14. No me llames tanto

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14.        No me llames tanto


Al salir del portal sonaba su teléfono móvil. Llevaba tanto rato escuchando Revolution que pensó en cambiar de tono de llamadas entrante. Quizá le pusiera Fuck you de Lily Allen. En ese momento era Ach. Otra vez Ach. Den rodó los ojos con algo de desesperación y abrió la verja para salir a la calle.


     —¿Sí?

Menos mal que ya no le dolía la cabeza tanto. Evidentemente, el domingo ya no quería saber nada de resacas cuando estaba de pleno metido en una. Además, con la edad cada vez le duraban más. Había estado casi todo el domingo tirado en el sofá y el lunes sólo salió para cenar con Meg. Pero ya era martes y además había Champions League, así que tenía que salir sí o sí para ver el partido con sus amigos. Le encantaba eso, no sería algo que dejara de hacer nunca.


      —Sí, mañana —contestó con tono cansado—. Ya lo sé tío, no. Tranquilo. Dos horas antes. Sí. Dos putas horas antes.


Ach quería asegurarse de que estaría todo listo para la presentación del disco. Quedaban menos de veinticuatro horas y temía que Deneb llegara tarde o hiciera una de las suyas. No sería la primera vez que se liaba antes de un concierto, pero claro, eso sucedía cuando tenía veintipocos. Hacía tiempo que era bastante más profesional. A veces le cargaba que lo tratara como a un chico de instituto. Vale, entendía que a veces lo parecía. Sobre todo si salía de fiesta como lo había hecho ese fin de semana. Después del desengaño amoroso de Cob, que le duró minuto y medio, tuvo que estar hablando con un montón de chicas, amigas de las chicas con las que paraba su amigo a hablar. Él se hacía el interesante, las invitaba a tomar algo y se comportaba de la forma más despreocupada posible porque no tenía que ser quien tenía que ligar. No sabía qué hora era cuando se subía a un taxi con Cob y una tía. No fueron cada uno a su casa porque salía el sol en el horizonte y Den se empeñó, con una borrachera descomunal de las de «no me puedes decir que no  porque me lo debes», en ir a desayunar a un hotel de lujo que les encantaba. A pesar de sus caras de desfasados y las compañías que llevaban algunas veces, en aquel hotel les trataban bien. Hasta les escondían en un salón reservado si hacía falta. Deneb pensaba que lo hacían para que no asustaran al resto de clientes. No le molestaba, de hecho le hacía gracia la situación. Es más, si podía, él mismo asustaba a alguna vieja millonaria a la que salía de vuelta a casa. Lo que más le gustaba de todo era volver en uno de esos cochazos que el hotel tenía como taxi.


      —No, no, Meg irá conmigo. Sí, ya lo ha dicho. ¿Brit? No tengo ni idea pero supongo que no. Bueno, yo no le he dicho nada. No, yo sólo invitaré a los chicos ahora porque beberé cerveza y se me calentará el hocico —le dijo antes de soltar una risa—. Vale. Oye, ¿por quién me tomas?


Meg iría con él, le diría qué ponerse y le relajaría minutos antes de cantar. Siempre estaba nervioso antes de cantar, si no lo estuviera... habría muerto. Jamás estaba tranquilo antes de saber que había unos cuantos ojos observándole. Uno puede pensar que un cantante se acostumbra a esas cosas y sale cada vez más relajado, pero no, hasta la segunda o tercera canción, los nervios están ahí y la timidez y todas esas cosas que te hacen ser humano.

En realidad Meg siempre le hacía sentirse humano, porque aunque le admiraba como artista, luego estaba en esas pequeñas cosas que lo hacían normal. Era lo bueno de que ella no tuviera presión sobre los hombros, ni conciertos al otro lado del mundo, ni la fama subida a la cabeza. Porque la fama siempre se sube a la cabeza. Ella lo hacía sentirse normal, como cuando llegó el domingo a casa a eso de las nueve y media de la mañana y ella no se quejó cuando le sintió meterse en la cama. De hecho, se giró buscándole para apoyarse contra su pecho. Y a Deneb le hizo sentir genial, a pesar de que seguro apestaba a alcohol como para despertar no a una sino a tres o cuatro mujeres. Cuando se despertaba, horas después, ella tenía una sonrisa gigante y la cara manchada de mantequilla cuando él entraba en la cocina. Den sintió que no tenía resaca por dos minutos, pero cuando ella se le acercó y le abrazó fuerte gritándole un «buenos días, marmota, son las dos y media de la tarde» le vino toda de golpe. Aun así, comió un plato gigante de pasta amatriciana, aunque picaba un poquito, que le sentó como Dios. Luego tuvo que hacerle a Meg dos horas de mimos en el sofá, mientras veían una peli, hasta que se quedó dormido profundamente. Pero no le hizo los mimos porque ella le dijese que tenía que compensarla, no, se los hacía porque él quería y necesitaba abrazarla de esa manera. Le gustaba mucho su chica, mucho, muchísimo.


      —Sí, sí, tú no sufras por eso —le decía a su manager cuando le volvía a insistir sobre que se cuidara la voz y que no se pegara una como la del sábado—. ¡Sólo si pasa a cuartos me pego la fiesta del siglo! Pero está jodido, tío.


Sólo un día para presentar el disco en acústico delante de un montón de críticos de revistas y periódicos; unos cuantos fans que habían ganado unas entradas en un sorteo, que por lo visto hacía su página web; sus más allegados, entre estos familia y amigos; y otros músicos y gente que estaba en ese momento en la onda sólo porque siempre hay que invitar a gente en la onda. Al día siguiente de esto, todas las tiendas tendrían su último LP a la venta. Esa era la opinión que de verdad quería, la del público, pero para eso tenía que cantar delante de los chupasangres. Y aquello sólo era el principio, luego veían los críticos del directo.


      —Va a salir de puta madre, tío —le dijo a su manager. Él tenía una ilusión renovada pero también repetía todo aquello que hasta ahora le habían dicho los demás sólo para no venirse abajo. Además, que no, que estaba seguro de que esta vez iba a funcionar muy bien—. Sí, sí. ¡Claro que tengo ganas! ¡Estoy algo histérico! —le decía—. ¡No jodas, cabrón! Luego te invitó a cenarte una mariscada si quieres, ya verás que va a ir de puta madre —le contaba animado—. ¡Que no! Dos horas antes, sí. Dos horas antes, ahí estoy. No seas pesado. ¡Y no me llames tanto! Al final te bloqueo —le decía riéndose tontamente—. Venga, sí, ok. Ok. Mañana nos vemos. Ok.


Negó con la cabeza con una sonrisa tonta en la cara. Miró hacia la calle y alzó la mano cuando vio un taxi pasar, qué suerte. Se montó, dándole la dirección al conductor y se quedó mirando la fachada de su edificio y esas cortinas de The Who. Le habían gustado cuando le enseñaron la casa, de hecho le habían gustado mucho. Tener un vecino fan de The Who no podía ser malo, lástima que hubiera terminado siendo un gilipollas de campeonato. Den no lo soportaba, de hecho ya hasta le molestaban las cortinas sólo porque el dueño era imbécil.


Sonaba otra vez Revolution en su bolsillo. Inspiró aire de forma cansada. Sintió como que necesitaba litros, kilos, o como se mida la paciencia. Lo sacó del bolsillo y no vio el nombre de Ach sino el de Meg. Sonrió porque se sentía tonto. Era una mala vidente.


      —Dime, nena.


     —¡Guapo! —contestó la chica al otro lado—. ¿Vienes ya o qué? He llegado hace rato y están Cob, David y un montón.


      —Sí, sí, estoy de camino —le dijo él—. Amor...


      —¿Qué?


    —Que te quiero mucho —le dijo en plan meloso. El conductor del taxi le miró por el espejo retrovisor porque no se podía creer que estuviera llevando a Deneb Murphy ni que fuera tan cariñoso con la novia esa que decían las revistas que tenía. Den no se dio cuenta.


     —¡Ay, y yo, bobo! —dijo ella. Él sonrió de forma tonta.


     —Te veo ahora —le dijo antes de colgar.


Miró para delante poniéndose serio. En realidad no quería decirle eso a Meg. Bueno sí, sí que quería, pero no sólo eso. Quería haberle dicho que después del partido le esperaba una sorpresa en casa, pero casi era mejor que siguiera siendo sorpresa. A pesar de todo, se lo iba a decir cuando la tuviera delante. Quería agradecerle todo ese esfuerzo que había hecho por él durante esos meses que su relación se había hecho oficial. No es que fuera el hombre más detallista del mundo, ni el más romántico, pero había encargado un montón de comida india y en ese instante le estaban colocando el salón como si fuese un rincón de Bombay. Tenía pensado pasarse la noche entera haciendo el amor, así que más le valía a su equipo pasar a cuartos y no llegar a los penaltis.




No te emociones tantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora