negocio rentable, le permiten quedarse con los regalos materiales que le dejan y con un tercio de todo el dinero que ha generado. Si bien las cifras llegan a ser injustas, para miembros de platino como él un tercio es mucho dinero y si a eso le sumamos los bienes materiales que acumuló por años puede no trabajar el resto de su vida que seguirá teniendo comodidades. Claro que esa no era su idea, prefería abrir un pequeño taller y de paso estudiar, aunque fuera solo la preparatoria, ya que admite no tener las mejores cualidades para tener un título universitario.

Ya en su hogar lo primero que hizo fue ir directo a bañarse. Aprovechó para lavar su cabello, maldiciendo a la mujer que comentó que se veía más lindo con él largo ya que no se lo volvieron a cortar y ahora le llegaba desordenadamente a la nuca. Así le recordaba demasiado a su hermana y era desagradable no reconocerse al verse en el espejo. Con su ducha y posterior secado empezó la parte que más adoraba de la paz del baño que era empezar a aplicar cremas en todo su cuerpo. Primero vino el tratamiento contra las quemaduras que una vez le regaló una clienta y al notarla efectiva la compró. Una vez lista aquella parte de su rostro y un costado de su torso y piernas, siguió con su ritual, cantando junto a Oliver Tree el coro de Life Goes On, una de sus canciones favoritas para relajarse. El centenar de productos de belleza que habían regados por toda la repisa del baño de su cuarto fueron colocados en el mismo sitio una vez toda la piel del único que los usaba terminó tan suave como la de un bebé, oliendo a rosas y violetas y sabiendo a caramelo.

El hambre le hizo ir rumbo a la cocina con nada más que un pantalón de chándal y una toalla en sus hombros, pero de todas formas nadie iba a verlo. Sacó la sartén y le echó un poco de aceite después de prender la hornilla. En una tabla picó champiñones y cuando sintió el líquido burbujear aplastó algunos dientes de ajo para echarlos junto al hongo. Por otro lado calentó la pasta que ayer ni él ni su compañero terminaron y cuando estuvo listo el complemento los sirvió en un plato para empezar a comer. Era poca la sal con la que suele comer, pero la comida nunca le sabía insípida.

Sentado con la mirada en algún punto de la mesa, pero realmente en pleno viaje astral se dio cuenta de lo rápido que su vida se estaba yendo. Odiaba esos momentos, cuando la incertidumbre del futuro hace cosquillas en tu cerebro y no te deja más que con miedos, dudas y más ganas de morirte. Enredó las largas tiras de pasta en el tenedor y pinchó uno de los pedazos de champiñón para llevarlo a su boca, manchando sus labios con aceite, dejándolos brillosos y rosados. Su lengua rojiza se paseó por ellos, eliminando ese brillo grasiento para reemplazarlo con la humedad de su saliva. Justo en ese momento un viejo recuerdo vino a su mente, su primer beso para ser exactos.

Si era sincero no recordaba muy bien a la persona con la que se lo dio. Sabe que fue un chico, uno de cabello azabache llamado Koko o al menos así le decía, pero no recuerda su rostro. Es imposible hacerlo cuando hace más de 10 años que no lo veía. Tiene claro que al principio se llevaban genial, eran los mejores amigos, pero un día, como cualquier otro, Koko simplemente se alejó de él. Dejó de buscarlo, de tratarlo bien, incluso de mirarlo. Recuerda haberse sentido mal por ello, pero lo superó, lo hizo y se incendió su casa. Lo hizo y casi muere quemado si su hermana no hubiera llegado a salvarlo, pero bueno, eso no tenía nada que ver con ese niño llamado Koko.

𝑰𝒏 𝒂𝒏𝒐𝒕𝒉𝒆𝒓 𝒍𝒊𝒇𝒆...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora