Dulce perfume

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Era un inicio de tarde bastante tranquilo, con apenas unos incidentes menores como pelotazos en la cara y uno que otro insulto por parte de los jóvenes que ocupaban la cancha en esos momentos, y que él, como profesor de educación física, se tenía que encargar de vigilar. O al menos esa fue su excusa. Giyuu suspiró y le dio una mordida a su pan sin mucho ánimo, menos de lo usual.

— ¡Con que ahí estás, Tomioka! — la fuerte y sorpresiva voz del ruidoso profesor de historia lo congeló por unos momentos, apenas y recomponiendose como para mirarlo mal una vez se sentó a su lado. — Ah, ¿te asusté? ¡Perdona, perdona! — se rió mientras le palmeaba la espalda.

— ¿Qué haces aquí? — le gruñó medio molesto. — Pensé que este año convertirían el laboratorio de Iguro en cafetería.

— Ajá. — asintió el rubio, mirando fijamente hacia enfrente. — Y tú no estabas ahí.

— ¿Con Iguro? — preguntó, su tono de voz siendo tan sarcástico como si su compañero le hubiera dicho que descubrió apenas que el agua moja.

— ¡Con todos nosotros! — lo corrigió.

— ¿Viniste aquí para convencerme de ir?

— En realidad vine aquí a esconderme.

Giyuu desvió su atención de su interés amoroso para observar a su amigo, quién se llevó el pulgar e índice hacía su tabique y cerró los ojos en una clara muestra de frustración. Entonces recordó algo que había escuchado de la hermana pequeña de la profesora Kocho la última vez que fue a recoger su suéter.

— ¿Hablas... de ese chico transferido? — Rengoku soltó un sonido de afirmación. — ¿Entonces es cierto que has tenido ciertos problemas con él?

— El muchacho no ha dejado de insistir en tener un enfrentamiento conmigo, y parece no estar dispuesto a aceptar un "no" por respuesta. Ahora no para de seguirme por toda la escuela para seguir insistiendo. — entonces palmeó de nuevo la espalda del pelinegro y rió encantado. — Pero como nadie se esconde en la escuela mejor que tú, pensé en hacerte compañía.

Giyuu no respondió a eso, en su lugar frunció ligeramente el ceño, llamando la atención del rubio. Al desviar la vista hacia el frente notó cómo el joven de cabellos castaños rojizos era abrazado por uno de sus compañeros de equipo al haber anotado un gol con un cabezazo. Kyojuro se llevó la mano a la barbilla y asintió comprensivo.

— Ya veo, así que tu cara larga es por el joven Kamado.

— ¡No lo digas tan alto! — lo regañó.

— ¡Pero si a penas alcé la voz!

El pelinegro suspiró, mirando de nuevo a ese chico que hacía su corazón latir rápido, y cuyo aroma lo había cautivado hasta el punto de disfrutar enormemente de cada una de las veces que lo castigaba por incumplimiento a las normas de vestimenta. Aunque, secretamente, deseaba poder castigarlo de otra forma.

— Si estás tan tenso, ¿por qué no te masturbas?

El comentario, dicho tan desvergonzadamente por su nada discreto compañero, le hizo casi morir asfixiado por su propio pan, irónicamente siendo rescatado por aquel que casi provocó su muerte.

— El problema no es hacerlo, si no en quién pienso mientras lo hago. — respondió una vez recuperado el aliento. — ¡Agh! Soy un pésimo maestro.

— Bueno, no estás infringiendo las normas. — murmuró el rubio. — Solo estás calmando tus hormonas. Aunque me parece extraño que hayas reaccionado de esa forma por un beta.

Rewrite the starsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora