La calma antes de la tormenta

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Akaza tenía el sueño muy ligero, prácticamente todo conseguía despertarlo, así que el que estuviera ignorando las vibraciones de su celular era más por capricho que por accidente. Se giró más entre las sábanas y llenó, de nuevo, sus pulmones del fresco aroma a flores de cerezo que lo arrulló toda la noche. Sentirse seguro al estar rodeado de ese aroma lo hizo sonreír tanto que abrazó de nuevo la almohada y se acomodó para dormir.

Pero el teléfono volvió a vibrar.

Algo harto salió de la cama para tomar del escritorio su celular, y regresó a meterse entre las sábanas. Se negaba a alejarse del aroma de Kyojuro.

— ¡¿Akaza?! ¡¿Dónde estás?!

La voz preocupada de Koyuki le arrancó otro gruñido.

— En cama, tengo sueño. — respondió con la voz ronca.

Ese comentario trajo consigo un gran silencio, seguramente porque ninguno esperaba esa respuesta.

— ¿En qué cama? — le preguntó su hermano.

— En la de Kyojuro.

— ¡¿Perdón?! — exclamaron los dos al mismo tiempo, mientras escuchaba a alguien ahogarse en el fondo.

Seguramente había sido Keizo.

— Es que no quería volver... — se lamentó.

No es porque no quisiera regresar a su casa, es que habían pasado tantas cosas que simplemente necesitaba un lugar nuevo dónde pensar. Y no se le había ocurrido a dónde más ir.

— ¿Pero por qué? ¿Qué pasó? ¿Dónde...?

Akaza había dejado de escuchar desde la segunda pregunta. ¿Qué había pasado? Bueno... después del espectáculo de los peluches, ellos se habían retirado del festival, y él acompañó a su amiga a su casa en un completo e incómodo silencio. Había estado extraña desde que le dio su jirafa así que se disculpó.

"— Perdón, sé que no es un león, pero..."

Ella había negado con la cabeza y dijo que no se trataba de eso. ¿Entonces?

"— Me gustas. — le dijo ella. Se detuvo frente a él y lo miró a los ojos con decisión a pesar de estar llorando. — En cierta forma siempre supe que no había oportunidad, pero hoy quedó bastante claro que es imposible para cualquiera ganarle al profesor Rengoku.

— Perdón, yo...

— Deja de pensar que todo es tu culpa, no lo es. — lo regañó ella mientras se limpiaba las lágrimas. — Ésta vez fui yo y mi estúpido corazón."

No dijo nada después de eso, de hecho quiso irse lo más rápido que pudiera, pero tampoco quería dejarla ahí.

"— ¿Qué puedo hacer para enmendar esto?

— ¡Que no tienes nada que enmendar! — insistió, entonces volvió a mirarlo a los ojos y se acercó un poco para tomarlo de la yukata. — ¿Pero puedo pedirte un favor?

— D-dime...

— Dame un beso. — murmuró. — Sólo será eso. Sólo necesito un beso para dejarte ir."

El pelirrosa no pudo negarse viendo los tristes ojos color hielo de su amiga. Llevó una de sus manos a la mejilla de la joven y se inclinó para posar sus labios en los de ella. Apenas fue un leve roce, pues no se sentía cómodo besándola, y ella lo notó.

Cuando se separaron le pidió perdón de nuevo y le devolvió la jirafa antes de dirigirse a su casa.

"— Es tuya, no me la rechaces. — le pidió.

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