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Ya eran cerca de las dos de la madrugada entre las tantas cartas que mandaba Samuel a nuestro tío cuando estaba en ese internado por rebeldía. Entre todas ellas había una con una caligrafía distinta, una con un receptor distinto, ¿acaso sería una señal?

Entonces escuché pasos, se dirigían a esta habitación, no sabía quién eran, pero seguramente no de Samuel y Gwen, eran pisadas más pesadas, estaba a punto de entrar en pánico.

Con la poca seguridad que me quedaba, tomé la carta de ese baúl, la guardé dentro de mi camisa. Cerré el baúl, y gracias al cielo no emitió sonido alguno, me apresuré a dejarlo en su sitio. Por suerte había extendido antes la escalera al ático. Reuní toda la templanza que habitaba en mí y subí a la velocidad de la luz, y halé de la escalera para fijarla en su sitio.

Al mismo tiempo era mi tío Napoleón quien entraba, si bien no estaba en mi lista de sospechosos, sin embargo, en este punto ya no sé ni qué pensar. Intentaba mirar a través de un pequeño hoyo que había entre la estructura de la escalera y el suelo del ático.

Él solo se sentó en el viejo sillón de ese estudio, observó todo. Parecía recordar todo lo vivido, y entonces sucedió algo que, si bien es normal y posible, entre ellos nunca pasa, tío Napoleón empezó a llorar en lo que él creía que era la soledad, sin imaginar que yo estaba a un piso de él.

Podía sentir su dolor y entonces a su vez florecía el mío el que me negaba a sentir, el que me había esforzado tanto en poner al fondo de mi cerebro, el que mi encéfalo quería suprimir. Con un piso entre nosotros ambos estábamos sufriendo, pero no podía bajar y darle un abrazo porque su orgullo no lo dejaría admitir que sufre ante mí o cualquier otra persona. Por otra parte, también lo entiendo, porque también soy bastante hermética respecto a mis sentimientos.

Esa noche dormí en el ático, como cada vez que íbamos a pasar el fin de semana con tío Antonio. Recuerdo que él me armó en este ático el que sería mi sitio de inspiración, mi oasis, mi refugio. Él me regaló este pequeño espacio de su casa para que lo hiciera mío, recuerdo que ambos nos sentábamos en el gran ventanal y él miraba al exterior mientras yo le leía alguna de mis obras. 

Él me alentaba a seguir mis sueños y era el único que quedaba en mi familia que creía que era talentosa, porque años atrás era mi tío Hugo quien le pedía a mis padres apoyarme, les pedía creer en mí.

Cuanto te extraño...

¿Dónde está Antonio?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora