El vuelo fue largo y TaeMin pasó la mayor parte del tiempo durmiendo en los brazos de MinHo.
Aterrizaron en una pista privada. A un lado se levantaban profundas colinas verdes y del otro la arena blanca se estiraba hacia un mar azul brillante. TaeMin miró a su alrededor y sintió un escalofrío de advertencia.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—¿No es hermosa? —MinHo sonrió—. Esta es una isla llamada Aristo.
TaeMin sintió que la sangre se agolpaba en su cabeza. A pesar de las décadas de desacuerdos que separaban a Aristo de Calista, físicamente estaban separadas sólo por el Estrecho de Poseidón. Era posible que alguien pudiera reconocerlo. Si eso sucedía, si su padre se enteraba de que había venido aquí con un hombre, especialmente un hombre que era rico...
—Cariño ¿Qué tiene de malo?
—No podemos quedarnos aquí, ¡MinHo, no podemos!
—¿Por qué no?
TaeMin lo miró fijamente, preguntándose por dónde empezar. ¿Cómo iba a reaccionar al saber quién era él? Él debería haberle dicho antes, pero no había habido ninguna razón para hacerlo...
—TaeMin —MinHo le tomó las manos y lo miró a los ojos—. Te he traído aquí porque este es un lugar favorito para mí, y porque podemos estar solos — Él vaciló—. Hay cosas que debo contarte.
—Yo también tengo cosas que contarte.
—La cosa más importante —dijo, y se aclaró la garganta—, es que creo que me estoy enamorando de ti.
—Oh, MinHo. MinHo.
Él lo besó, y nada pareció importar después de eso.
Lo llevó a una hermosa casa en un acantilado sobre la bahía de Apolonia. Estaban solos, a excepción de una mujer que venía todos los días a preparar sus comidas. ¿Miró a TaeMin con extrañeza cuando MinHo los presentó? TaeMin decidió que era su paranoia porque después de eso, la mujer no volvió a prestarle atención.
Los días transcurrieron largos y perezosos. Navegaron, caminaron por la playa e hicieron el amor. Hablaron de cosas tan simples como el mar y tan complejas como las estrellas, pero de alguna manera, esas otras cosas, las que habían dicho que tenían que contarse el uno al otro, permanecieron tácitas. Lo más cerca que estuvieron fue cuando MinHo comentó que toda su vida había estado bajo exigencias.
—También mi vida ha sido así —dijo TaeMin en voz baja, y de pronto pareció tan triste que MinHo lo tomó en sus brazos y barrió fuera esa mirada triste haciendo el amor con él.
Esa noche, mientras TaeMin dormía en sus brazos, vio la luna bosquejar figuras en el techo y finalmente reconoció la verdad.
Él no iba a casarse con una mujer o doncel aprobado por el Consejo o por su padre. No iba a casarse con la hija o hijo bien educado de un aristano o de un karatiano. Iba a casarse con el único doncel a la que alguna vez amaría. Su TaeMin.
Karas necesitaba un nuevo liderazgo. Y también necesitaba una nueva dirección. Casarse por amor y no por deber era, definitivamente, una nueva dirección.
Todo lo que tenía que hacer era decirle la verdad a TaeMin. Podría estar un poco sorprendido, pero él manejaría eso. TaeMin lo amaba, estaba seguro de eso, ¿y qué podría ser más poderoso que el amor?
Contenido, feliz y seguro de lo que vendría después, MinHo se quedó dormido. ¿Cómo podía saber que TaeMin estaba despierto y que, también, estaba tomando decisiones fatídicas?
Iba a decirle a MinHo quién era. El hijo de un jeque. MinHo podría manejar eso. Era obvio que había pasado tiempo en Aristo, eso quería decir que al menos estaba familiarizado con esta parte del mundo.
La siguiente parte sería más difícil. Él volvería a casa, ya que en su carta lo había prometido, pero sólo lo haría para decirle a su padre que no iba a casarse con un hombre que él eligiera.
Está locamente enamorado de MinHo. Y él la amaba, lo había reconocido. Lo había traído hasta aquí para decirle algo importante, y eso seguramente sería que quería que fuera su esposo.
Contenido, feliz y seguro de lo que vendría después, TaeMin se durmió en los brazos de su amante.
MinHo sabía que estaba confiando demasiado en su suerte. Su primo, el príncipe JongIn de Aristo, también tenía una casa en estos acantilados. No había tropezado con Kai o alguien de la familia real aristana, pero ¿cuánto tiempo duraría la suerte? Era el momento de confesarle todo a TaeMin y proponerle matrimonio. Lo haría esa noche.
Todo el día estuvo nervioso. ¿Y si Tae lo rechazaba? No podía esperar. Por la tarde llevó a TaeMin a caminar por la playa. Él había estado inusualmente silencioso durante todo el día, pero también él lo había estado.
Ahora, pensó, era el momento de hablar.
—Agapi mou —dijo lentamente— ¿recuerdas cuando te comenté acerca de las exigencias que hay sobre mí? —TaeMin asintió con la cabeza—. Y que había cosas que teníamos que contarnos el uno al otro.
MinHo inclinó la cabeza y lo besó suavemente y luego respiró hondo para calmar sus nervios.
—Es hora de hablar de todo. Pero primero..., primero, cariño, te pido paciencia. No, esa no es la palabra adecuada. Necesito tu comprensión. Verás, no he sido honesto contigo.
—¡Oh, el joven será de lo más comprensivo, mi señor!, —dijo una socarrona voz masculina.
TaeMin se quedó boquiabierto por el susto. Automáticamente, MinHo se puso delante de él... y luego entrecerró los ojos con sorpresa.
—¿JinKi? —Era el primer ministro de su padre. La voz de MinHo adquirió un tono de mando—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Ahorrándole que haga el ridículo, príncipe MinHo.
—¿Príncipe MinHo? —dijo TaeMin.
—TaeMin. Yo te lo iba a explicar.
—¿Por qué no dejar que sea el señorito Lee quien le dé las explicaciones, señor?
MinHo llevó a TaeMin hacia delante y lo rodeó con un brazo apretado en su cintura.
—Se apellida Kang. Y no me gusta tu tono.
—Se apellida Lee, y es el hijo del jeque Lee de Calista.
—No. Eso es imposible.
—Es un hecho, señor. Él y su padre desde hace mucho tiempo conspiran para encontrar un marido rico, para poder pagar sus deudas de juego y recuperar la fortuna familiar.
MinHo miró a TaeMin.
—¿Es cierto eso? —preguntó con cautela.
—Mi padre es un jeque de Calista, sí. Pero el resto...
—¿Por qué no me lo dijiste?
—¿Por qué no me dijiste tú quién eras en realidad?
—Tenía una buena razón.
—Sí, bueno, yo también.
—Él tenía excelentes razones, mi señor. De hecho, el señorito Lee envió una carta a su padre hace sólo unos días, diciéndole que iba a casarse con un hombre rico que seguramente él aprobaría.
La cara de TaeMin palideció.
—¡No!
Los ojos de MinHo perdieron brillo.
—¿Enviaste semejante carta?
—Por supuesto que sí, pero...
—Esperabas casarte conmigo —dijo, con voz fría.
—MinHo. No es lo que parece.
—Es exactamente lo que parece —dijo, y le dio la espalda, alejándose, con su ministro pisándole los talones.

ESTÁS LEYENDO
El Amante del Príncipe (2Min)
De TodoEl multimillonario Mino Choi disfruta de una vida de lujo despreocupado en Manhattan, pero alberga un secreto: en realidad él es el príncipe Minho, heredero al trono del reino insular de Karas. Pero Minho ha aprendido que lo bueno no dura mucho y al...