20. La muerte ataca

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Llevaba días en esa asquerosa y oscura cueva.

Ya no soportaba estar allí, él nunca había sido un alfa de casa, alguien de estar encerrado, siempre quería estar fuera, en el bosque o paseando por algún sitio, pero Odín y su madre no habían salido de ese lugar en medio de la nada para nada más que lo esencial.

Y en este caso lo esencial era mantenerse vivos.

Su madre le había dado su receta secreta para eso, para vivir tanto tiempo, casi por siempre, para vivir siglos como lo había hecho ella, para curar cualquier mal, cualquier herida en su cuerpo, por muy grave que esta fuera, para recuperar la fuerza y poder seguir con su plan y liberar al mundo de la raza más horrible que existía, los humanos.

Y esta horripilante y desalmada receta consistía en dos ingredientes: sangre de otros brujos, mientras más poderosos mejor, y salvia de árboles, no cualquier árbol, sino árboles viejos.

No había sido fácil conseguir lo primero, los brujos estaban al borde de la extinción, casi no quedaba ninguno en los bosques como Elin le había dicho que había hace varios años que había brujos en todos lados huyendo de Vanja, de los humanos, de la muerte que lentamente se había apiadado de ellos, así que tuvieron que recurrir a otra cosa para conseguirlos, a una trampa.

Atraerlos a su cueva en esa  forma de neblina azul como Elin lo había estado vigilando a él durante semanas, los vigilaban un par de días, los atraían llamando su atención y despertando su curiosidad y luego los mataban cuando estuvieran cerca.

Y habían conseguido todo a la perfección.

Había sido asqueroso al principio, el sabor metálico y fresco de la sangre mágica con la viscosidad y sabor pastoso de la salvia no había sido nada agradable, el alfa casi se vomita cuando lo había probado por primera vez, pero su madre lo había bebido como si de agua se tratara, como si ya ni le importara en sabor porque ingerirlo traería mayores recompensas que ese mal trago.

Y ella había tenido la razón, esa receta lo hizo sentirse más fuerte que nunca, con la magia desbordando de su cuerpo, listo para cualquier pelea, listo para acabar con eso de una vez por todas y ser el dueño de ese mundo que estaba a punto de cambiar gracias a ellos dos.

E incluso la omega había sanado lo suficiente para poder moverse sin dolor, para poder levantarse del piso que había estado usando como cama, aun con la cara y cuerpo carteados, pero lista para acabar con los que la hubieran dejado en el borde de la muerte.

Aunque ella no había querido correr el riesgo de salir de la cueva y ser atacada por humanos o por otros brujos, así que había puesto muros de contención mágica en ese oscuro lugar en el que llevaban varias semanas y lo había encerrado allí con ella para que no hiciera nada, para que no actuara y arruinara las cosas.

Aunque el alfa tampoco le hizo mucho caso y fue a visitar a cierto omega castaño que tanto llamaba su atención, lo fue a visitar en esa extraña forma nebulosa y azulada mientras Elin dormía.

Lo había visto en el palacio, acostado, con su alfa, abrazándolo y besándolo como si su vida dependiera de ello, eso lo dejó asqueado, y había hecho un plan para despertar su curiosidad sobre esa nube azul que había visto, atraerlo a la cueva y empezar con el plan que su madre había armado para ganar esa guerra que no terminaría hasta que ellos dos ganaran.

Debía conseguir su poderosa sangre mágica, debía matarlo y llevar su sangre para beberla, y con eso la mayor competencia para su madre se vería eliminada, sin él, Björn y sus otras dos hijas no eran amenaza, los matarían con facilidad, y de paso matarían al alfa que al parecer estaba demasiado embobado con el omega.

Enamorado de un brujo muy superior a él, un brujo que no debería estar con él porque sus razas habían sido enemigas por siglos, un brujo, que Odín no entendía como es que podía si quiera tolerar tener cerca a un humano.

Runaway [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora